Y que por favor nadie me diga que goza de inocencias e indulgencias porque no es tan sencillo. Eso que llamamos sociedad guatemalteca somos todos.
Pero esta historia empezó tiempo atrás. No lo olvidemos. Lo que sucede es que la teatralización de ciertos eventos de nuestro presente supera por momentos la memoria de algunos. Me explico. Esta semana don Domingo Baltazar y don Rigoberto Juárez —autoridades ancestrales de pueblos q’anjob’al— fueron detenidos injustamente por oponerse a la defensa de sus territorios. Sin embargo, lo que ocupa las conversaciones de muchos son las penosas anécdotas de una vicepresidenta en una lancha hablando de manera un tanto inapropiada, banalizando un problema de dimensiones humanas enormes, sobre todo a futuro. Estamos hablando de la destrucción lenta y paulatina de un lago, ¿no? Pero también hablamos de la destrucción de un país. No cabe duda.
Y aquí es donde entra una teatralización que —no podemos evitarlo— nos lleva a una risa trágica que al final desvía nuestra atención de las que deberían ser las verdaderas causas de una indignación que debería mover nuestro corazón. Mientras tanto, se van fraguando unas elecciones presidenciales en las que al final, de una manera u otra, nos veremos envueltos cuando, como siempre, ya sea demasiado tarde.
Mojarras fritas aparte, estos días se publicó la noticia de una paciente que pasa 44 días en la emergencia de un hospital porque una máquina estaba arruinada. Y no hablo precisamente de un hospital de cinco estrellas, sino de uno público, en el que una mujer seguramente sufrió frío, hambre y soledad. Aunque seguramente esa teatralidad a la que me refiero sobrepasa lo que hechos como este dicen sobre la situación actual de hospitales, escuelas, carreteras, etc. Porque ¡cómo competir en justa contienda con el casi heroico regreso al país de un expresidente que recién cumple una condena por lavado de dinero! No hay duda de que preferimos la indignación mediática a un análisis profundo de la historia.
La pregunta de fondo aquí es quién se beneficia de la atención que reciben estos patéticos actos y cómo manejan nuestras reacciones ante problemáticas que deberían causarnos horror antes que risa. Mojarras fritas tendremos. De eso no hay duda.
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