Manuel Castells lo llamará contrapoder. Castells ha estado investigando por años los ires y venires de la información, los nuevos canales y medios de comunicación y la institución de redes sociales de una manera suficientemente amplia como para comprenderlas. La disputa de hoy, dice Castells, es por cómo piensa la opinión pública, por aquello que cree o que le inducen a creer. ¿Hay manipulación? De sobra, y esta se convierte en un mecanismo de poder sutil pero eficiente. «Torturar cuerpos es menos efectivo que modelar mentes», recordará el sociólogo español.
Hay también formas de contrapoder que trascienden la comunicación y el mundo virtual. Son los proyectos que se van generando de la discusión y de la reflexión, de la organización y de la acción política. Las propuestas no son solo de reforma —¿puede ser la reforma contrapoder?—, sino también las que piensan otros Estados, otros diseños institucionales, otros mecanismos para dar vida a los valores políticos en los que se cimenta nuestra relación política entre ciudadanos y entre ciudadanos y Estado.
A lo largo de los últimos años, en los cuales los actores del poder tradicional han recuperado su espacio y su gallardía y han hecho gala de un cinismo vulgar, me he preguntando dónde están las fuentes de nuestro contrapoder. Frente a los corruptos que denuncian a quien los persigue o a las comisiones de la verdad que pretenden hacer de la mentira el discurso creíble, estoy en busca de comprender dónde radica nuestra capacidad de interpelar ese poder, el poder de los pocos que determina la vida de todos.
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La lucha por una institucionalidad recta y democrática, que se proteja de la corrupción y de los corruptos, es necesaria. Es un tipo de contrapoder necesario que se enfrenta al Estado corrupto y copado, pero también el racista, elitista, indiferente a las necesidades de la población. También existe un contrapoder más radical: ese que nace de otras formas de organización política y social que resguardan el sentido de colectividad y de comunidad. Hay otras formas de estatalidad en territorios indígenas y hay otras dinámicas de solidaridad en barrios urbanos. Las propuestas ya se delinean: la asamblea constituyente popular y plurinacional, la democracia plurinacional y los Estados autónomos de los pueblos indígenas. Falta determinar las urbanas, si existen.
La ciencia política es la disciplina que busca entender el poder, el Estado y la política. Llega a Guatemala a finales de los años 1960, en un contexto de guerra que poco permitía las alternativas democráticas. Habrá que esperar un par de décadas para que la Universidad Rafael Landívar inaugure la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En su 30 aniversario el pasado mes se invitó a tres decanos a pensar la ciencia política en la Guatemala actual. Víctor Gálvez Borrell, uno de los invitados, me recordó la importancia personal de la profesión que escogí: soy politóloga porque quiero entender el poder y sus mecanismos institucionalizados; me interesa identificar los disfraces de la democracia y desenmascararlos. Pero soy politóloga porque me interesa la fuente de un poder diferente, porque quiero entender el contrapoder (los contrapoderes) y porque confío en que al entenderlos tendremos más oportunidades de construir sociedades más dignas.
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