La trama inicia con la interacción en casa entre un niño de quinto primaria y su madre. Viven solos pues el padre falleció hace algún tiempo. De pronto, el niño hace comentarios y pregunta por el significado de frases ofensivas y cuando ella le pregunta quién le ha dicho esas cosas, el niño dice que fue su profesor. Pasado un tiempo, ambos conversan en el auto, pero en un gesto intencional el niño cae a la carretera pese a que el vehículo está en movimiento.
Alarmada por la situación la madre va a la escuela para indagar el por qué su hijo actuó de esa forma. Como espectadores, de manera inmediata, sentimos empatía hacia la madre, porque compartimos su angustia y su preocupación por lo que su hijo está viviendo. Asimismo, comprendemos su frustración ante las medidas, a su juicio insatisfactorias, que asumen las autoridades de la escuela y el profesor.
Si la película hubiera seguido por ese rumbo habría sido una más de las que abordan esta temática. Sin embargo, de manera magistral en el film se van entrelazando las distintas historias y perspectivas de los personajes.
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Vemos ahí, entre otros, cómo distintos estereotipos y formas particulares y generales de ver la vida se sobreponen para mostrarnos la forma en que cada personaje percibe la verdad. Así, notamos cómo a partir de ciertas informaciones divulgadas en los medios (la mayoría tergiversadas o falsas, diría Chomsky), contribuyen a acusaciones que sin pruebas arruinan las vidas de personas al punto de llevarlas a tomar decisiones extremas. También observamos cómo enfrentan la situación los profesores (que saben que el profesor es inocente, pero optan por el silencio), las autoridades (que solicitan al profesor que se disculpe, aunque sea inocente y que calle para no dañar el prestigio ni el presupuesto de la escuela), de los compañeros de clase del niño que luego son inducidos a hablar mal del profesor y del niño protagonista, que durante los eventos solo cuenta lo que no le perjudica. Además, observamos cómo existe una descalificación mutua entre profesores y padres de familia lo que contribuye para que recíprocamente invaliden sus argumentos y posibles soluciones.
En este sentido, Monster entreteje la vida y acciones de los personajes y la forma en que cada uno vive y enfrenta la situación en conflicto. Asimismo, de una forma sutil nos hace ver cómo depende de la perspectiva que asumamos la manera en que empatizamos o no con la situación. Porque, y he ahí lo maravilloso del cine, al enlazar historias y presentarlas de manera paralela nos damos cuenta de que en la vida la verdad no es solo una, como podría darse en una visión positivista de la ciencia, sino que es variada, múltiple, y tan abundante como el número de participantes que en ella intervenga.
Al final nos percatamos de que tanto el niño como algunas autoridades escolares mintieron o bien guardaron silencio ante la situación. También advertimos que en los medios y las redes sociales se tergiversaron los hechos. No obstante, las vidas de algunos ya estaban irremediablemente arruinadas. En casos así, cabe también preguntarse ¿quién o quiénes asumen, por lo menos, la responsabilidad ética de sus acciones?
El film es uno que valdría la pena presentarlo en foros. El análisis y la discusión permitiría ver a los padres de familia, a los maestros e incluso a los estudiantes cómo el sistema educativo fracasa al no indagar a fondo cuando se dan situaciones como las que se evidencian en la película. Monster es, pues, un llamado en varios sentidos para que antes de excedernos en acusar y señalar, investiguemos lo que pasó desde distintos puntos de vista y no solo bajo los parámetros de una opción o incluso de las caras de una moneda.
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