Yo confieso

Más adelante, en color rosado, un corazón enmarcaba la palabra Jesusito, no cabe duda que estamos en terrenos evangélicos dije para mis adentros y me hizo recordar una tarde de vacaciones en casa de mi abuela, que no es evangélica por cierto. Esa tarde cocinábamos panecillos dulces con una miel deliciosa, yo estaba en la gloria chupando paletas, tazones y similares, en un arrebato de alegría me lancé a abrazarla y le dije: ¡te adoro!, de tener una sonrisa de oreja a oreja se puso seria, me separó de su regazo y me explicó que a los humanos no se les adora, ese término únicamente se usa para Dios.

Por supuesto no entendí el asunto, ¿cómo era posible que mi abuela no se dejara querer, adorar, venerar? Pero si ella era la persona más dulce y buena que había conocido, ¿por qué Dios tenía todos los derechos sobre ciertos términos?, era natural mi desconcierto, no fui criada bajo ninguna fe excepto por las temporadas de vacaciones que venía a pasar con la familia.

Este crecer sin religión ha sido a la larga muy positivo, gracias a ello he podido decidir y ver con cierta distancia las manifestaciones religiosas. No puedo negar que me encantan y comparto ciertos ritos católicos, hindús y mayas particularmente. Lo que no he logrado terminar de entender es a las instituciones y las formas de adoración.

Iglesias que agreden, que enjuician según sus intereses. Feligreses que guiados por un digno representante del mercado más que de Dios atacan al otro, o niñas que escriben pintas que no solo no entienden, que llegan a mezclar con sentimientos que no corresponden al asunto. La crisis existencial y espiritual que estamos viviendo como sociedad nos está llevando a obviar cuestiones básicas de convivencia. Aunque es un lastre que hemos acarreado desde antes de la Inquisición, hoy es evidente que Dios ha pasado a un segundo plano.

¡Qué razón tenía mi abuela! la adoración es para los dioses no para las personas que juegan a serlo.