El emperador romano Calígula utilizó el término adriatepsia para describir aquello que más lo enorgullecía de sí mismo. Según varios documentos, el historiador y biógrafo romano Suetonio ilustra cómo Calígula expresó que a él le estaba permitido todo y con todas las personas, al punto de que llegó a calificarlo de monstruo. Los textos consultados señalan la psicopatía de Calígula y dan cuenta de cómo aquel emperador era derrochador, pervertido, caprichoso, tirano y déspota. En torno a Calígula se habla también de fiestas sexuales dentro del palacio en las cuales incluso tomaba a las esposas de funcionarios. Se dice que construyó en el interior de este su propio burdel, que, aparte de satisfacer sus deseos, se convirtió en un gran negocio.
Es indudable que la adriatepsia como término creado por el mismo Calígula tenía una relación muy cercana a lo que hoy conocemos como autoritarismo. La personalidad autoritaria [1] se caracteriza por rasgos como adulación a quien detenta fuerza, disposición a la arrogancia y desprecio de los inferiores en jerarquía. La persona se refugia en un orden estructurado de manera elemental, es inflexible y suele hacer un marcado uso de estereotipos en su forma de pensar y de comportarse. Además, es particularmente sensible al influjo de fuerzas externas y tiende a aceptar todos los valores convencionales del grupo social al que pertenece. La autora Judith Erazo expresa: «En el contexto de Guatemala, históricamente, el Estado, en su conformación, funcionamiento, estructuración y práctica del poder (es decir, desde lo político y jurídico-legal), se ha caracterizado por el ejercicio del autoritarismo, [que ha configurado] las relaciones y la cultura política del país con contenidos que acentúan el aspecto de la autoridad, el orden y la organización jerárquica de la sociedad» [2].
Esa autoridad, orden y organización jerárquica social a la que se hace referencia debe ser analizada desde distintos puntos de vista, entre ellos el de las relaciones de poder patriarcales que internalizan, de forma incluso despectiva, a la mujer como un sujeto condicionado a cumplir con ciertos roles sociales, como el de la satisfacción sexual del hombre y la reproducción. De ahí que comúnmente, cuando se habla de delitos sexuales, se piense inmediatamente en un hombre violentando a una mujer. Y es que la realidad y la historia le dan la razón a ese pensamiento.
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Bien podría el termino adriatepsia clasificar a algunos políticos de hoy en día, a aquellos que, ante la muerte de cientos de personas por causas imputables a su administración, manifiestan desprecio por la dignidad de las víctimas o se burlan de ellas llamándolas «pies quemados». Esos rasgos de autoritarismo evidenciados en el desprecio de la dignidad y de la condición de víctima son tan de ayer como de hoy.
Identificar esos rasgos parece difícil, pero en Guatemala tenemos suficientes ejemplos de cómo son esas personalidades. No necesitamos regresar al Imperio romano para describirlas, pero sí se necesita observar las condiciones peligrosas en las que hemos llegado a caer: esas peligrosas insensateces del poder que nos ofenden en nuestra dignidad y conciencia social, que bien podrían ser de Calígula, pero que suceden en paralelo a nuestra existencia.
El autoritarismo y la relación de poder patriarcal tienen también un efecto normalizador de la violencia sexual, como la que obliga a realizar actos sexuales en contra de la voluntad de una de las partes.
[1] Erazo, Judith (2008). La dinámica psicosocial del autoritarismo en Guatemala. Guatemala: F&G Editores. Página 21.
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