El dilema ahora es cómo construir un nuevo poder genuino, distinto a las formas que se han aplicado hasta hoy. Las plazas —en todos lados del país— demostraron que la población respalda abrumadoramente esta lucha contra la corrupción, esta batalla para liberar al Estado del crimen.
Hay una luz que se mantiene desde hace un par de años y que ha ido madurando, articulando discursos y organizaciones. Entre estas batallas se logró la recuperación de instituciones básicas como la AEU. Imaginemos a qué grado de colapso social se ha llegado que hasta la asociación de estudiantes fue secuestrada por las mafias marrulleras. Pero ese gigante volvió para quedarse.
Estos indicios nos muestran que hay un cambio en la correlación de fuerzas. Y el hecho de que algunos sectores fracasaran en traerse abajo la protesta del 20 de septiembre muestra una vez más que la ciudadanía ha venido marcando el paso, tal como lo hizo en el paro de hace dos años. Lo interesante es que este paro no fue únicamente urbano, sino que cientos de comunidades participaron y se mantienen en este momento vivas y pidiendo las renuncias de sus diputados.
Por supuesto, hay que conversar entre todos. Pero no de las formas antiguas, en las que un par de actores supremos dictaban cómo y dónde. Por ahora se platicará en el lugar democrático por excelencia: en las plazas del país, donde hemos convergido sin conocernos y hemos llegado a querernos comprendiendo nuestras diferencias.
Ante esto se realizarán ensayos de pláticas en los que todos podamos hablar, ver qué nos une, qué inquietudes hay y cómo vamos a resolver los problemas que deberían resolver las autoridades, que, en cambio, han sido inoperantes y decidieron ir en la dirección opuesta, o sea, favoreciendo la corrupción. Estas acciones conjuntas podrán definir las rutas en una especie de conciencia grupal para exigirle al Legislativo las reformas mínimas por emprender.
Porque recordemos que, en la protesta del 15 de septiembre —no es casualidad que haya sido el Día de la Independencia—, la gente desconoció simbólicamente y en el plano de la realidad al Congreso de la República, al cual calificó de cuna de rateros, por lo que este perdió la legitimidad que la población le había conferido.
Hoy, sábado 30 de septiembre, empezaremos a hablar para ir a amalgamar esa fuerza, esa energía, para que como un pararrayos podamos canalizar lo que gritamos ininterrumpidamente, para que no nos excluyan de las decisiones que han sido erradas desde hace mucho y que construyeron el país de hoy en día: este estado de crisis que nunca termina, pero que ha abierto una gran grieta por donde los jóvenes empiezan, despacio, a caminar.
Más de este autor