«Todo es cuestión de falta de educación», afirman, y se les escucha ir y venir con esta consigna, gritando y empuñando sus plumas como estandartes, como si la educación fuera un ser de carne y hueso y tuviera, además, el poder supremo, por sí sola, de cambiar no solo los hechos, sino a las personas.
Y qué bueno que así fuera, pero lamentablemente hemos visto que no. La educación que se recibe en todos lados, desde el jardín de infantes hasta la universidad, si la analizamos a la luz de...
«Todo es cuestión de falta de educación», afirman, y se les escucha ir y venir con esta consigna, gritando y empuñando sus plumas como estandartes, como si la educación fuera un ser de carne y hueso y tuviera, además, el poder supremo, por sí sola, de cambiar no solo los hechos, sino a las personas.
Y qué bueno que así fuera, pero lamentablemente hemos visto que no. La educación que se recibe en todos lados, desde el jardín de infantes hasta la universidad, si la analizamos a la luz de los recientes hechos, es un proyecto fracasado.
Hace algunos siglos, cuando solo los grupos minoritarios en el poder tenían acceso a la educación formal, las cosas se desarrollaron con claras ventajas para estos sectores y en detrimento de los otros, que permanecían al margen. Sin embargo, una vez que se institucionalizó la educación para las grandes mayorías (con las limitaciones obvias que ya se conocen), se pensó que la situación cambiaría. Se creyó que los sectores marginados, que ahora tenían acceso a una formación académica que antes se les vedaba, mejorarían sus condiciones de vida. Se creyó que tendrían más opciones de trabajo, mejor salud, mejores viviendas, y que, en pocas palabras, serían menos susceptibles de la depredación de los otros.
Pero la realidad ha sido diferente. Ni el positivismo ni el construccionismo ni el actual modelo basado en competencias han generado los resultados esperados. Por ello, sin ser hiperbólicos, nos damos cuenta de que el gran proyecto de educación occidental de por lo menos los últimos 100 años es una experiencia fracasada. Las masas no han aprendido a ser críticas, no han aprendido a cuestionarse ni a cuestionar a otros, no han aprendido a elegir las mejores opciones para su propio beneficio. Incluso en los Estados Unidos, como vimos, eligieron a Trump, y él ya está allí haciendo lo que prometió.
Si nos remitimos al caso concreto de Guatemala, podemos afirmar que ningún modelo educativo por sí solo sirvió ni servirá para eliminar las grandes diferencias sociales, políticas y económicas que permean la vida de millones de personas. Ello pone en relieve (para que reflexionemos sobre él, claro) el actual modelo por competencias. Porque, por un lado, la educación es solo uno de los elementos que se necesitan para llevar una buena vida. Pero, si no va acompañada de aquello que debe proveer una vida digna, si las necesidades vitales de todos no están cubiertas y si la mayoría no tiene acceso real a las mismas oportunidades, plantearla como la panacea de los problemas que nos aquejan no es más que la expresión de una idea extremadamente simple y, sobre todo, peligrosa. Por otro lado, hemos visto que el modelo educativo por competencias ya empezó a darnos las primeras generaciones del fracaso: personas acríticas, indiferentes, insensibles, que tal vez saben hacer (tengo mis dudas), pero que definitivamente no han aprendido a pensar.
Como muestra recordemos una situación reciente y evidentemente trágica en dos de sus manifestaciones: un micoleón es confundido con un ser mitológico y es eliminado físicamente por el temor que causa a los vecinos del lugar. Ante este hecho, algunas personas que se perciben a sí mismas como más educadas se burlan ostentosamente de la ignorancia de los primeros.
Con estas lecciones aprendidas sería de analizar profundamente qué queremos como ciudadanos del planeta y de nuestro país y replantearnos cómo, por nosotros mismos y con las herramientas que contamos, podemos empezar a generar modelos propios de educación, que nos den respuestas válidas y concretas sobre nuestro quehacer en el mundo y en Guatemala.
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