Leonardo Boff, teólogo, filósofo y ecologista brasileño, ha sido muy contundente al señalar que «cuatro amenazas pueden destruir el sistema-vida de nuestro planeta.
»1) Las armas de destrucción masiva, nucleares, químicas y biológicas; ellas pueden destruir de 15 formas diferentes toda la humanidad y herir profundamente la biósfera.
»2) La escasez de agua potable: del 97 % de agua en el planeta, solo 3 % es potable; de esta el 70 % es para la agricultura, 20 % para la industria y solo 10 % es destinado a humanos y animales. El agua es un bien natural, vital, insustituible y común. El agua es vida y sin ella ningún ser orgánico puede sobrevivir; millones pueden morir. Luchar por el agua es luchar por la vida y su diversidad.
»3) El calentamiento global: ya estamos dentro de él. Si nada o poco hacemos, pronto llegaremos a dos grados Celsius. Muchos seres vivos y poblaciones enteras no se podrán adaptar y van a desaparecer. El actual calentamiento es consecuencia de las emisiones de CO2 de 8-10 años atrás. Lo que estamos emitiendo ahora, en 8-10 años, puede provocar un abrupto calentamiento de 3-5 grados Celsius; con ese calor ninguna forma de vida conocida subsistirá y gran parte de la humanidad podría desaparecer.
»4) La sobrecarga de la Tierra: el día 29 de julio de 2019 fueron consumidos todos los recursos renovables de la Tierra; si continuamos con el consumo actual, violaremos la tierra, quitándole lo que ya no puede dar o reemplazar. A esta agresión, ella responde con eventos extremos: sequías, inundaciones, deshielos que producen el aumento de los océanos; 60 % de las poblaciones serían afectadas».
Con esta larga cita de Boff pretendo llamar la atención sobre cómo desde nuestro entorno podemos hacerles frente —por lo menos— a tres de esas amenazas. ¿Cómo y cuándo? Analicemos los posibles escenarios a continuación.
La escasez de agua potable. Podemos empeñarnos en recuperar y favorecer nuestros otrora entornos competentes para favorecer el sustento de la biodiversidad, pues nuestros sistemas agroforestales son captadores y reservorio de lluvia, de humedad, de suelo y de carbono. Podríamos volver a ser un ejemplo de corredores biológicos que garanticen los procesos ecológicos y evolutivos. Para lograrlo tendríamos que armarnos de valor y decirles a los responsables de los sistemas de producción agrícola de una sola especie (monocultivos): «¡Basta ya! ¡El planeta Tierra es nuestra casa común!».
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El calentamiento global. Las municipalidades de la capital y de las cabeceras departamentales podrían tomar el ejemplo de muchas ciudades europeas —Leiden, en los Países Bajos, como muestra— y fomentar el uso de ciclovías. Disminuirían así las emanaciones de dióxido de carbono, y la calidad de vida de los habitantes —gracias al ejercicio— sería inmejorable. Menciono a los Países Bajos porque allá pude ver cómo hasta magistrados de la más alta investidura acuden a su trabajo en una bicicleta, que no necesariamente es un velocípedo caro.
La sobrecarga de la Tierra. ¿Será posible que nosotros, Homo sapiens sapiens (¡vaya petulancia la nuestra!), no podamos cambiar los modelos de producción y de consumo que tenemos en la actualidad? Se necesita para ello de mucha voluntad por parte de gobiernos, dirigentes políticos, líderes empresariales y la población entera (local y mundial). En la categoría de la población local entramos usted y yo, estimado lector. ¿Cuál tendría que ser nuestra postura? Muy simple: un rotundo no al extractivismo insensato y a la desviación de los ríos, que son nuestros ríos aunque algunos leguleyos al servicio de los depredadores digan lo contrario.
Cabe preguntar entonces: ¿podemos evitar el fin de la humanidad a causa de nuestras torpezas? Mi respuesta es sí. Yo creo que sí (creo de certeza, no de duda). ¿Cómo? A manera de resonancia venida desde el corazón de la Tierra, siempre y cuando encarnemos el axioma que reza: «Dios perdona siempre, nosotros a veces y la naturaleza nunca».
La naturaleza y el cosmos (como un todo ordenado opuesto al caos) deben ser tratados con más respeto por nuestra especie, colmada de homos no tan sapiens. Tanto así que no se han percatado de que, para el reloj del apocalipsis, ayer ya era tarde.
No obstante, mantenemos la esperanza en un mundo más justo, más humano y en completa armonía con la naturaleza. Porque el don de la vida es inagotable si lo sabemos tratar.
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