Guatemala: En Iztapa, el mar se traga lentamente el cementerio del pueblo
Guatemala: En Iztapa, el mar se traga lentamente el cementerio del pueblo
Las proyecciones globales anticipan que en los próximos 75 años, ciudades enteras alrededor del mundo desaparecerán debido a la subida del nivel del mar. En Guatemala, los datos predicen áreas urbanas de Izabal, Escuintla, Santa Rosa y Jutiapa cubiertas de agua. La entrada a tierra del océano es lenta pero constante. Pobladores de esta parte del istmo centroamericano han debido trasladar los cuerpos de sus familiares difuntos, antes de que el mar se los lleve lejos junto con sus tumbas y sus flores.
Hace 18 años, Nery García despidió y enterró el cuerpo de su padre en el cementerio de la aldea Puerto Viejo, en Iztapa, municipio de Escuintla, a 112 kilómetros de Ciudad de Guatemala. Por entonces, el camposanto era cuatro veces más grande. En las últimas dos décadas, de forma cautelosa y progresiva, el mar se ha ido «comiendo» las playas y todo cuanto ha encontrado a su paso, confirman los pobladores.
«Hace años el mar llegaba hasta allá donde viene el tumbo», señala Rodolfo Valladares con el brazo estirado, parado en la actual orilla a unos 70 metros del punto. Él es originario de Puerto Viejo. El cementerio está a orillas del mar y separa a la aldea de la playa. En mayo del año pasado (2023), las familias comenzaron a alertar sobre una agitación inusual de las olas que cubrieron de agua a más de la mitad del cementerio local, conformado entonces por unos 100 mausoleos.
Los vecinos y su misma familia advirtieron a Nery García de trasladar cuanto antes los restos de su padre. La tumba estaba inundada así como otras veinte más. Gestionó un nuevo espacio a 30 metros de ahí. «Nos avisaron que el mar estaba cruzando la playa y que se lo podía llevar. Nos tocó sacarlo de acá y pasarlo para allá, a otra tumba», recuerda a casi un año de lo ocurrido.
Fue afortunado, al adelantarse al paso del mar, se dice, porque decenas de familias no tuvieron la misma suerte. El océano avanzó de noche y se tragó varias tumbas y féretros ahora perdidos en su inmensidad. Lo hizo con tal fuerza que dañó estructuras, lápidas, cruces, nichos completos, y los ataúdes se perdieron entre las corrientes del mar. Un olor fétido cubrió la playa durante semanas.
«Son experiencias ante las que no podemos hacer nada porque con la naturaleza y contra Dios no se puede hacer nada. Solo soportar lo que Dios nos manda y sobrevivir como podamos», se conforma. Lo que Nery García describe como un fenómeno de la naturaleza ante el cual no cabe más que la resignación, es indicio de lo que según proyecciones globales de Climate Central— una organización que reúne a científicos que investigan e informan sobre los efectos y las soluciones del cambio climático— es consecuencia inevitable del incremento del nivel del mar, a causa de la crisis climática.
Según sus proyecciones, para el año 2100, las áreas que rodean el Lago de Izabal y las costas del Pacífico quedarán totalmente cubiertas por agua. En Escuintla, las playas de Iztapa, El Paredón, Puerto Quetzal, Puerto San José, Sipacate, Tecojate, entre otras, también serán afectadas por este incremento. Lo mismo se prevé para Santa Rosa.
La catástrofe en el cementerio no fue la única. Casas de descanso construidas en la orilla de la playa también sufrieron daños con el avance del océano. En las últimas dos décadas su geografía cambió drásticamente. Mientras camina sobre la arena, que ahora cubre decenas de tumbas olvidadas por algunas familias, Victoria Monterroso, vecina y originaria del lugar, reconstruye a base de sus recuerdos cómo era ese espacio de recreación familiar y de turismo.
La playa que describe dista de su actual aspecto, un lugar solitario y abandonado. «El cementerio era muy amplio y había libertad para volar barriletes. Cuando era pequeña veníamos con mis tíos a pasar el Día de los Difuntos en familia», cuenta. Al lado del cementerio hay ranchos abandonados y estructuras que antes fueron alojamientos vacacionales y centros de recreación que ahora son escombros cubiertos de arena.
Para los pobladores de Iztapa, la llegada de las lluvias significa estar alerta. Las tormentas –en sus palabras– «alborotan al mar» y le facilitan el avance playa adentro con oleajes que alcanzan las viviendas. Después el mar retrocede, pero no del todo. Los comunitarios observan año con año cómo una pequeña porción de playa se pierde. Al ver desaparecer el cementerio, temen que el mar se meta a sus casas y entonces deban desplazarse como hicieron con sus difuntos.
Un escenario a futuro
El incremento del nivel del mar a nivel global se vincula a los efectos del calentamiento global. Por un lado, el agua al calentarse se dilata y ocupa más espacio, lo que es conocido como dilatación térmica, pero además, al aumentar las temperaturas del océano los dos grandes mantos de hielo del planeta, el de Groenladia y el antártico, se están derritiendo. Lo mismo ha venido ocurriendo con los glaciares que tienden a fracturarse en bloques que eventualmente se funden según diversos estudios realizados por entidades como la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés). En los últimos dos años, más de 200 mil glaciares en Europa, África, Oceanía, Asia y América se perdieron de forma irreversible; y al menos la mitad de estos podrían desaparecer para el año 2100.
Lo que los pobladores de Puerto Viejo describen como el «mar que se come la playa» es un fenómeno que los científicos conocen como intrusión del mar. Por su avance lento y silencioso, hasta hace poco había pasado desapercibido, pero la ciencia asegura que, década tras década, tendrá manifestaciones más evidentes para las poblaciones costeras.
En Guatemala, «el problema es que no nos hemos dado a la tarea de medir en el territorio ese incremento (del nivel del agua). Ahora solo nos estamos basando en proyecciones globales que nos dicen, con datos de otras partes del mundo, cómo se proyecta que será el incremento del nivel del mar», explica Pilar Velásquez, bióloga especialista en investigación y manejo de ecosistemas marinos costeros y adaptación al cambio climático. Ella también ha tenido acercamiento con este fenómeno desde lugares como la playa de Las Lisas, en Santa Rosa, a 92 kilómetros de Ciudad de Guatemala. Otro de los lugares que según los cálculos globales quedará cubierta de agua en las próximas décadas.
Pese a la falta de registro científico, el problema está sucediendo y seguirá. «Que como país no hayamos empezado la tarea de documentarlo, no significa que no esté pasando. Vemos casos por todos lados de una documentación vivencial de personas que se están viendo afectadas en distintos puntos del país», insiste Velásquez.
En Guatemala, entidades como el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh) y la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), empezaron hace dos años a recopilar información y a reconocer la importancia del tema. Antes de 2019, el Insivumeh no contaba con una sección de oceanografía para estudiar sus fenómenos y su interacción con la atmósfera.
En 2022, el Instituto empezó a ampliar sus cálculos y datos para monitorear el comportamiento de las mareas y ese año, la institución publicó su primer informe oceanográfico. Francisco Roque, ingeniero y jefe del Departamento de Investigación y Servicios Hídricos, atribuye esta demora a la falta de interés a nivel nacional de investigar los océanos. Guatemala acumula un atraso de casi 80 años en estos estudios, comparado con Estados Unidos, asegura.
Debido a la escasa exploración y documentación, no hay certeza de cómo y en qué medida en las últimas décadas el nivel del mar ha aumentado con relación a sus niveles naturales. Las autoridades a cargo de esto entienden la magnitud del problema a partir de las proyecciones globales y de distintos eventos ocurridos en los últimos años.
Por ejemplo, en 2023, desde las playas de Sipacate, Monterrico, Iztapa y Buena Vista, el Insivumeh recibió reportes de que el mar estaba llegando al área poblada y caminos de terracería o trochas. Fue algo inusual para los vecinos, sobre todo porque ocurrió durante la temporada seca, es decir, el comportamiento del mar no estaba asociado a las lluvias. «Estábamos ante un calentamiento del océano debido al fenómeno de El Niño, entonces aumentó la anomalía del nivel del mar. El oleaje era normal, pero el nivel del mar aumentó», explica Roque.
La Conred también documentó casos similares, en los últimos diez años, de anomalías relacionadas con el nivel del mar en lugares como Chiquimulilla, en el departamento de Santa Rosa, y en la playa de Ocós, en San Marcos. Como resultado de los monitoreos, la Coordinadora sabe que el incremento de los niveles del mar es una problemática latente en la costa sur del país y en las playas de Izabal. Sin embargo, los estragos han sido más evidentes en la parte sur del país debido a las características orográficas de la zona, explica David Monterroso, geofísico y director de Mitigación en Conred.
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Al observar estos casos, las instituciones a cargo de prevenir y monitorear estos fenómenos, se percataron de la necesidad de estudiar y entender el comportamiento del mar como una primera fase. Luego, comprender cómo adaptar a las poblaciones a estos cambios de largo plazo.
«Nuestro frente principal es la conformación de una mesa técnica que se instaló (en 2021). El siguiente paso es empezar a hacer un análisis para saber cómo nos tendríamos que ir adaptando a estos cambios. No es un tema tan fácil, pero ya lo iniciamos», reconoce Monterroso. Esta coordinación técnica de instituciones como Conred e Insivumeh, incluye dependencias del Gobierno central como el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (Maga) y Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, y municipalidades de las áreas en mayor riesgo.
Lo que los monitoreos a nivel mundial ya han advertido y lo que las autoridades locales empiezan a comprender, es aún difícil de creer para algunos habitantes del lugar que se niegan a aceptar el avance del mar. Sin embargo, biólogos y expertos coinciden: este es un problema real, que está pasando y seguirá avanzando, por tanto, debe ser atendido por la población y respectivas autoridades.
Parado frente al mar, en la playa conocida como La Empalizada, en el municipio de Sipacate, Cristian Méndez, surfista profesional y vecino del lugar, se mantiene escéptico sobre este tema. «Para mi el mar siempre es el mismo, tiene su límite», insiste. El surfista de 30 años vive justo frente al mar, lo ve todos los días y convive con los distintos fenómenos que alteran esa gran masa azul. Cuestiona si existe intrusión del mar hacia la zona poblada. Ni las proyecciones globales ni las ocasiones cuando las calles de Sipacate se han inundado lo persuaden. «A mi casa a veces entra una ola y para mí eso es normal, solo entra la ola y ya, no hay problema».
Mientras camina por la playa con la que está tan familiarizado, señala un conjunto de viviendas que antes fueron espacios de descanso familiar, y ahora no son más que escombros abandonados donde perros callejeros buscan sombra para descansar del sol. Eran estructuras enteras ahora inhabitables por efecto del mar. Ocurre lo mismo cada cierto tiempo, en especial cuando llegan las lluvias. Por esa razón, los propietarios de restaurantes y hoteles cercanos a la playa levantan muros para hacerle frente a los arrebatos del mar y evitar que poco a poco, el agua los invada.
Cristian Méndez se niega a ver esto como un problema que lo pueda afectar a corto o largo plazo. «Hay épocas en las que la espuma del mar llega a tocar el asfalto», relata como quien alude una hazaña, «pero no lo veo como un problema», dice. Toda su vida ha convivido con el océano.
«Es que el mar siempre pelea su territorio», dice más adelante una vendedora de frutas, para explicar lo que está sucediendo en esta zona del país.
Otras consecuencias: riesgo para especies marinas
Los cambios en la salinidad del agua es otra manifestación vinculada al incremento del nivel del mar. Expertos en el tema coinciden en que el derretimiento de los grandes cuerpos de hielo del planeta, altera el contenido de sales minerales disueltas en el océano y en otros ecosistemas relacionados. «Los cambios de salinidad en el ecosistema alteran toda la dinámica y afectan a las especies que pueden vivir ahí», explica la bióloga Adriana Rivera. Estos cambios en la composición del agua pueden representar otro peligro para las especies y para las poblaciones humanas que desarrollan actividades productivas relacionadas con el mar, como la pesca artesanal.
El patrón de la falta de investigación se repite con este tema ya que, de nuevo, en Guatemala hay una deuda importante en la investigación de las especies marinas, señalan especialistas consultados en el tema.
Aunque desconocen las causas científicas, pescadores como Neftaly Guardado, que han dedicado sus años más productivos a la pesca, están conscientes de este efecto colateral. El pescador es originario de El Salvador, donde hace 30 años aprendió los trucos y gajes del oficio de la pesca. Con 55 años encima, Neftaly Guardado todavía se siente fuerte y hábil para continuar en este trabajo. Sin embargo, sospecha que no lo hará por mucho tiempo, no por falta de energía, sino porque desde hace años las especies marinas han dejado de aparecer entre las redes de pesca. Poco a poco, dice.
Un estudio ambiental de la zona marino costera de Guatemala, en 2022, realizado por el Instituto de Agricultura, Recursos Naturales y Ambiente (IARNA) de la Universidad Rafael Landívar (URL) señala que la sobrepesca es el principal factor que afecta a las poblaciones de fauna marina y repercute en la pesquería. La sobrepesca, según el informe, «sucede cuando los niveles de extracción superan la capacidad de reclutamiento natural de la población».
Neftaly recuerda adentrarse en el mar durante algunas horas y atrapar en sus redes hasta ocho quintales de peces (800 kg) y otras especies. Hace 20 años de aquello. Ahora las jornadas son más duras y los resultados son menores. Una mañana particularmente soleada, reunidos en el Embarcadero Público de Sipacate, los pescadores relatan cómo pescar se ha vuelto una hazaña. Para lograr lo de una jornada de antes ahora se adentran hasta dos días en el mar.
Esta es la rutina. Los pescadores revisan el diagnóstico diario del clima y el tamaño del tumbo, como le llaman al cilindro de agua que forman las olas. Cuando el mar se agita, dicen que el tumbo está grande. Si el tumbo es pequeño, preparan sus barcos, se abastecen de comida suficiente para dos días y se embarcan mar adentro por más de un kilómetro. Y esperan. En una jornada favorable, cuando hay suerte, regresan a tierra con cinco o seis quintales (600 kg). En los días malos, solo logran un quintal. En promedio, la ganancia por viaje oscila entre los 300 o 500 quetzales (de 37 y 62 dólares).
Al darse cuenta del bajo beneficio económico, renuncian al oficio de pescador y emigran a Estados Unidos. Escuintla ocupa el cuarto lugar a nivel nacional en la lista de departamentos que más expulsa personas hacia Estados Unidos y México, según el Instituto Guatemalteco de Migración (IGM).
Aprender a vivir con los fenómenos climáticos
Hasta ahora, Conred no tiene conocimiento de casos de comunidades guatemaltecas forzadas a desplazarse debido a la intrusión permanente del mar. Este problema aún es joven, describe el director Monterroso.
Aún hay tiempo para preparar a las poblaciones a enfrentar el acecho del mar, pero implementar sistemas de alerta temprana es complejo. En la mayoría de situaciones, los eventos naturales se presentan sin previo aviso, como con los sismos. Con el incremento del nivel del mar, en cambio, ocurre lo opuesto: es progresivo, imposible de percibir sin métodos precisos de monitoreo y medición. No obstante, sus efectos serán evidentes en 2100. Lo ocurrido en el cementerio es solo una ojeada al panorama que será entonces.. Por eso, crear conciencia sobre un fenómeno a largo plazo e implementar acciones de prevención desde ahora es uno de los desafíos para el país.
Según estimaciones de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos, la NOAA, el incremento del nivel del mar a causa de la crisis climática es irreversible. Y pese a que Guatemala no es uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero que la provocan, es de los países más vulnerables a sus consecuencias. La única ruta es generar formas de adaptarse a los cambios implementando acciones de forma colectiva o individual. Eso es lo que los científicos llaman resiliencia climática. En ese sentido, una de las propuestas que plantea Monterroso, como autoridad de Conred, es discutir y crear Planes de Ordenamiento Territorial (POT) que contemplen una reorganización territorial para evitar a futuro desplazamientos forzados de comunidades afectadas por el incremento del mar. «No necesitamos esperar a que ocurra una afectación o un desastre para tomar medidas. De momento, nuestro objetivo es poder emitir más que un reporte de daños, alertas donde correspondan para que las autoridades locales y las poblaciones se preparen para evitar consecuencias graves sobre este fenómeno», dice.
Parado frente a lo que antes era la tumba de su papá, Nery García espera que esos planes pasen del papel a la realidad. Ninguna de las gestiones municipales ha tomado acciones concretas para los pobladores de Puerto Viejo y para evitar que el problema avance al punto de afectar sus viviendas. La nueva administración asumió este año y han tenido acercamientos con líderes comunitarios para conocer la magnitud de la situación y tomar acciones sobre este tema; sin embargo, hasta ahora no se han implementado acciones tangibles. Preocupado e incrédulo deja ver su descontento: «Tal vez ahora sí ya se preocupan las autoridades por esto, podemos hablar abiertamente porque es la verdad, esta es la realidad que estamos viviendo».
Su padre no es el único familiar que Nery García ha sepultado en el cementerio de la aldea. Augura desenterrar a otros parientes cuando el mar avance de nuevo, pero su mayor temor es que un día quienes deban moverse hacia otra aldea sean él y su familia.
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Este reportaje es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo.
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