Vivimos en un cosmos que nunca acaba de ser y se entrega munífico a interpretaciones infinitas siempre mediadas por nuestra situación terrenal. Somos hacedores de diferencias.
La diferencia es una invitación para salir al encuentro, una la llave. La comprensión, la cerradura. Tengo muchas anécdotas que contarte, sobre mundos creados y creídos, pero voy a referirme solamente a dos.
Era una mañana de sábado, cuando escuché el tintineo de una campanilla que asocié instintivamente con el de una carretilla de helados. Evoqué el color, la forma y el sabor de los tradicionales “olímpicos”, esas inigualables paletas de vainilla cubiertas de una capa gruesa de nieve de naranja, cuya pasión me orilló más de una vez a transgredir una de las máximas morales: “No robarás”. Con la ayuda de una silla, lograba alcanzar la alcancía en donde mi mamá acostumbraba guardar los “vueltos” del mercado y sacaba los diez centavos que me servirían para saciar aquella obsesiva necesidad. Luego, un profundo cargo de conciencia me incomodaba hasta que el siguiente tintineo, me hacía olvidar el propósito de enmienda.
En Haití el tintineo tiene un sentido distinto pues proviene del lustrador de tenis. Asocio los zapatos tenis al deporte así que me pregunté si los haitianos eran aficionados al ejercicio o era un asunto de modas. Empecé a fijarme en los pies de los peatones y efectivamente, la gran mayoría calzaba tenis.
La comprensión llegó luego de mi primera caminata, alrededor del barrio de Delmas. Las piedras, escombros, basura y arena fina me impidieron caminar a velocidad constante. Perdí el equilibrio más de una vez. No se que palpitaba más, si mi corazón asustado o las plantas de mis pies. Fue así que descubrí que este tipo de calzado es un asunto de necesidad y que el mercado en este escenario lo crea la demanda y no la oferta. El tintineo ganó otra elucidación simbólica.
Pero seguramente la siguiente historia te resultará más ilustrativa. En enero del año pasado, un grupo de profesores de primaria, me hablaba de los problemas de aprendizaje de sus estudiantes. Compartieron frustrados sus fallidos intentos por hacerles trazar a lápiz los contornos de una taza. Los desafíos para el desarrollo de la motricidad eran y siguen siendo monumentales.
Las explicaciones de psicólogos, de nutricionistas y pedagogos eran acertadas, pero fue hasta diez meses más tarde que descubrí con especial conmoción otra, que no había sido mencionada hasta entonces: muchos de esos estudiantes nunca se habían visto en un espejo.
Entendí por qué cada vez que les tomaba una fotografía corrían emocionados a arrebatarme la cámara y entre risas reconocían al otro, al amigo, pero eran incapaces de reconocerse a sí mismos.
Los pre- supuestos teóricos, y el sentido común me dejaron nuevamente en ridículo. Lo elemental, natural y entrañablemente humano me revienta reiteradamente en la cara.
Jamás se habían visto en un espejo Ramón, y cómo podrían tener espejo si muchos de ellos no tienen ni un colchón donde dormir ni servicios básicos ni más ropa que el uniforme escolar que les es donado. Los retrasos en su desarrollo provienen también del síndrome de privación sensorial el cual, al igual que la malnutrición o el maltrato infantil, entorpecen el aprendizaje y la socialización.
La conciencia de sí mismos está dada únicamente por la referencia “al” y en relación “con” el otro. No han tenido tan siquiera la oportunidad del autoconocimiento que debe desarrollarse en paralelo y les habilita para reconocerse como seres únicos, diferentes, capaces de desarrollar su personalidad y delinear el boceto de su propio proyecto de vida.
Todo lo que han visto son fragmentos de sí mismos, ven sus manos, sus pies, su torso pero nunca la imagen de un cuerpo integrado, su imagen como un “yo”. Y la Madame Carmen, desde la insignificancia de sus significados propugnando por un sentido de unidad social que no han tenido la oportunidad de construir tan siquiera en el plano individual. ¿Quién sería y cómo sería mi concepción del mundo si jamás me hubiera visto en un espejo?
La ignorancia me perturba pero me dota de humildad. Quién iba a decirme que debía empezar por hilar y luego atar el nudo borromeo de Lacan. Algunas veces el significado se presenta disfrazado de obviedad. Otras, se cubre de trajes raros difíciles de descifrar.
La imposibilidad de universalizar juicios abre un vasto camino a la libertad de expresar el sentido de nuestros mundos creados y creídos.
Tengo, como verás, un pesado racimo de llaves en las manos y tan poco tiempo para penetrar en los contornos y profundidades de las cerraduras que no puedo dejar de experimentar cierta frustración.
Un significativo abrazo
Carmen
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