Los intentos de adaptación al cambio climático
Los intentos de adaptación al cambio climático
Ante el cambio climático solo se pueden hacer dos cosas: mitigación o adaptación. Para los agricultores guatemaltecos, el camino más realista es el segundo. Pero adaptarse requiere de dos recursos que los campesinos más pobres no tienen: dinero e información.
Don Otoniel Barrios observa su invernadero a lo lejos. Dentro, sus tomates son apenas una pelotita roja que brota de las ramas, parecen tan indefensos y a la vez tan fuertes, aferrándose al tronco verde. Son tomates manzanos y don Otoniel espera que en unas cuantas semanas estén robustos y brillantes para llevarlos al mercado y así obtener el dinero necesario para alimentar a su familia.
Los cuida como quien cuida a un bebé, les corta las hojas para que respiren mejor y se afana en conseguir los mejores fertilizantes para ayudarlos a crecer, también fungicidas, porque el exceso de humedad favorece el crecimiento de hongos, así que revisa cada día con esmero que sus plantas estén sanas, y si aparece alguna mancha debe podarlas antes de que contamine a los demás. Todo eso implica dinero que personas como él, en Malacatancito, Huehuetenango, apenas tienen.
La crisis entre Rusia y Ucrania trajo a Guatemala un problema muy grave: hizo que el precio de los fertilizantes triplicara su valor, por eso este año don Otoniel y sus vecinos decidieron sembrar menos, porque no podían invertir tanto dinero en fertilizantes. Desde luego, eso significa que sus ganancias serán menores. Pero pueden llegar a ser nulas si una tormenta mata sus cultivos. Por eso el invernadero. «El año pasado cayó granizo y me mató todo el tomate», recuerda «ahora el invernadero no deja que le caiga directo, porque eran unos granizos como bolas, estamos luchando con la plantación».
Mario Barrios señala su plantación y dice orgulloso: «mi tomate ya está de un metro de alto», como quien muestra a un niño, «pero tiene tizón». Lograr que llegue al metro de estatura le costó mucho dinero, fertilizantes, fungicidas, plaguicidas… las cuentas son altas y aun así sus plantas muestran esas manchas negras que son la amenaza de un futuro desolador. Invirtió todos sus ahorros, si los tomates se mueren no solo perderá el dinero que pensaba ganar, también el que empleó en adaptarlas al cambio climático. «Lo fumigo tres veces por semana, pero sigue avanzando, mañana le voy a quitar la hoja a todo para ver si se detiene», dice resignado.
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Tanto don Otoniel como don Mario temen que les ocurra lo mismo que a su vecino: pidió un préstamo por casi 100,000 quetzales para fertilizar, regar y cuidar su plantación, aun así una inesperada tormenta mató casi todas sus cuerdas. «Se quedó endeudado y sin dinero para comprar maíz», cuentan los hombres con la mirada seria, saben que eso podría ocurrirle a cualquiera.
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Porque sembrar, para ellos, es una apuesta. Tienen que tomar decisiones trascendentales ¿invertir en fertilizantes el dinero que podría servirles para el alimento de su familia?, ¿sembrar mucho o sembrar poco?, ¿sembrar al principio de la temporada o esperar un poco más, por si las lluvias se retrasan?, ¿sembrar tomate o pepino que podrán vender, o sembrar milpa que se cosecha más fácil y que les evitará el hambre, aunque eso signifique mucho menos dinero en sus bolsas? No hay respuesta correcta porque no tienen información.
Una parte importante de la adaptación al cambio climático consiste en saber cuándo, cómo y cuánto lloverá, para tomar mejores decisiones. Los pequeños agricultores guatemaltecos tienen que apostar, ante la carencia de datos.
Infrasubsistencia
Las prácticas de agricultura se dividen en cuatro grandes grupos: infrasubsistencia, subsistencia, excedentarios y agroexportadores. Dependiendo del grupo al que pertenezca el agricultor será la vulnerabilidad.
Raúl Maas, experto en temas de cambio climático, lo explica. «Mucha de la capacidad de respuesta a esta variabilidad en las condiciones ambientales pasa por la disponibilidad de recursos: si tiene tierra propia, si tiene agua y si tiene una gran extensión o una pequeña extensión, de eso depende una mayor resiliencia ante la llegada del cambio climático. Así, agricultores que no tienen tierra propia, es decir que tienen que cultivar sus alimentos en tierras arrendadas, prácticamente están a la deriva, si además de carecer de tierra, no tienen acceso al agua y no cuentan con asistencia técnica ni crediticia, están a la deriva».
«En el siguiente nivel están los que tienen tierra, pero, ya sea por la extensión o por la calidad de sus tierras, apenas tienen para generar lo necesario para comer. Ellos tienen un poquito más de recursos que los agricultores de infra subsistencia, pero también están en unas condiciones muy precarias en cuanto a su capacidad de respuesta.
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En el otro extremo están los agroexportadores, ellos son los que tienen una enorme cantidad de recursos a su disposición».
Por un lado, están productores como don Otoniel, que apuesta a cómo y cuándo vendrá la lluvia y se endeuda para sembrar y comprar fertilizantes, y en el otro, grandes productores que tienen todos los recursos tecnológicos a disposición. En ese extremo se encuentra, por ejemplo, la industria azucarera, que, entre otras cosas, posee su propio Instituto de Cambio Climático, dedicado a estudiar el clima y a obtener información que facilite la capacidad de adaptación a los cañeros.
«Este instituto les ayuda a predecir qué va a pasar. Desde hace unos diez años, el instituto privado de cambio climático les ha ido generando condiciones para que ellos vayan robusteciendo su capacidad de respuesta, pero básicamente es para ellos, es decir, ellos sí pueden generar mejores condiciones, están preparados de mejor manera. Si saben que tienen que proteger las riberas de los ríos, pues están haciendo uso del programa de incentivos forestales para darle mayor resiliencia a sus territorios. Otros grupos más pequeños, como los meloneros, también han estado trabajando mucho en temas de investigación de adaptación al cambio climático y los palmeros recientemente también han empezado con esto», explica Maas.
Guillermo Barrios es un agricultor de excedente en Malacatancito. Las decisiones que debe tomar implican determinar qué parte de su terreno utilizará para sembrar el maíz que alimente a su familia y qué parte para cebolla, tomate y pepino que puede vender en el mercado. La decisión es difícil porque si la cebolla y el tomate se cosechan bien, tendrá dinero suficiente para comprar maíz y el resto de alimentos que necesiten en casa. Pero si va mal, no tendrá nada. Ni siquiera comida. Este año sembró solo una cuerda de maíz, «que está bonita», dice, pero le preocupa la cebolla, si no consigue cosechar vendrá el hambre. Este año es, además, una excelente oportunidad para él porque los precios en el mercado subieron y puede vender a más de lo que recibió el año pasado, pero eso, claro está, solo si el clima se lo permite.
En Malacatancito los campesinos intentan adaptarse con los pocos recursos que poseen. Han instalado invernaderos que les protegen, no solo de las heladas y las lluvias con granizo, también de plagas. Compran plaguicidas y fungicidas, pero les hace falta algo primordial ante del cambio climático: información. El Insivumeh no posee las suficientes estaciones meteorológicas para proveer de datos climáticos a todo el país.
«La densidad de estaciones meteorológicas en Guatemala es muy baja, si hay muy pocas estaciones, nuestra capacidad de predicción también es muy baja y eso tiene implicaciones sobre los agricultores medianos, pequeños y los de infrasubsistencia», comenta Maas.
Ante la falta de información estatal, las opciones que quedan son unirse. «Los medianos y pequeños productores solo lo podrían hacer si realmente se asocian, porque por mucha extensión de tierra que tenga un productor mediano, tendrá unas 10 caballerías, pero en la escala de la gestión del clima necesitará 1,000 caballerías controladas. Es un poco lo que sucede con la caña, todos los productores del litoral pacifico están unidos, tratando de entender mejor la variación climática».
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La unión hace la fuerza. Esa es una de las razones por las que sectores como la palma o el azúcar logran resistir el cambio climático. Se trata de productores que tienen incluso monitoreo satelital de sus plantaciones, algo que un pequeño o mediano agricultor solo podría soñar. La adaptación al cambio climático dependerá, no solo de los recursos económicos que posea, también del sector productivo en que se encuentre.
Maas lo explica poniendo como ejemplo a los productores de café. «Son muchos pequeños productores los que mantienen la industria y ellos no han logrado esa capacidad de respuesta, tal vez es uno de los gremios más vulnerables porque no han logrado cohesionarse. Hay una asimetría muy fuerte entre los productores y los intermediarios, que son los que realmente exportan. Ahora bien, palmeros y azucareros, como son exportadores directos, están mejor preparados».
La agricultura es una actividad de riesgo, dice Maas. Lo saben los productores de Malacatancito, como don Victoriano Martínez que el año pasado perdió más del 80% de su cosecha. «No riego porque no tenemos de dónde sacar agua –dice– a veces vamos con bomba al río, pero hay veces en las que hasta el río se secó porque aquí los veranos son muy fuertes. Lo que nos queda es esperar la voluntad de Dios», dice resignado.
Maas comenta que los estudios realizados por el Instituto de Agricultura, Recursos Naturales y Ambiente (Iarna) de la Universidad Rafael Landívar, dan cuenta de que cuando hay periodos de excesiva humedad y mucha lluvia los agricultores llegan a perder hasta el 80%.
Cosechar es vivir en el filo de una navaja para todos. La diferencia es el ancho de esa navaja. Los agroexportadores se mueven con más soltura porque la tecnología a la que tienen acceso agranda sus posibilidades de éxito. Los de infrasubsistencia inevitablemente caen. Es como apostar cuando conoces las cartas del contrincante. Las estaciones meteorológicas les permiten a los grandes productores conocer esas cartas. Es casi una apuesta segura, aunque claro, también pueden tener pérdidas. La diferencia es que una pérdida para un gran productor significará un poco menos de dinero, para uno de infrasubsistencia es la vida o la muerte.
«Si lográramos mejorar nuestra capacidad predictiva –dice Maas– podríamos ir engrosando ese ancho de la de la navaja, donde siempre se están moviendo los productores, si pudiéramos tener además de buenos pronósticos, acompañamiento muy cercano, asistencia técnica, crediticia, un seguro agrícola… pues ese grosor de la navaja se va haciendo más ancho y se iría disminuyendo la vulnerabilidad».
Don Ottoniel y sus vecinos de Malacatancito están en ese filo. Tiene ya un pie en el aire. Dependerá del cielo que no caigan.
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