Me distrae el humo del incienso al otro lado de la mesa, ese hilo blanco que se enrolla y se separa hasta volverse transparente. Ese hilo-lápiz que dibuja el aire y que me gusta contemplar. Apenas fue encendido y el olor estaba ya de mi lado de la mesa y más allá.
Olor. Olor significa que las moléculas provenientes de la combustión de esa fascinante varita llegaron ya al sitio donde mi nariz las recoge para que estimulen membranas que envían señales a mi cerebro. Y yo siento placer. Es sorprendente lo rápido que viajan estas moléculas, se me antoja averiguar qué tanto pero me distrae el humo. Chris Cornell -el que quiere ser rey- dice también que quiere estar en control de todo.
Control. Hoy no. Contemplo el humo y lo dejo ir todo. Me digo “déjate caer”, así como Los Tres. Sigo el hilito blanco que vuela bailando al compás del viento, se enrolla entre los libros y mis ojos encuentran las palabras “The Universe in a nutshell. Stephen Hawkin”. Un hermoso acercamiento a la física teórica con un genial uso del lenguaje para comunicar semejante aparato de conocimientos. También es un objeto bello. Pero no hablaré de física hoy aunque la veo en todas partes. Justo ahora imagino el movimiento browniano de las partículas del humo en el aire. Ante la expresión “el universo en una cáscara de nuez” me enfrento a mil ideas cuando decido olvidar de qué trata el libro. Pienso en algo confinado a un cierto espacio y, según me convenga, el universo podría ser mi mente, mi casa, la Tierra, la Vía Láctea, el Grupo Local, este universo. Algo contenido, aunque sea en sí mismo.
En ese jueguito de irle poniendo capas a la cosa, mi cáscara de nuez se transforma en matryoshka, mientras eso de ser rey y la cáscara traen a Hamlet que dice “I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space”. Me recuerda cuán ilusos podemos ser y a la vez cuán poderosos. Cuál de las dos depende del contexto, de cómo se entienda la ilusión.
Mi trabajo es eludir la ilusión cuando ésta es sinónimo de una imagen irreal. Buscamos representar lo mejor posible el Universo y cada cosa que lo compone. Tenemos prohibido olvidar que nuestra representación es imperfecta y la tarea es justamente su perfeccionamiento, mejorar la aproximación sabiendo que jamás estará completa y que la búsqueda no se acaba. Mi trabajo es también cultivar la ilusión cuando es el motor que genera esa búsqueda, el deseo de lograr algo, cuando es la imagen de una meta, una proyección hacia el futuro. Es lo que hacemos los educadores o, al menos, lo que deberíamos hacer.
Al final sigue siendo una cuestión de palabras. Retumban en el cerebro, ése que se parece a una nuez. Tal vez estoy pensando en palabras por haber leído últimamente textos que tratan sobre ellas. O por haber discutido al respecto con los profesores presentes en la Guatemalan School of Astrophysics –GUASA− mientras soy testigo del acto de generosidad de todos los que intervienen en ella. Cómo comparten ideas, conocimientos de frontera, experiencias, preguntas, todo a través del lenguaje que, en el caso de la ciencia, se extiende a un sistema de símbolos y relaciones que ya no son palabras, pero sí conceptos poderosos. Comunican también al público interesado la belleza del Universo, despiertan curiosidad, siembran ilusión. Contemplarán el cielo en la noche, tal como ahora contemplo el humo. Hablan de planetas lejanos, la cáscara de nuez se hace grande y las nueces-cerebros de todos se expanden más allá de lo que se puede ver con los ojos, descubren cómo mirar de otro modo, traducir señales y encontrar en medio de toda la música-ruido que podemos detectar, la melodía que significa “planeta”. Alguien le pone nombre. Son palabras-letras-números.
Seguimos buscando, haciendo cuestionamientos. Combinamos palabras-concepto y palabras-pregunta porque todavía existen cosas por descubrir y luego nombrar. Recuerdo esto hoy que detuve la locura de todos los días y pude contemplar algo. De vuelta en la espiral del humo, con un gato que me acaricia sobre las piernas y a quien devuelvo el gesto, veo que ese ajetreo demencial que necesitamos controlar, donde la felicidad nos elude la mitad del tiempo –si bien nos va−, puede hacernos olvidar lo que realmente importa: que hay mucho que no sabemos, que hay que hacer siempre más preguntas y que éstas surgen en un silencio lleno de palabras. Que hemos olvidado ser felices, que la felicidad reside en la pregunta, en la incógnita, en el viaje, y que las respuestas no son más que el principio de la siguiente pregunta.
* Nutshell, canción de la banda Alice in Chains, del álbum Jar of flies (1994).
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