Ricardo Andrade nació en San Marcos en 1971, fue uno de los miembros más destacados del movimiento musical que llegó a conocerse como «el rock de los noventa». En el rico caldo de cultivo que era la sociedad guatemalteca al acercarse el final del conflicto armado interno, que se concretó con la firma de los Acuerdos de Paz el 29 de diciembre de 1996, multitud de jóvenes, principalmente pertenecientes a las capas medias urbanas ladino-mestizas, buscaron darle nuevos aires a la escena cultural y al sentido ciudadano de Guatemala.
El rock and roll, con influencias del movimiento grunge que cultivaban bandas como Nirvana, y que en ese momento era la moda musical proveniente del norte, fue uno de los principales vehículos para expresar los anhelos de cambio y la insatisfacción con el statu quo. Andrade empezó su carrera como vocalista del grupo Stress, para luego formar la banda Ricardo Andrade y los Últimos Adictos. Su carisma y buen sentido melódico, sumado a letras sencillas, pero conectadas con realidades con las que los jóvenes de la época se identificaban, lo hicieron un líder indiscutible del movimiento, querido y aclamado por multitudes de jóvenes que coreaban canciones de su autoría, como El Norte y El Cadejo.
Sebastián Pop, quien comenzaría su carrera musical bajo el nombre artístico de Farruko Pop, nació 34 años después que Andrade. También nació fuera de la capital, en una pequeña comunidad de Livingston, Izabal. Pop era q’eqchí’, y también amaba la música, aunque lo suyo no era el rock. Farruko Pop amaba el género conocido como banda, y desde niño cantaba canciones de estrellas como Espinoza Paz y Los Tucanes de Tijuana. Ansioso de cantar, y probar cómo era eso que llaman la fama, Pop buscó triunfar mediante las herramientas que tienen los jóvenes de hoy en día: redes sociales y reality shows, se empezó a convertir en un exitoso influencer. Todos estos conceptos no existían en los tiempos de Ricardo Andrade, aunque es muy obvio ahora que él mismo fue un influencer avant la lettre. En el agresivo circo romano de las redes sociales, los influencers no solo reciben ovaciones, sino también burlas y escarnio, y Farruko Pop no era la excepción.
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Farruko Pop Intentó sin éxito clasificar al conocido reality musical mexicano La Academia, en su versión de Guatemala, pero aunque no logró ser admitido ganó muchos seguidores en el intento, era apoyado y seguido por miles de internautas anónimos, aunque también recibía burlas racistas por sus orígenes indígenas, por su acento al hablar el español y claro, por la audacia de soñar con que un muchacho proveniente de ese nebuloso mundo que en Ciudad de Guatemala llamamos «el interior» podía llegar a ser toda una estrella.
A pesar de sus diferencias a Andrade y a Pop los unían su amor a la música y su búsqueda de la fama, pero también compartieron un sino fatal que truncó sus carreras, y que está íntimamente ligado a los peligros y oscuridades que conlleva nacer y vivir en Guatemala.
Aunque Ricardo Andrade ya era reconocido y querido en el país, no logró dar el salto e internacionalizarse, que era el siguiente paso que buscaba en su carrera. El 20 de octubre de 2002, un poco más de un mes antes de cumplir 31 años, quedó en medio de un tiroteo junto con el tecladista de su banda, mientras realizaban una visita personal en un pueblo del oriente del país. La versión ofrecida por las autoridades fue que el ataque estaba dirigido a otra persona, quien vivía en la casa que los músicos visitaban y que sobrevivió al atentado, mientras que los jóvenes músicos fallecieron a causa de las heridas recibidas.
Por su parte, Pop ya no pudo seguir intentando colarse al olimpo de las estrellas reconocidas. El día 19 de mayo de este año, el joven fue reportado como desaparecido después de ser visto por última vez deambulando por el centro de la capital. Seis días más tarde su cuerpo con señales de estrangulamiento fue desenterrado del patio de una casa de la colonia El Limón, uno de los sectores más peligrosos de la ciudad. Al no considerarse que el influencer tuviera vínculos con sectores de las maras y el crimen organizado, se especuló que posiblemente había actuado con extrema ingenuidad, aceptando una invitación para asistir a una fiesta sin saber la peligrosidad del lugar donde se encontraba. Es decir, que al igual que la muerte de Andrade, el deceso de Farruko Pop se habría dado, como dicen en las películas, por estar «en el momento y lugar equivocados».
Sin embargo, si se escarba un poco aparecen cosas escabrosas que hacen cuestionar estas explicaciones simplistas y ligadas meramente a la casualidad. El asesinato de Pop, que consternó a una gran cantidad de guatemaltecos que lo seguían en redes sociales, se da en un momento en que hay una ola de crímenes poco comunes. Se han empezado a escuchar voces, como la del exfiscal del Ministerio Público y exsuperintendente de Administración Tributaria Juan Francisco Solorzano Foppa, quien dicen que esta seguidilla de crímenes es parte de un intento por desestabilizar al gobierno de Bernardo Arévalo. No sería la primera vez que olas de violencia premeditada sacuden al país en momentos políticos particulares. Por otra parte, aunque nunca se exploraron otras teorías, la muerte de Ricardo Andrade fue el principio del fin del movimiento del rock de los noventa. Tras su fallecimiento el movimiento transgresor y contracultural perdió fuerza, las radios que transmitían la música de los jóvenes rockeros guatemaltecos de pronto cambiaron su programación y empezaron a transmitir reggaetón, la movida roquera noventera pronto se apagó. Persiste entre muchas personas la sospecha de que la muerte de Ricardo pudo deberse más a su condición de líder nato de un movimiento que podía llegar a subvertir ciertas estructuras inamovibles, más que una simple conjunción aciaga de meros hechos azarosos.
Lo que es cierto es que, aunque uno ya era un hombre joven y el otro apenas estaba empezando a dejar atrás la adolescencia; uno era una estrella reconocida del pequeño mundo artístico nacional y el otro apenas y empezaba a luchar con mucho afán por hacerse de un nombre y llegar a ser reconocido; y uno pertenecía a la capa ladino-mestiza predominante en Guatemala mientras que el otro era un joven indígena q’eqchi’ discriminado y marginado. Ricardo Andrade y Farruko Pop tienen en común haber sido dos jóvenes que amaron la música, buscaron aportar algo a Guatemala y murieron violentamente en un país amargo que no quiere escuchar a los que tienen algo qué decir, un país en donde alzar la voz y atreverse a soñar pueden ser crímenes que se pagan con la vida.
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