Difundir una verdad a medias, a partir de hechos tijereteados a conveniencia, se vuelve una mentira. Es el modus operandi de quienes toman varios datos, casi todos públicos y que no requieren de mucha investigación, y maliciosamente los relacionan entre sí para hacer creer algo distinto, siempre en detrimento de los involucrados. Esta asociación malintencionada hace pensar que el objetivo real no es la búsqueda de la verdad. Más bien se trata de atacar y deslegitimar a personas y organizaciones específicas, adversas a los intereses que otros defienden. Es un juego rudo y sucio que responde a pequeños grupos de poder más que a sectores completos.
Estos individuos y agrupaciones, que al parecer también operan desde el Gobierno o al menos con su beneplácito, aplican una vieja fórmula que funciona, pero que caerá por su propio peso y se revertirá. No es casualidad que desde la presentación de los casos Creompaz y Cooptación del Estado en 2016 se haya intensificado esta práctica de desgastar figuras y sembrar desconfianza en redes sociales y medios de comunicación.
Intentan centrar la atención y la opinión pública en aquello que en realidad no es el problema. La consigna es desviar los focos de lo verdaderamente importante y que les afecta para generar confusión y zozobra. Así, el problema ya no es la impunidad, sino quienes la investigan. El problema no es la desigualdad, sino quienes trabajan por disminuirla. El problema no es la injusticia, sino quienes la denuncian. El problema no es el financiamiento ilegal, sino la cooperación internacional. El problema no son las acciones corruptas de funcionarios y gobernantes, sino quienes reportan y comunican los hechos. El problema no es el atropello constante de los derechos humanos, sino creer que estos solo benefician a supuestos delincuentes. El problema no es la negación sistemática de la verdad, sino la temida polarización. El problema no es la obstaculizada búsqueda de justicia, sino el resarcimiento que la ley contempla. El problema no es que vivamos en una democracia frágil y tutelada, sino el fantasma del comunismo.
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Esto no quiere decir que el fin justificará los medios. No se trata de no ser críticos y de que callemos los errores y las faltas de las personas, instituciones y organizaciones con las que compartimos causas. Sin embargo, no podemos obviar que las tácticas de las cortinas de humo y de las amenazas ficticias más efectivas suelen venir de las maquinarias del statu quo. No son convicciones democráticas y republicanas las que mueven a estos grupos en particular. Tampoco hay interés en debatir ideas y visiones de país. Su motor es el miedo a perder poder y la arrogancia derivada de la convicción de que jamás enfrentarán la justicia. Combinación nefasta e insostenible.
Pero la verdad no está de su lado, pues la verdad oxigena, regenera y hace florecer hasta el más árido de los desiertos. La verdad conduce a la justicia y a la paz auténtica. Supera cualquier apetito de venganza, y su horizonte sobrepasa cualquier tribunal.
No nos dobleguemos a la confusión orquestada. No perdamos el rumbo a un país donde no solo podemos no estar de acuerdo, sino donde también podemos expresar nuestras opiniones y convicciones libremente y sin miedo. Enfoquemos la mirada crítica en lo importante, por muy incómodo y doloroso que sea, para estar a la altura de este momento de ruido despiadado, en el que a gritos se nombra como verdad todo aquello que ansiamos que sea cierto para justificar nuestros miedos.
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