Alfonso Portillo se ha sentado de nuevo, después de mucho tiempo, frente a micrófonos y los flashes. A su lado: su esposa, su hija y su hermana. Al frente, más de un centenar de periodistas atentos a cada palabra y cada gesto suyos. Tras él, un grupo de políticos y amigos que esperan en algún momento estar en el círculo de los predilectos. Habían pasado 11 años desde la última vez que Alfonso Portillo, Presidente de Guatemala entre 2000 y 2004, no tenía una aparición pública de esta magnitud. Fue el centro de atención en algunas ocasiones en ese período, pero se debió a sus conflictos con la justicia, la estadounidense y la guatemalteca.
Su regreso, el 25 de febrero, después de una pena de ocho meses es el fenómeno mediático principal en lo que va del año. Se trata del “hijo pródigo”, como él mismo se definió. Según dice, un hombre que cometió un error, pero que regresa con mucha humildad a dialogar con todos. Está listo para empezar de nuevo una vida como hombre de familia, como ciudadano y, “posiblemente” como político.
Pero, ¿por qué fue tan importante su llegada?
Portillo es el primer expresidente guatemalteco en haber sido procesado y condenado por actos relacionados con corrupción. Su presidencia estuvo marcada por serios conflictos con el sector empresarial y por despertar simpatías en los sectores menos favorecidos de la población.
Para su regreso se preveía una recepción masiva en el aeropuerto internacional La Aurora. El día de su arribo, sin embargo, la afluencia de personas no fue tan grande como se esperaba. Los asistentes difícilmente llegaban al medio millar, aun contando a los vendedores de suvenires como playeras, sombreros y cintas con la imagen del recién llegado.
La mayoría de sus seguidores debió conformarse con verlo de lejos mientras les enviaba un saludo. La decepción por no poder tenerlo cerca no impidió que lo ovacionaran, de la misma forma que lo hizo una parte de los periodistas que cubría su aparición pública.
La mayoría de guatemaltecos pudo verlo. La transmisión simultánea en canales de televisión abierta, de cable y emisoras de radio hacían recordar las cadenas de información oficial durante las dictaduras militares. Una transmisión simultánea que ya no pueden imponer ni los presidentes en turno, la logró Portillo con su regreso.
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“A mí lo que me tiene sorprendida es el recibimiento que tuvo por parte de la gente”, sentenció Nineth Montenegro, diputada de Encuentro por Guatemala, quien atribuye el entusiasmo de algunos a una manifestación de amnesia, similar a los efectos de la peste del insomnio que sufrieron los habitantes de Macondo en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. “Lo que sí tengo que decir es que cumplió su condena y tiene derecho a reinsertarse a la sociedad con su familia y en su país de origen”, matizó. Pero también reclamó la responsabilidad de los medios de comunicación en la forma en que se abordó el tema de su regreso, pues considera que se sobredimensionó el evento.
Pero la cobertura mediática para Portillo puede estar apenas empezando, al menos si encuentra el proyecto político que dice estar buscando, no sólo por parte de los canales y las radios que cuentan con la influencia de su exministro de Comunicaciones, Luis Rabé, sino de todos los medios de comunicación afines y contrarios que estarán atentos a cada paso suyo en la medida que avance el proceso electoral.
Es de esperar que encuentre eco entre las personas que lo apoyan. Este es el caso de Jeaneth Pérez, dirigente del movimiento portillista, quien aseguró que como vendedora del mercado La Presidenta, el mejor momento económico se vivió durante el gobierno del FRG, situación que atribuye a las políticas impulsadas por el entonces presidente.
El hombre nuevo que perdona
Dicen que la cárcel cambia a las personas. A su regreso de Estados Unidos, parecía que esto le había sucedido al expresidente. Físicamente no se ha transformado demasiado, y quizá hasta mejorado un poco si se toman en cuenta los problemas de salud que surgieron cuando estaba a punto de ser extraditado. Presumió dehaber quedado en segundo lugar en un concurso de despechadas en la cárcel estadounidense a sus 63 años, tras superar incluso a jóvenes de 25. Salvo por las sienes y el bigote canados, su imagen es casi la misma de cuando ocupó la primera magistratura entre 2000 y 2004.
Lo que ha cambiado es su discurso. “En la capital se les olvidó el pasado y volvieron a votar por el canchito”, expresó en una presentación pública a pocos días de dejar el poder en referencia a la victoria de Álvaro Arzú –su predecesor en la presidencia– como alcalde capitalino.
Ahora su idea, o al menos así lo asegura, es una apertura total al diálogo de una unión entre los sectores de la población para establecer un proyecto conjunto que beneficie a todos. Trae una lección aprendida: la de no abrirse frentes innecesarios. Las rencillas parecen estar olvidadas. “Si alguien me dice que fulano de tal estuvo tras mi persecución, eso ya pasó, ya no existe. Lo que importa es hoy”, asegura.
El ánimo de reconciliación que manifiesta llega al empresariado organizado. “Tal vez yo hubiera podido hacer más cosas si no me hubiera enfrentado al sector privado”, indica. Aunque siempre atribuyó su captura a la oposición política por no haberse alineado a los intereses del sector empresarial, ahora señaló que todo eso forma parte del pasado y que no está buscando revanchas.
“Yo me peleé con el sector empresarial. Nos dijimos de todo: un error. No sé si el sector privado se puede hacerse una autocrítica de por qué se confrontó conmigo, pero eso ya pasó”, dice. Pero su visión en este momento es la de acercarse a este segmento de la población “que invierte, que da empleo y vida a la actividad económica”.
Sin embargo, no le causa mucho entusiasmo pensar en un encuentro con el responsable de firmar su extradición, Álvaro Colom, expresidente electo por la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE). “Me costaría mucho, pero como ya dije que me reuniría con todos, pues también lo haría con él”, expresó entre risas.
De cualquier manera la falta de entusiasmo parece ser compartida. El día de su regreso, la cuenta de tuiter de la secretaria general de la UNE y precandidata presidencial de ese partido, Sandra Torres, estuvo cargada de mensajes en los que recordaba el mérito de haber estado en el Gobierno que firmó su extradición. El 2 de marzo, los mensajes contra Portillo continuaban. “Vivir en paz es no tener a Alfonso Portillo en este país, siendo él un exconvicto”, expresaba uno de los tuits más recientes.
El tiempo en reclusión, quiere demostrar Portillo, le ha servido para encontrar también el perdón para la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). Si tuviera que juzgar desempeño de la Cicig, según su caso, Portillo asegura que diría que “no sirve para nada”. Su crítica a la Comisión es que casos como la investigación en su contra, que condujo a su arresto procesamiento y condena, se salen del objetivo para el que fue creada: desmantelar cuerpos paralelos dentro del Estado.
Portillo aprovecha una pregunta para recriminar el trabajo de los anteriores comisionados, Carlos Castresana y Francisco Dall’anese, a quienes define como “un comisionado que se plegó a grupos de poder y otro que sólo vino a escribir una novela que ni él mismo leyó”. No obstante, su opinión ahora es diferente. Con base en lo que asegura le han informado, considera que el trabajo de la Cicig hace vislumbrar una esperanza que amerita la discusión.
Hay cosas que no cambian
Pero hay rasgos de la personalidad del expresidente que siguen intactas, aunque él considere que ha perdido forma en ese aspecto. Se trata de su potente oratoria, su capacidad de discurso, su carisma, y la desfachatez para admitir las cosas de las que se le acusa. El Gobierno de Portillo y de su partido, el Frente Republicano Guatemalteco (FRG), se caracterizó por escándalos como el desfalco al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social y un desvío de Q30 millones en el Crédito Hipotecario Nacional, sumados a prácticas de la bancada oficial de entonces que les generó varios señalamientos.
En su último año fue notorio el clamor entre los eferregistas porque Efraín Ríos Montt fuera inscrito como candidato presidencial. El general retirado no podía postularse debido a una prohibición constitucional. Durante la administración de Portillo, la Corte de Constitucionalidad declaró que no había prohibición y el exdictador pudo participar en la contienda electoral.
El escándalo para Portillo no fue ese, sino que durante las manifestaciones violentas a favor de la inscripción de Ríos las fuerzas de seguridad no salieron a las calles a pesar de los disturbios que se tornaron violentos. “Defenderé la seguridad de los guatemaltecos, con mi vida si es necesario”, expresó en esa ocasión. Al final de su administración casi una decena de funcionarios y colaboradores de su gestión enfrentaron procesos penales por los actos de corrupción señalados. Situaciones como esa provocaron que su gestión fuera calificada en 2004 como la más corrupta de la historia.
“A quienes dicen eso, habría que preguntarles si en la actualidad lo siguen pensando”, bromeó el exgobernante al ser consultado sobre la corrupción en su Gobierno en comparación con el actual.
Frases como: “La corrupción no empezó con mi Gobierno ni se acabó cuando me encarcelaron”, o “el contrabando no nació en mi gobierno, viene desde hace décadas”, hacen recordar su reacción cuando todavía era candidato presidencial y corrigió a un entrevistador que le cuestionaba sobre un homicidio en Chilpancingo, Guerrero, México. “No fue uno. Fueron dos”, expresó en esa ocasión Portillo, antes de explicar que se trataba de un acto en defensa propia.
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No aceptar señalamientos después de haberse declarado culpable de un delito, como lo hizo el 18 de marzo del año pasado, no tendría mucho sentido. Antes de eso, en los tribunales de justicia aseguraba ser inocente y acusaba a sus rivales políticos de las acciones en su contra, su postura de inocencia la mantuvo incluso al inicio de su proceso en Estados Unidos.
“Cometí un error”, es la frase que usa ahora el exfuncionario. Su error tuvo un costo de US$2.5 millones. Ese es el valor del cheque que recibió del Gobierno de Taiwán por mantener relaciones diplomáticas con ese país. El delito por el que se declaró culpable fue conspiración para el lavado de dinero y eso lo ayudó a obtener una condena breve que se complementó con el tiempo que pasó en prisión preventiva desde su captura en 2010.
En Guatemala la acusación era por el desvío de Q120 millones del Ministerio de la Defensa. Portillo también era requerido en Francia por el manejo de los recursos provenientes de Taiwán. Sin embargo, ambas querellas fueron desestimadas. El apoyo de las personas cercanas tampoco ha cambiado mucho de cuando fue presidente. Para Juan Francisco Reyes López, exvicepresidente de Portillo, y organizador de “las manifestaciones espontáneas” para darle la bienvenida, es importante que recibir una donación como la que Portillo recibió del gobierno taiwanés no es un delito. Además, considera que ante la desesperación que puede provocar el encierro a la espera de un juicio, es comprensible que alguien se declare culpable.
El político que promete, el de siempre
Dice no estar seguro si competirá o no por un cargo de elección popular, ni siquiera si volverá a la política o no. Pero los esbozos de promesas electorales sobresalen en su discurso.
Una de sus quejas es que ninguno de los partidos que participarán en la próxima contienda ha hablado de reformas a la Constitución Política. “El país necesita una reforma estructural importante”, asegura y está convencido de que “sin prepotencia” ha estudiado la estructura de poder en Guatemala y sabe cuáles son los cambios que se necesitan.
Esto no es del todo cierto. Dos de los partidos en contienda, Partido Patriota (PP) y Libertad Democrática Renovada (Lider) presentaron en esta legislatura proyectos orientados a reformar la Carta Magna. La falta de apoyos dejó el tema de lado. La razón es que aunque varios sectores consideran necesarias las modificaciones constitucionales, pocos estarían dispuestos a dejar estos cambios en quienes representan a la clase política actual.
El planteamiento de Portillo es que los partidos que tienen mayoría en el Congreso deberían comprometerse para hacer las reformas correspondientes durante el próximo Gobierno. Las cosas que necesitan cambiarse, según indicó “el país está al borde de un conflicto social de gran envergadura”.
Se queja, entre otras cosas, de la forma en que se crean universidades para contar con las cuotas de poder en las Comisiones de Postulación, primer filtro de elección de las autoridades judiciales, así como de reglas claras en aspectos como la Ley de Compras del Estado.
También lanza un mensaje sobre la forma en que operan las industrias extractivas en Guatemala. El exmandatario aseguró que una de las empresas canadienses que operan en el país acordó un pago de regalías del 50% con el Gobierno de República Dominicana, mientras que en el territorio guatemalteco no pagan ni el 10%.
Sobre la sinceridad de sus ideas de cambio y reconciliación se ciernen antecedentes contradictorios como promesas incumplidas, cambios de opinión y de postura, y una condena tras admitir un delito. Pero es posible que no haya que esperar más allá de este año para determinar si se trataban de palabras sinceras o de un discurso hábil como los que han caracterizado al exgobernante.