Margarita era una mujer de muchas dimensiones, y por eso uno podría hacer una lectura de su vida con diversas tonalidades. Para empezar, Margarita representa una época de la historia de Guatemala que empieza en la primera mitad del siglo XX y evoluciona con mucho dolor y sufrimiento en la segunda mitad de ese siglo. Margarita también representa el inicio del siglo XXI, donde sus pasos ya eran más cansados, pero sus ojos brillaron con la esperanza de que otra Guatemala era y es posible. Vivió momentos históricos muy complejos y ante esos momentos tuvo siempre clara su posición ética: una mujer guatemalteca totalmente comprometida con la libertad y con la justicia.
Margarita es la Guatemala de la esperanza, casada con la causa de los derechos de las mujeres, de los derechos de los pueblos indígenas, de la memoria histórica pregonada por monseñor Gerardi, del sueño eterno por vivir en una Guatemala en paz y con dignidad. Margarita es la Guatemala que ha luchado y sigue luchando por la vida. Porque Margarita fue, es y será siempre una abanderada de la vida.
Margarita también es la historia de las mujeres de Guatemala y del mundo. De las mujeres que nacieron en un siglo que les decía que su único horizonte posible era el del matrimonio y el del cuidado del hogar y de los hijos. Margarita representa a las mujeres que se levantaron frente a ese horizonte limitado defendiendo su derecho a ser personas tan dignas y tan libres como los hombres. Margarita es la convicción de una generación que anuncia un mundo de igualdad real para las mujeres y que lucha por que ese mundo se construya hoy, y no mañana ni pasado. La tía pagó un alto precio por ser pionera en esa forma nueva y justa de ver el mundo, pero nada ni nadie pudo detenerla en su lucha por hacer valer su libertad y su dignidad como ser humano. Por eso Margarita Carrera fue Margarita Carrera, y no Margarita de alguien.
Margarita es, además, la historia de las escritoras y de la literatura guatemalteca e hispanoamericana. Su voz se hizo gigante y eterna a través de su poesía, sus ensayos, sus columnas, su novela histórica En la mirilla del jaguar y su narrativa en general. Leyéndola, uno aprende ideas y conceptos y experimenta sentimientos y placeres. Sus palabras nos hacen reflexionar, pero también nos invitan a la pasión y a la ternura. Fue una escritora de vocación volcánica, comprometida un día con la justicia y otro con la sensualidad y el erotismo. En su caldera literaria todo se cocinaba a fuego alto. Y por eso sus palabras nos calientan desde afuera y desde adentro. Margarita fue una mujer apasionada, incapaz de vivir y escribir sin descargar su corazón y su espíritu.
Pero ante todo Margarita Carrera fue quien ella fue: única, auténtica y verdadera. Única en cada detalle de su existencia, buscando dejar huella y huellas en los seres humanos que la rodeaban. Única porque no había dos maestras ni profesoras como ella, mentora de muchas mujeres y de muchos hombres, arrebatada por una pasión pedagógica tan fuerte como su pasión por la justicia y el erotismo. Margarita nació para dejar su marca en la vida de muchos seres humanos, su sello inigualable e inconfundible. Tuvo dos grandes hijos biológicos y miles de hijos pedagógicos. Única como gran maestra de la vida de muchos.
También fue una mujer auténtica. Irreverente frente a las verdades de conveniencia y frente a los poderes arrogantes y abusivos que olvidan que son temporales. Margarita vivió su vida sin pedirle permiso ni disculpas a nadie. Proclamó sus ideas y sus sentimientos sabiéndose libre en su pensamiento y en su accionar. No vino a este mundo para inclinarse y bajar la cabeza, sino para levantar su voz y expresarla sin tapujos.
Y por ser auténtica, Margarita siempre fue verdadera. Enarboló la bandera de su verdad y la alzó alto para que todas la vieran. Eso la hizo a veces ser incomprendida, particularmente para su mamá y sus hermanos. Margarita sufrió mucho por eso, pero también aprendió a vivir con ese sufrimiento. Ser verdadera y auténtica tiene muchos costos, pero ninguno es más alto que perder la dignidad. Y Margarita sabía que su dignidad no tenía precio. Ella era la única dueña de sí misma y de su forma de ser. Había que amarla así o apartarse. Al final, la vida le dio la razón porque hoy Guatemala ama a Margarita.
No le digo adiós a Margarita Carrera. Es normal que los seres humanos nos neguemos al hecho de la muerte de nuestros seres queridos, pero en este caso no estoy expresando esa conducta psicológica tan común en el proceso de duelo. Es que realmente es imposible decirle adiós a Margarita porque, si bien su cuerpo es mortal, su espíritu y su legado son eternos. Margarita sigue y seguirá viviendo cada vez que leamos sus versos y su prosa, cada vez que nos haga sentir y pensar lo que ella sintió y pensó al escribir esas palabras. Y, como todos los grandes gigantes de la literatura, Margarita pertenece al selecto grupo de seres humanos que nunca morirá.
Fiel al espíritu iconoclasta de la tía, concluyo agregando una bienaventuranza que no encontrarán en los Evangelios: «Bienaventuradas las mujeres que se atreven a expresar y vivir su verdad porque ellas jamás serán olvidadas».
Hasta pronto, tía linda. Hasta siempre, Margarita.
(Basado en las palabras pronunciadas en el funeral de Margarita Carrera el domingo 1 de abril).
Más de este autor