En términos generales, la buena vecindad es el ideal en el que esperamos convivir, al menos, quienes compartimos el hecho de ser y estar en una sociedad como la nuestra.
En los últimos días me he enterado de varios incidentes en los que, en diversos lugares, algunos integrantes de los comités de vecinos han sobrepasado sus funciones. Ello, en especial, cuando asumen actitudes en las que exceden los límites de su autoridad o bien no informan de manera inmediata y detallada sobre sus decisiones a los vecinos. Para mencionar solo algunos casos, según me comentaron, suele omitirse información sobre trabajos vecinales que afectarán a todos, la suspensión de servicios básicos, el uso de las calles, entre otras cuestiones. En quienes han compartido estas situaciones noto una sensación de frustración e impotencia: ven cómo sus derechos no se toman en cuenta y cómo, desde esa mínima instancia de poder, hay quienes apenas obtienen un poco de autoridad sobre los demás y ya se sienten y actúan como si fueran todopoderosos.
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También, como vecina y ciudadana, he experimentado tanto escenarios positivos como negativos. A veces hay un comité vecinal que se sobrepone al interés personal y vela por el colectivo. Asimismo, he compartido espacios con quienes solo cuidan los temas que les atañen de manera directa, aunque el resto salga perjudicado. Estas últimas situaciones, a veces arbitrarias e incluso prepotentes se ven a diario. No obstante, es necesario reflexionar sobre ellas pues en esta convivencia mínima es donde empiezan a manifestarse problemas que incluso podrían evitarse con una actitud de amabilidad y comprensión.
Por otro lado, es evidente que quienes son electos, incluso para un cargo en un comité vecinal, deben entender que, participen o no activamente los vecinos, el hecho de ser elegidos conlleva una responsabilidad hacia quienes resultan afectados por sus decisiones. Es un cargo que involucra un servicio y, como tal, debe brindarse ante las personas que lo requieran.
Varios de los individuos que asumen algún cargo público, a veces ignoran o no toman en cuenta que siempre están obligados a informar a la comunidad sobre sus decisiones, deben hacer públicos sus actos, al menos mediante un cartel u otro medio, ya que la transparencia es la base de la credibilidad y de una convivencia pacífica y respetuosa. Además, deben estar conscientes de que las decisiones deben comunicarse de manera pública, pues todas las personas que forman parte de la comunidad tienen el derecho a la información, sobre todo si los afecta.
En pocas palabras, ocupar un cargo público en una sociedad democrática, sea el cargo que sea, implica rendir cuentas, porque la falta de transparencia genera un sentimiento de desconfianza, de rechazo y en consecuencia produce poco interés entre los ciudadanos.
Por supuesto, habrá quienes dirán que si se observan hechos de este tipo obligadamente hay que participar. No obstante, también hay que respetar el derecho a la no participación directa y activa. Es obvio que, aunque exista la tentación de involucrarse en cada uno de los aspectos de la vida cotidiana se gana más al actuar de manera equilibrada sin asumir posiciones de participación «todológica», es decir, la de quienes pretenden estar en todo. Dichas actitudes y quienes las viven, tarde o temprano se darán cuenta de que además de ser socialmente infructuoso resulta en extremo desgastante. Como dice el refrán: «Al pan, pan, y al vino, vino».
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