El episodio es apenas uno más, aunque bien pintoresco, hay que decirlo, en la encarnizada batalla por la historia que se libra desde hace ya algunos años. Y hay que empezar poniendo todo en su contexto. La campaña publicitaria de marras no era una campaña oficial, ni tenía ningún tipo de aprobación del gobierno de España. Había sido financiada por una organización ultraconservadora, con el sonoro nombre de Asociación Católica de Propagandistas —ACdP—, por si no quedaba claro, el asunto era pura, puritita propaganda. La campaña formaba parte de los denodados esfuerzos, realizados en los últimos tiempos, por ciertos sectores de la sociedad española por borrar lo que ellos llaman «la leyenda negra». Esta se refiere a todos los males y nefastas acciones realizadas por la corona española en tierras americanas según los historiadores, pero que según los nuevos defensores de los antiguos hidalgos que vinieron por estos lados, no es más que una perversa exageración urdida por los eternos enemigos de España, principalmente los ingleses, aunque también se van en la colada de la conspiración histórica los franceses y un par de nacionalidades europeas más.
Entre las razones que se esgrimen para negar atrocidad alguna cometida en estas tierras, los defensores del actuar español de 1492 en adelante utilizan ideas tan peregrinas como que en esa época España técnicamente no existía, y de hecho, naciones hispanoamericanas como México, tampoco. Lo cual es de algún modo risible, porque consta en documentos históricos que los conquistadores al llegar a cada nuevo lugar, declaraban que lo tomaban en nombre de la corona española, cosa muy difícil si España no hubiera existido ya. Y es un hecho que, nada más iniciar el año de la llegada de Colón por estos rumbos, el tremendo —para bien o para mal— año de 1492, los reyes católicos tomaron el último bastión musulmán en la península ibérica, la ciudad de Granada, echando de ahí al último rey Nazarí, que tuvo que exiliarse en Marruecos. Con esto se daba por terminado el período histórico conocido como la Reconquista, término que muchos también ponen en disputa, porque dado que al entrar los musulmanes a la península en el siglo VIII ahí sí que no existía España alguna, no hubo ninguna conquista previa de dicho país, por lo cual tampoco podría haber sido reconquistado. Pero no me voy a meter aquí a esas honduras (con perdón de nuestros vecinos por el término). Baste con decir que el 2 de enero de 1492, la península ibérica quedaba unificada bajo el dominio de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón (que unos meses más tarde financiarían el viajecito del tal Colón) lo cual fue el inicio de la entidad política que pronto sería conocida como el Imperio Español. De hecho, la cristalización de dicho imperio culminó con la conquista de los territorios de este lado del charco, así que bien podríamos decir que, la conquista de América, permitió que se terminara de forjar la identidad española; es decir, que la existencia de España está íntimamente vinculada a su carácter de Estado conquistador.
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Por otro lado, decir que México tampoco existía es inexacto, porque ciertamente el territorio al que arribó Hernán Cortés estaba bajo el control del pueblo conocido como mexica (que es un nombre más apropiado para ellos que el conocido término azteca), por lo cual, de alguna manera, esa tierra ya era el país de los mexicas, o México, como se llamaría algunos siglos después. Así que decir que esos países no existían como tales es irse un poco por las ramas. Y conviene hablar de México al tocar este tema, porque en los últimos tiempos, otro elemento candente relacionado con la venida de los conquistadores es el mantenimiento por parte de la nueva presidenta de ese país, Claudia Sheinbaum, de la exigencia que hizo su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, de que la corona española emitiera algún tipo de reconocimiento o disculpa por los daños, averías y desmanes provocados por sus súbditos hace cinco siglos en estas tierras. Exigencia que fue vista con muy poca seriedad en España —y que en el estira y afloja— produjo que el rey Felipe VI no fuera invitado a la toma de posesión de Sheinbaum, por lo que al final de cuentas ningún representante del gobierno español asistió al sarao de la nueva mandataria. Polémicos y fuertes sucesos, y por cosas que pasaron hace ya tanto tiempo, dirá más de alguno. Pero la lucha por la narrativa histórica es quizás una de las que más importan a la larga, porque domina las versiones oficiales y los imaginarios colectivos, y permite imponer «verdades», ideas y modelos socioeconómicos, que no es poca cosa. Bien lo sabemos nosotros aquí en Guatemala, con toda la lucha que se ha dado recientemente en los numerosos casos de justicia transicional, y con los esfuerzos de ambos bandos por imponer la idea de quién estaba actuando correctamente y quién se merecía lo que le pasó (o no) y, en consecuencia, quién debe o no ser castigado (o amnistiado, o aún, condecorado) en la actualidad. Pero me he ido por las ramas, volvamos a los conquistadores.
Es un hecho que, por mucho que se quieran matizar los hechos sucedidos durante la conquista, la ACdP está más bien obnubilada, y tira de extremista y radical. Los conquistadores venían de un mundo donde tenían poco o nada, con los ojos y el cerebro llenos de ambiciones de riqueza y fortuna. La mayoría lo consiguió apropiándose de recursos naturales y explotando a las poblaciones originarias de estas tierras, convertidas en mano de obra barata para el sistema capitalista que recién empezaba a gatear y a balbucear sus primeras palabras (tan lindo él). Pretender cubrirlos de una pátina heroica es algo que realmente no cala. No le haría ningún daño a España terminar de aceptar que la bonanza que vivió durante alrededor de tres siglos provino de los recursos naturales obtenidos de estas tierras, que ciertamente fueron sus colonias, aunque ahora se quieran hacer los desentendidos.
Ya países como Bélgica han pedido perdón por atrocidades pasadas, en su caso por los crímenes de lesa humanidad cometidos por esa nación en el Congo, así que no sería algo nuevo. Por otro lado, el violento encontronazo de ambos mundos produjo ciertamente un mundo nuevo, lleno de mitologías, estéticas, gestas heroicas y caminos insospechados hasta ese momento, y habría qué sopesar qué tanto se puede ganar deteniendo las relaciones entre países por cuestiones de disculpas que, aunque importantes, son menos fundamentales que la búsqueda de un futuro mejor. Será cuestión de encontrar el punto medio entre la justa reivindicación histórica, y la colaboración entre naciones actuales para avanzar juntos como humanidad.
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