En la actualidad esas expresiones parecen parte de un folclore desgastado y fuera de moda. Quizá conforme el nivel de ingresos va mejorando, esas frases aburridas se nos olvidan y nos ocupan cosas más modernas, como cuidar nuestros megas de data, no dejar la cámara o el micrófono abierto durante una teleconferencia o encontrar a alguien que no cobre mucho por hacerles las tareas escolares a nuestras pobres criaturas.
Por desgracia, resulta que aquellos sermones obsoletos devienen las verdaderas cosas por las que deberíamos preocuparnos. Las razones sobran.
Parece que un recargado espíritu del maltusianismo vuela ahora sobre nuestras cabezas. Si ya lo olvidamos, Thomas Malthus fue un economista y demógrafo inglés nacido en 1766 que, aguafiestas que era, afligió al mundo con esta teoría: la población crece más rápido que la producción alimentaria y para que no haya más gente que comida, es necesario que nos acometan guerras, hambrunas y pestes.
En general, se dice que la teoría maltusiana estaba equivocada porque él no tuvo manera de imaginarse que la revolución verde, el monocultivo extensivo, la biotecnología y las ciencias de los alimentos nos permitirían multiplicar cíclicamente la capacidad productiva alimentaria. Es más, al día de hoy, la humanidad produce suficientes alimentos para toda la población y un poco más, pero nada está resuelto todavía.
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Hoy, la alimentación de la población mundial tiene tres grandes preocupaciones: a) mantener el ritmo de crecimiento de la producción para cubrir la demanda (preocupan el cambio climático, las guerras comerciales, el abandono del campo y el crecimiento de las ciudades); b) a pesar de producir suficientes alimentos, la desigualdad económica y la exclusión social hacen que decenas de miles de niños mueran diariamente por falta de un bocado y que la población infantil con desnutrición crónica no se reduzca, o no lo haga al ritmo prometido por los países; y 3) los altos niveles de pérdidas de alimentos.
Hablemos esta vez del último punto.
Los cultivos sembrados se ven afectados por elementos climáticos, falta de fertilizantes, plagas, factores hídricos (sequía e inundación) y mal manejo técnico, lo que puede representar altas pérdidas promedio que, en Guatemala, suelen ser hasta del 30 % de la producción esperada. Cifras similares pueden alcanzarse en la fase postcosecha (pérdidas en transporte, mal almacenamiento, plagas etc.). Y hay más.
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Según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hay una constante pérdida de alimentos (nótese que ya no se trata de cultivos, sino de alimentos). Estas pérdidas se dan por causas como alcanzar su fecha de vencimiento sin ser consumidas, rechazos de productos en buen estado por puros caprichos del consumidor (exigencias de tamaño, color, apariencia…), pérdidas no deseadas pero intencionales (los agricultores dejan de cosechar porque les sale más caro que recibir los precios que les ofrecen), desechos durante la preparación industrial o doméstica (por ejemplo, ¿cuánto queda de las papas y zanahorias después de peladas, o de las lechugas después que las hojas externas son desechadas?), y, finalmente, las enormes cantidades de alimentos que dejamos en nuestros platos simplemente porque ya no queremos comer. También se pierden los alimentos cocinados que cada día no llegaron a venderse al público en los restaurantes (toneladas diarias en muchas ciudades del mundo) y los que mueren de olvido en el refrigerador o un estante de casa.
Veamos cifras: la FAO estima que se pierden hasta 30 % de los cereales; 40-50 % de raíces y tubérculos, frutas y vegetales; 30 % de las oleaginosas, carnes y lácteos; además de 35 % de productos de pesca. Eso es demasiada comida y demasiado dinero.
Podemos evadir de nuevo la profecía maltusiana, pero necesitamos ser estratégicos, decididos y, sobre todo, involucrarnos personalmente. No es un problema solo para gobiernos, el sector privado o los agricultores. Es un problema donde usted y yo tenemos no solo participación sino responsabilidad. Nos guste o no, somos parte del problema.
En el próximo artículo veremos algunas opciones para reducir la pérdida de alimentos, con énfasis en el hogar.
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