En 2009, el padre Alfredo Gonçalves se expresó en una ponencia de manera metafórica diciendo que «el vuelo de las aves suele anunciar los cambios del tiempo climático, de las estaciones, de la atmósfera. Sus vuelos son muy sensibles a la llegada de la lluvia, a las tempestades, al otoño y al invierno, o a la primavera o al verano. Lo mismo pasa con los migrantes. Ellos también suelen anunciar los cambios más profundos de las sociedades».
Como área de Migraciones y a partir del trabajo que realizamos, podemos decir que, por un lado, las migraciones están marcando la exacerbación del modelo neoliberal en el mundo, el cual genera mayor explotación de la fuerza laboral: la atrae y la detiene a la vez para que, desde su condición de población indocumentada (para ellos ilegales), genere mayores excedentes a las empresas, de modo que estas se beneficien de nuestro bono demográfico sin retribución. Nuevos fenómenos más voraces acechan a la población migrante, como la llamada esclavitud del siglo XXI a través de la trata laboral y sexual. En el tránsito, los y las migrantes sufre vejámenes a su dignidad humana, violaciones, secuestros y asesinatos. En sus países de origen los marcan las crisis de los modelos socioeconómicos que los expulsan. En algunos casos, como el de Guatemala, su partida también cuestiona al Estado-nación que nunca fue construido. Y al irse denuncian que este Estado nos les ha permitido tener las oportunidades para lograr una vida digna. Por lo tanto, disputan desde otros horizontes ciudadanías que lo trascienden.
Gonçalves se pregunta: «¿En qué medida los migrantes, con sus flujos y reflujos, pueden contribuir a ese intercambio mutuamente enriquecedor? ¿Sus vuelos representan una mala o una buena noticia? ¿Son aves agoreras que apuntan el otoño y el invierno de una sociedad podrida o son aves que indican la aurora de una nueva primavera? Quizá, más bien, las dos cosas a la vez».
Como sociedad tenemos varios retos. Por ejemplo, en Guatemala aún no asumimos la multiculturalidad que emana de nuestros orígenes ancestrales. Las poblaciones indígenas siguen siendo de las más excluidas de nuestro país, y su ciudadanía continúa siendo considerada desde el folclorismo o el clientelismo. Sin embargo, sus vuelos internos representan una lucha por sus territorios y su patrimonio natural, desde los cuales disputan su autonomía y emancipación. Sus comunidades se extienden, al parecer, queriendo reencontrar sus históricos caminos migratorios por la antigua Mesoamérica. Sus vuelos nos recuerdan que sus migraciones son prehispánicas. A su vez, también buscan mejores horizontes e integran uno de los flujos migratorios más importantes: la migración del Triángulo Norte hacia Estados Unidos.
Allá van construyendo nuevas identidades, que no dejan de constituirse en constante contradicción. Se encuentran, conforman la gran identidad hispana y la defienden como un aporte a la cultura anglosajona. En Estado Unidos, sus calles, sus restaurantes, sus supermercados, sus tiendas, sus escuelas, sus iglesias, sus barrios y sus estados están llenos de culturas diversas: mexicanas, guatemaltecas, nicaragüenses, dominicanas, etc. Pero, dentro de estas identidades hispanas y nacionales, otras se muestran diferenciadas, como la q’anjob’al, la chuj, la mam, la k’iche’, que tienen sus propias formas de expresión y organización. Son culturas e identidades que se construyen en la transnacionalidad; que frente a las amenazas externas (como el racismo, la xenofobia, los procesos neocoloniales, lo nacional o lo transnacional) reafirman y refuerzan las propias, pero se ven forzadas a abrirse a estas nuevas realidades que les toca afrontar. Juntos, desde la nacionalidad hispana, disputan ciudadanía sin perder del todo su pertenencia a las culturas originarias.
Respecto a ello, algunos autores señalan que estas identidades, identidades culturales, son complejas, ya que la condición transnacional permite la bifocalidad entre identidades locales e identidades globales. Bessier dice que conviven, dentro del lugar imaginario y el lugar habitado, el yo soy y el yo seré. Gilroy señala que rompen con las categorías nación-céntricas, pero tienen una experiencia común: la colonización (de la tierra, de la comunidad y del cuerpo —esclavismo del siglo XXI—), por lo que, como sugiere Mani, pueden hacer una experiencia de confrontación en lugar de una de subordinación.
Por ejemplo, en una de nuestras investigaciones, titulada Los migrantes están aquí y están allá, los chuj se consideran viajadores del tiempo y del espacio y construyen nuevas subjetividades desde la confrontación de su pertenencia local y la experiencia migratoria.
En términos más objetivos y palpables, también podemos observar otro tipo de cambios, como en la edificación y el diseño arquitectónico de ciertos poblados. Si bien no dejan de pintarse los colores del güipil, que es propio de las culturas originarias, son notorios los aportes a través de sus remesas (la doctora Piedrasanta puede hacer una mejor referencia al trabajo realizado sobre La arquitectura de remesas). También es notorio el cambio de roles en la familia. Las mujeres están asumiendo la jefatura del hogar. Las mujeres que migran adquieren más independencia. Sin embargo, ambas experiencias aún no logran trascender la cultura patriarcal. La familia ampliada cumple su rol en el cuidado de los hijos que se quedan, en la ausencia del padre y de otros hombres que mayormente se van. Los jóvenes mantienen el deseo de emigrar. Lo hace ahora la niñez (como lo escuchamos el año pasado con la denominada crisis humanitaria de la niñez migrante), pues, así como sus padres buscan mejores horizontes, otros, además, buscan la reunificación familiar, aunque no pocos empiezan a huir de las violencias de nuestros países.
Quienes no logran llegar a Estados Unidos o son deportados se vuelven parte de identidades mixtas cuya experiencia migratoria les permite crear nuevas subjetividades, construidas en la disyuntiva entre el querer-tener que quedarse y el querer-tener que irse. No pocos con esta experiencia migratoria adquieren una mayor capacidad crítica frente a su realidad local y quizá busquen su vinculación con las luchas que se establecen en sus territorios. En esta línea, podemos decir que hay muchos retos que enfrentar y mucho trabajo por hacer.
Pero volvamos una vez más al vuelo de las aves, al vuelo de los y las migrantes. Pensamos que es importante señalar que, si bien el acto mismo de migrar representa un signo vivo de resistencia y de combate a la miseria y al hambre, y la huida se vuelve búsqueda de nuevos caminos y de horizontes más anchos, una sociedad que niega el suelo patrio a millones y millones de personas —refugiados, prófugos, inmigrantes, desplazados— tiene algo de podrido.
Frente a todo ello, el reto de esta sociedad global es construir modelos socioeconómicos de inclusión. «Lugares buenos para vivir», como plantea en sus retos la URL, donde quepan ciudadanías universales que incluyan la convergencia de diversas ciudadanías culturales y la translocalidad, como lo sugiere Besser. Sociedades que se abran a la hospitalidad, es decir, a la experiencia humana del intercambio, de la multiculturalidad. Deben ensayarse mejores relaciones sociales que permitan la real interculturalidad. Asimismo, deben construirse Estados o regiones coherentes con el gran pacto social de garantizar la plena vigencia de los derechos humanos y, por lo tanto, en cuyas políticas públicas y legislaciones se reflejen los pactos y convenios internacionales, especialmente el referido a migraciones y el convenio internacional para todos los trabajadores migrantes y sus familias. Urge también acabar con las violencias materiales y simbólicas que no permiten construir un mundo más humano y solidario.
Entre los múltiples retos que enfrentan los migrantes, estos deben trabajar más en conjunto para generar solidaridad en procesos que buscan un cambio social dentro de la violencia, pero también dentro de la exclusión de género. Nuestras instituciones y nuestra sociedad tienen como reto reconocer y enfrentar el racismo, la violencia estructural y las cicatrices de la deportación, que se extienden, más allá del individuo, a la familia y a la comunidad de acá y de allá. El desafío para los migrantes y para nuestras instituciones debería, entre otros, orientarse a una reforma comprensiva de la legislación de las deportaciones en defensa de los migrantes en sus rutas de viaje.
Una narrativa de la migración sería de gran utilidad por la amalgama de culturas que conforman nuevos espacios, en los cuales el lugar posiblemente no pierde su significado. Se construirían perspectivas, experiencias y necesidades individuales, pues cuando narramos o representamos nuestras verdades lo hacemos inmersos en múltiples y variadas relaciones hacia y con otros y otras. De hecho, el significado mismo de la verdad se constituye mediante estas interacciones dialógicas, pero sobre todo conociendo las soluciones-propuestas que encuentran los seres humanos moviéndose entre los mundos.
En coautoría con Sindy Hernández.
Citas
- Gonçalves, Alfredo J., CS (2009). Las migraciones y la crisis de los paradigmas: creciente degradación de la vida humana, agrocombustibles o la producción alimentaria. Pastoral de Movilidad Humana, Solidaridad, Boletín n. 63, 6-9.
- Piedrasanta, Ruth y otros (2010). Arquitectura de remesas, desarrollo urbano y hacia la búsqueda de soluciones más sostenibles. Aecid, Biblioteca Americana, Biblioteca Virtual de las Letras de Honduras, Guatemala.
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