Lo hizo de manera brutal, cruel y despiadada. El día 4 de octubre recién pasado, varios pobladores de la aldea Magüilá 1 intentaron linchar a 15 miembros de un equipo de vacunación aduciendo no querer vacunarse contra el SARS-CoV-2. Pero no les bastó expresar un rechazo verbal. Agredieron a los salubristas, destruyeron los termos que guardaban la cadena de frío, echaron a perder la vacuna que se transportaba y pisotearon las mascarillas de algunos miembros del equipo después de habérselas arrancado del rostro de manera violenta.
¿Qué puede haber detrás de semejante salvajada? Todos los guatemaltecos sabemos que recibir la vacuna es potestad de cada persona y se ha noticiado de manera suficiente que la inmunización es voluntaria. Entonces, ¿a cuenta de qué agredir físicamente al personal de salud y destruir la vacuna que de suyo es escasa en los países de tercer mundo?
Para obtener respuestas apegadas a la objetividad, nada hay como ser originario de la región y conocer el contexto histórico del territorio, que sin lugar a dudas difiere de esa historia bucólica y dulzona que nos han contado del resto de Guatemala.
Revisemos entonces cuatro posibles causas.
En primer lugar, la ausencia del Estado y del Gobierno es ostensible en la región. Cada cuatro años aparecen candidatos a los puestos de elección popular ofreciendo la ceca y la meca para desaparecer después de las elecciones. Es decir, las poblaciones ya no creen ni respetan categoría alguna que represente al Gobierno o al Estado.
En segundo lugar, hay un deterioro lento y persistente de todo el sistema educativo (quién sabe si a propósito). Años hace que en muchas regiones la educación formal dejó de serlo para convertirse en un remedo de formación donde «el maestro hace como si enseñara y el alumno hace como si aprendiera». Ya en los años 90 del siglo pasado dimos en llamar a ese nefasto proceso —a instancia de una de mis profesoras de una maestría en docencia universitaria que cursé—«la teoría pedagógica del como si».
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En tercer lugar, allí, donde debió prevalecer la ciencia, hizo morada —desde hace muchas décadas— todo un entramado de obstáculos al conocimiento y se enraizaron en consecuencia las más perversas entelequias. La conciencia social de los pueblos y sus más importantes pilares (la filosofía, la educación, la moral y la religión) se trastocaron en aras de la ignorancia y del frenesí por lo insulso. De tal manera, no extrañe al lector que hasta personas con un nivel socioeconómico superior aseguren que la vacuna contra el SARS-CoV-2 sirve para introducir un chip en el cuerpo, que ese chip contiene el sello de una bestia apocalíptica y, en un inusitado extremo, que las vacunas provienen de tejidos fetales humanos.
En cuarto lugar, la fragmentación sociorreligiosa. Esta desintegración es muy manifiesta en aquellos lugares donde hay grupos fundamentalistas. Persisten hordas de sectas proponiéndose como Iglesias sin tener líderes con la preparación y la capacidad para constituirse en pastores. Complican así los ya desgarrados panoramas en la ruralidad y en las periferias urbanas porque ha de recordarse que estos grupos sectarios fueron introducidos en nuestras poblaciones como parte de un componente bélico durante el conflicto armado interno (para dividir a los pueblos). Aclaro que no me refiero a las Iglesias evangélicas históricas ni a los grupos evangélicos que, sin pertenecer a las Iglesias históricas, desarrollan una muy importante actividad de evangelización. Me consta que muchos de estos pastores sí han inducido a sus feligreses a vacunarse y han predicado con el ejemplo.
Así los hechos, el Ministerio Público debe ir no solo tras los hechores materiales, sino —muy en particular— también tras los azuzadores. Porque agredir a salubristas, destruir termos, arruinar dosis completas de vacunas y encima de ello pisotear las mascarillas arrancadas a las víctimas conlleva un mensaje que podría traducirse como «¡mueran la ciencia y la inteligencia!». Y a estas alturas de la pandemia no podemos permitir semejantes sandeces.
Mi solidaridad para con el gremio de salubristas. Sepan y entiendan que las personas de bien los reconocen como verdaderos titanes.
Por favor, lectores, no permitamos que el oscurantismo prevalezca sobre la inteligencia.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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