Trescientos sesenta y cinco días de haber salido a las calles a iniciar una lucha contra la corrupción son un acto histórico. Miles de citadinos salimos a la plaza a exigir que renunciaran los funcionarios que representan engaño y mentira. Lo logramos y hoy vemos cómo están siendo procesados por la justicia. Los países cercanos nos admiran y creen que, además de lograrlo, cambiamos el sistema. Pero todos sabemos que aún falta mucho, que esto apenas empieza. Lo importante es que empezamos a vernos a las caras, a identificarnos y a sentir que podemos hacer las transformaciones necesarias. Iniciamos una lucha contra un modelo político corrupto, basado en el abuso, en el enriquecimiento ilícito y en la malversación de los fondos públicos, cuyo destino debe ser el bienestar colectivo.
Los diversos pueblos se vieron animados ante este movimiento, pues sus luchas llevan décadas de gestarse no solo contra la tiranía de otros años, sino contra el sistema clasista, excluyente, basado en racismo y oportunismo, en el saqueo de tierras y en sumirlos en la pobreza. Vieron que los jóvenes empezaron a unirse y sentirse identificados con esas históricas luchas, complejas por todos lados, pero que se solucionan desde adentro de nosotros mismos, en especial cuando vemos el entorno como un espacio en el que debemos vivir en armonía. Todas y todos marchamos juntos por el agua.
El modelo de explotación indiscriminada de los recursos naturales no es el camino al desarrollo. Es una ficción. El modelo de atención social basado en fundaciones benéficas de las grandes empresas o en falsas expectativas de formar emprendedores no es la forma de salir de la pobreza. Es una estafa. El modelo de autoproclamarse representante de las juventudes cuando en realidad se es activista de movimientos que se disfrazan de nueva política, pero que son de la vieja política, es un insulto. El análisis de que todo es por obra y gracia de Dios es una ofensa. Que Jimmy se declare el representante de la unidad nacional es un mal chiste.
Hoy la pobreza extrema y la pobreza son más agudas. El modelo no responde a los intereses de las mayorías. Y eso, más que cualquier otra cosa en el mundo, requiere de unificar las agendas históricas con las agendas modernas. Esa unificación nos ayudará a trazar un camino y a consolidar los pasos que deben darse, pero no podemos permitirnos separarnos más. No podemos permitir que vuelvan a dividirnos. Necesitamos ser más fuertes. En su más reciente canción, la gran voz de Sara Curruchich invita a que caminemos compartiendo estrellas, a que florezca nuestra victoria, a resistir.
La guerra nos dejó grandes secuelas, pero somos capaces de salir adelante con humanidad, sin olvidar nuestra historia y con una clara conciencia de que estamos gestando el cambio. Estas gestas no parten de los mismos actores políticos, caducos representantes de ideas retrógradas del ejercicio del poder, sino de los nuevos actores sociales que requerimos y exigimos. Lucharemos por una integración basada en el respeto de nuestra condición humana.
Ya no es un movimiento citadino, menos campesino o rural. Es un movimiento que crece, que unifica sus luchas y que entiende que es tiempo de la acción política, de la construcción de propuestas orientadas a ser un país incluyente, sin que nadie se apropie de la historia ni la destruya, sin que nadie se sienta representante de lo que nunca ha representado. Somos capaces de surgir y cambiar a partir de lo que hasta ahora hemos logrado.
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