Hace algunos años tuve la oportunidad de leer dos grandes obras del nobel de literatura de 1998, José Saramago: Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Hoy, al ver el mundo que se desgarra en su humanidad y en crisis en todos los órdenes de lo social, en los que transcurren nuestras vidas, vienen a mi memoria esas obras y reflexiono sobre la mirada aguda, crítica y portentosa de este maravilloso escritor, que desde la ficción nos hace pensar sobre el mundo construido por la ceguera que padecemos. Lo que quiero traer a colación es, pues, el contenido siempre ético y político de sus obras, las cuales, considero, nos pueden dar luces para enderezar el presente.
En la primera obra, Ensayo sobre la ceguera, Saramago, con su grandiosa narrativa, nos habla de cómo en una urbe cuyo nombre no menciona sorpresivamente empieza una epidemia llamada por él «ceguera blanca», pues lo único que ven los que la padecen es un gran manto lechoso, blanco. Los personajes no tienen nombre propio. El autor se refiere a ellos por algo que los determina. Por ejemplo, al personaje principal la llama «la esposa del médico». Ocurre que todos se van quedando ciegos. La ceguera blanca es contagiosa, no explicable científicamente. Ante esta circunstancia, las autoridades imponen un estado de sitio y a quienes han perdido la vista los albergan en un lugar especial, de modo que todos van a parar allí. Solo la esposa del médico no pierde la vista y generosamente apoya a todos los ciegos para que puedan solventar sus necesidades primarias. Todo se ha vuelto un lugar inhabitable, una cloaca.
Esta narración se asemeja a lo que ocurre en nuestro país, en el cual se vivieron décadas de gran lucidez, no perfectas, pero que daban cabida a la esperanza. A los líderes sociales y políticos de ese tiempo no solo se los privó de la vista, sino de la vida. Muchos de ellos fueron masacrados y torturados, otros excluidos por la pobreza y la ignorancia. Fueron ciegos ante la debacle que se acercaba: la terminación fatal del período de una cercana revolución. Otros, ante la persecución por sus ideales, escaparon a otros países. Unos más se incorporaron a bandas que les ofrecían poder y dinero. Así, poco a poco la gran mayoría fue formando parte del mundo de ciegos que nos han gobernado o han estado en los espacios de decisión, y hoy tenemos un país donde campean la corrupción, la delincuencia, la pobreza, la injusticia, la violencia sin control. Los valores de los que habla Saramago en Ensayo sobre la ceguera, la solidaridad, la bondad y el respeto, están ausentes en los círculos del poder.
La otra obra, Ensayo sobre la lucidez, hace referencia a una postura política que asumen los habitantes de una ciudad ante un proceso que se avecina: la celebración de elecciones municipales. Ante esto deciden participar en las elecciones, pero dejando el voto en blanco, como si por medio de las redes sociales hubieran adoptado colectivamente la idea de dejar perplejo al poder. El Gobierno ve en esta estrategia un peligro capaz de terminar con lo establecido, pues ellos corren el riesgo de perder sus privilegios. Considera que esa medida ciudadana obedece a consignas internacionales de grupos extremistas. Ante estos temores, el poder asume el control con la violencia que lo caracteriza, y los votantes son perseguidos y aniquilados.
Vemos en esta obra de ficción lo que ocurre en la realidad: ante la amenaza de perder sus privilegios, los que detentan el poder recurren a la violencia extrema, a las desapariciones forzadas, a canalizar los escasos recursos económicos de los pueblos en la represión.
La lectura cuidadosa de estas novelas puede ayudarnos a interpretar lo que está ocurriendo en esta coyuntura: la mayoría ha sido recluida en los guetos de la ceguera, donde unos la pasan peor que otros. Y para ser más clara recurro a Edelberto Torres-Rivas y retomo su estratificación del «edificio de cinco pisos»: los del más bajo estrato están en la ceguera de la supervivencia, por lo que allí vivir o morir es asunto de todos los días; otros vivimos la ceguera desde un tercer o cuarto piso, donde nuestro confort nos cegó a la realidad en su complejidad y donde nuestras aspiraciones más sentidas son mejorar nuestro estatus para entrar en el mundo del consumismo y del individualismo. Por ello muchos enmudecieron y se atrincheraron en sus espacios de seguridad ante los males sociales que padecemos. Otros terminaron siendo parte de las mafias hoy existentes en la mayoría de las instituciones.
Sin embargo, considero que hay cambios y que estos se están generando en ámbitos diversos: en los hogares de muchos guatemaltecos, en las pequeñas comunidades, en grupos organizados, en juventudes, en algunas responsabilidades públicas tomadas desde la valentía del rescate de las instituciones. Allí hay personas lúcidas que creen en el bien común, luchan, se arriesgan y aman la vida y sus más esenciales bienes comunes. Estas personas y espacios forman parte de una nueva época, de una nueva visión acerca de lo que hay que hacer: llegar al fondo de la podredumbre y desestructurar sus raíces, incluyendo nuestras maneras de vivir y convivir, que muchas veces nos atrincheran en las homogéneas cegueras.
Ojalá que las personas, las constelaciones de personas que han empezado a articular estrategias valiosas para rescatar al país de las mafias hoy incrustadas en el poder, puedan seguir y consolidar un trabajo tan importante como el iniciado: recuperar territorios de los proyectos que generan muerte y destrucción, denunciar y hacer justicia con las corruptelas de los políticos, evitar el nepotismo, la corrupción, la impunidad.
La propuesta es recuperar lo ético y lo público, cambiar el modelo económico que multiplica las desigualdades, combatir el racismo, el patriarcado, las violencias, la disgregación. Este país no puede seguir generando «parias del desecho», como dice Zygmunt Bauman. Por el contrario, este país tiene derecho y potencial para salir de la ceguera y caminar con pasos firmes hacia la lucidez: la del bien común y la solidaridad.
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