El primero, por una cuestión de principios, no lo comparto. Soy intolerante con la censura. Y tampoco creo que pueda o deba debatirse. Eso equivaldría a abrir la puerta a los demonios que aún rondan estos oscuros callejones por los que transita nuestra historia. En un momento cuando de lo que se trata es de cerrarlas. (Ojo: cuando digo cerrar no digo olvidar)
Por otro lado, el criterio editorial sí que me parece necesario que se discuta de forma abierta, coherente, productiva y respetuosa. El tema más espinoso pasa por quién es el que pone la plata y en consecuencia, quién pide las canciones. ¿Que qué pienso yo de eso? Pues mi respuesta es una utopía: que los financistas no debiesen tener injerencia en seleccionar las canciones de la rocola. Ya lo digo, es una utopía. Las canciones que a lo largo de nuestra historia hemos escuchado están demasiado viejas y suenan desafinadas. Ahí está el debate.
Pero mientras se encuentra una solución viable, a mí francamente el tema me desborda, me rondan otras dudas: ¿deben acaso las columnas regirse por un criterio editorial? Pues no. Y parto de la premisa de que la sección de opinión de un medio es, vamos, su nombre lo indica, opinión. Se supone que todos somos diversos y que en consecuencia, tenemos diversas formas de ver y entender este mundo complejo y este presente espinoso por el que nos toca bregar. La única relación que le veo con el criterio editorial es cuando el responsable decide a quién invita para que “emita su opinión” y “debata” con los lectores y demás interesados.
Las secciones de opinión de un medio no pretenden tener eso que llaman “rigor periodístico” algo a lo que sí deben apegarse los reportajes y artículos que dicho medio “produzca”. Al final, son ésas las canciones por las que el financista paga. En el caso de Plaza Pública, esto es más que obvio. Si se aplica este mismo criterio a la sección de opinión, se desnaturaliza y en consecuencia, el medio se empequeñece.
Así que creo que de acuerdo a los criterios de selección de a quién se le asignan los espacios, es entendible la decisión tomada por Martín Rodríguez, Director de Plaza Pública, de clausurar una columna de opinión en este medio. Pero no así la de borrar y denegar el acceso a un texto que en esa columna se escribió. Esto último es censura. Y no hay que darle muchas vueltas. Pienso que esto es un tirón con riesgo de convertirse en desgarro. Algo innecesario para la reputación del medio. Creo yo, desde fuera, que pudo manejarse de una mejor manera. O tal vez éste sea el precio a pagar por dejar claros cuáles son los límites editoriales y cuál es su rango de aplicación.
En todo caso, a lo hecho pecho. Es un acierto que Plaza Pública esté dispuesta a debatir estos temas. Ojalá el debate vaya en la dirección que se necesita y no pese el tufo feo y desagradable que siempre dejan las censuras. Y que tampoco se reduzca la oportunidad a dar explicaciones que no aporten nada nuevo a lo que ya sabemos: el funcionamiento de los medios de comunicación en un contexto como Guatemala.
Para finalizar y de forma independiente a una decisión en el futuro de si acepto o no las reglas de este juego, en principio y a pesar de que no es lo ideal ni me siento del todo cómodo, tengo pensado seguir a bordo de este barco. Pero aún cuando me bajara, mi apoyo, mi cariño, mi admiración y mi agradecimiento para este medio son mayúsculos.
Cuando llega el momento de las valoraciones, siempre hay que poner todas las aristas en el lado correcto de la balanza. Y cualquier lector de Plaza Pública que así lo haga tendrá que darse cuenta que el aporte realizado al entendimiento de esta realidad guatemalteca, es sin lugar a dudas, superior. Quien no sea capaz de verlo, o es un necio, un dogmático o alguien con intereses muy perversos. De esos que siempre viven al acecho. Ya lo sabemos, la historia así nos lo demuestra. Es hora de aprender.
Más de este autor