La estrategia llegó a conocerse como el yunque y el martillo. Mientras se enviaba a la infantería en formación de falange a batirse de frente para anclar en su sitio a la línea enemiga (el yunque), se empleaba la caballería para rodear al oponente y atacarlo por el flanco (el martillo). Su hijo Alejandro probó el valor de esta estrategia ganando las batallas del Gránico y de Isos.
Pero cuando Alejandro enfrentó la batalla más importante de su carrera hubo de innovar: los persas conocían sobradamente la estrategia. Sin embargo, él sabía lo que ellos ya sabían y usó esto a su favor. Frente a frente con el rey Darío en Gaugamela, actuó como si fuera a hacer lo mismo de siempre: mandó derecho a la falange y dirigió a su caballería a un costado del campo de batalla. Los persas no permitirían que los rodeara de nuevo, así que extendieron su línea conforme la caballería macedónica avanzaba. Haciéndolo, involuntariamente abrieron un boquete efímero en el centro de su línea (cerca del rey Darío) y los veloces caballeros griegos no perdonaron. El yunque de siempre y un martillo modificado ganaron la batalla más impresionante del mundo antiguo.
Aquella hombrada de hace tantos siglos anuncia el daño al que se expone quien hace siempre lo mismo o cree que todo siempre será igual. Nuestro mundo ya no es de caballeros ni de falanges, como tampoco lo es de enemigos apostados uno frente al otro. Pero, ¡por supuesto!, sigue siendo un mundo que exige pensar y actuar estratégicamente. Veámoslo en lo que yo creo que es el mero meollo de la situación que se vive en Guatemala: el tema tributario.
Con una patronal que con mucha disciplina ha derrotado toda reforma tributaria en las últimas décadas, no es difícil comprender por qué los reformistas ven tan sustancial este tema. Acaso mejorar la recaudación sea la llave de un país más justo. ¡Y por eso es tan difícil! De por descontado es que la patronal la peleará como siempre, valiéndose de un yunque (el extendido sector informal) y un martillo (su influencia en instituciones clave como la Corte de Constitucionalidad). Así ha sido siempre y será también por los siglos de los siglos. ¿O no?
Quizá. Pero estos son tiempos en que Trump es presidente de Estados Unidos, así que vale la pena replantearse las cosas. Si los republicanos idearon una forma de ganar la presidencia con el voto de los sindicalistas, ¿por qué los agremiados chapines no habrían de idear una forma de ganar con un Estado más grande? Y no hablo de ganar en el sentido Pareto (¡todos felices!), sino en un sentido político de suma cero (es decir, a costa de los demás).
Analicemos: si puede confiarse en que los sectores académico-progresistas están tan casados con el modelo que siempre apoyarán aumentos de la tributación no matter what y en que la patronal de alguna manera adquiere renovada influencia en la repartición de los fondos, ¿no vemos aquí un renovado yunque y martillo para enriquecerse de cara al resto de la sociedad?
Antes de llamarme descabellado vea a su alrededor. «¡Maquila! ¡Maquila! ¡Maquila!», señalan los economistas. «¡Factura! ¡Factura! ¡Factura!», advierte don Juan Francisco Michelín Solórzano. «¡Corrupto! ¡Corrupto! ¡Corrupto!», redobla la Cicig. Es decir, ¿del esquilme a las panaderías de barrio sacaremos para construir la plataforma de la industria textilera que nos sacará del subdesarrollo? ¡Nada de que preocuparse! El señor de la pasta[1] (Julio Héctor) no es corrupto ni impresentable, pues sus vínculos son muy limpios: viene del sector textilero.
¡Pero usted va a pensar que soy un anticrecimiento!, así que acabo aclarándole que no lo soy. ¡Que se abran empresas y que se haga mucha plata! Pero ¿acaso es mucho pedir que cada negocio se haga cargo de sus propios costos? Y si se piden subsidios (¡no es pecado!), pues que se sea un poco más justo. Porque luego da pena ver cómo salen Julio Héctor y Michelín denostando a otros que no son maquileros cuando piden un régimen más favorable.
Claro. En lugar de consultorías avaladas por profesionales con estudios en el extranjero ofrecen churrascos. Pero eso no demuestra que su sector no tenga potencial estratégico, sino que no cuentan con la organización o la plata para hacer un lobby adecuado. Hablo de organización como la que tienen esos jóvenes que ayudan a Michelín a dar penca mediática (el yunque).
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[1] Me disculpan los lectores por el término, pero es que llevo casi dos años en la Castilla profunda y he olvidado cómo se nombra coloquialmente el dinero en Guatemala.
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