La ahora llamada Ciudad de Guatemala fue asentada en un valle en 1776. Valle de la Ermita era el nombre, pero también la conocían como el Valle de las Vacas porque el entonces propietario del territorio fue quien trajo por primera vez ese tipo de animales al país. La relación de la naturaleza con ciudad se origina en la misma formación de los espacios urbanos. Sin embargo, se reestructuró ante la inminente modernización capitalista.
De ser una llanura pasó a ser un área metropolitana ...
La ahora llamada Ciudad de Guatemala fue asentada en un valle en 1776. Valle de la Ermita era el nombre, pero también la conocían como el Valle de las Vacas porque el entonces propietario del territorio fue quien trajo por primera vez ese tipo de animales al país. La relación de la naturaleza con ciudad se origina en la misma formación de los espacios urbanos. Sin embargo, se reestructuró ante la inminente modernización capitalista.
De ser una llanura pasó a ser un área metropolitana donde habitan más de cuatro millones de personas, con una extensión de 2,253 kilómetros cuadrados, muchos de ellos cubiertos de concreto. Las características del sistema incidieron en la relación hombre/naturaleza.
Además de casas y edificios de cemento, ladrillo y block, en la ciudad hay estructuras de hierro y construcciones de vidrio y concreto. También hay cables, humo negro y personas, que viven dentro de un sitio que pareciera no haber sido diseñado pensando en ellas. Pero también hay aire, agua y sol. Y, aunque escasos, persisten árboles, plantas, flores, algunos animales, pájaros y demás rastreros que prefieren ocultarse (sus razones tienen).
Cuando el ser humano se desentiende, es notable la capacidad de respuesta de los otros seres en la estructura de concreto. Algunas especies sobreviven a la agresividad de la ciudad. Plantas y árboles crecen en soledad en techos y paredes de casas abandonadas, incluso en las habitadas. Otras nacen en las aceras y entre piedras. Raíces de árboles rompen el concreto, pájaros anidan en cables y ramas se enmarañan en bandas electromagnéticas, esas que advierten con electrocutar al (hombre) que quiera pasar a robar. La naturaleza decide dónde establecerse, mientras el hombre se lo permita.