El Dr. recomendó: “En lugar de decir que es perezoso diga que es hipoactivo. En lugar de decir que es un huevón, diga que es hipergonádico, hay que cuidar las formas”. Cerró el consejo con una sonora carcajada, mientras ella alzaba la ceja tratando de discernir la posible relación entre la palabra, sus formas y efectos.
Recordé esta breve y llana anécdota cotidiana – de trasfondo sociológico- luego de analizar los hechos de la semana y percatarme de que tanto el “qué”, el “cómo”, el “por qué ” y el “cuándo” se dicen las cosas, poseen particulares fuerzas emblemáticas cuya intencionalidad y resultados merecen atención.
Caso 1: los rostros felices y triunfales de Gloria Torres y su hija, luego de que un juzgado les dejara libres de proceso penal por el delito de lavado de dinero, aduciendo falta de pruebas.
El símbolo de la justicia, esa mujer con la venda en los ojos, portando la balanza y la espada –emblemas de imparcialidad y equidad– fue sustituida por la foto de un eufórico beso entre dos prófugas que celebraban el fin de cinco meses de aventuras. Muchos fueron los sentimientos y variados los consensos entre quienes contemplamos la escena. ¿Cuál fue la intencionalidad de los medios escritos y cuáles los resultados?
Caso 2: Cristina de Kirchner anuncia la expropiación de YPF a Repsol. Vestida de negro impecable (luto que recuerda deliberadamente a su difunto esposo, ahora líder de un movimiento político) evitó en todo momento mencionar las palabras “expropiación” o “estatización” las cuales sustituyó por “recuperación de la soberanía nacional”, apelando al nacionalismo ciudadano. El escenario fue esmeradamente preparado. Al fondo, la bandera Argentina y un retrato de Eva Perón, o más bien, dos. Las alusiones a su vocación peronista no podían faltar. Del peronismo también ha aprendido la importancia de cuidar el poder simbólico, no hay duda.
Su actitud corporal, gestos, tono de voz, control del escenario y capacidad discursiva tenían el propósito de tranquilizar, convencer o al menos lograr el beneficio de la duda. Al final del discurso y entre lágrimas, hizo una alusión a la memoria de su esposo y dijo que “él” siempre había soñado con recuperar YPF para Argentina: “Ese fue su sueño siempre, siempre”. Un lapso de amnesia se apoderó de la sala pues los aplausos y ovaciones de los presentes no se hicieron esperar. La historia se empañó con las lágrimas de la Presidenta quien olvidó explicar por qué su esposo, en ese entonces gobernador de Santa Cruz (1992), y ella diputada provincial, apoyaron e impulsaron la privatización.
Las posiciones en las redes sociales están divididas. Emoción y razón son la base de una curiosa confrontación de “sentidos comunes”.
Caso 3: el discurso del Presidente Otto Pérez sobre la despenalización de las drogas. Lo que en un principio anticipaba la fragmentación de la opinión pública, también promovió la integración e hizo aflorar las sensibilidades nacionalistas en torno a la idea de dignidad nacional, del antiyanquismo y de un Presidente que se posicionaba con determinación en el contexto internacional.
Caso 4: El Rey Juan Carlos de España y su “excéntrica” caza de elefantes. Su imagen relajada, portando traje y rifle de safari frente a un paquidermo de grandes dimensiones, no hacía honor ni expresaba la más mínima consideración hacia el infortunio de los millones de españoles cuyo nivel de vida se ha desplomado estrepitosamente. Provocó además, la ira de grupos ecologistas. Los titulares de los medios masivos de comunicación contabilizaron los costos de esta aventura en miles de euros, números que luego contrastaron con las 11 palabras que usó para disculparse.
Estos casos ilustran el peso de un poder simbólico que puede integrar, legitimar, dominar, crear sentido y promover consensos, o al contrario, también es capaz de destruir y desintegrar sociedades y adversarios.
La vida de los seres humanos necesita aferrarse a objetos simbólicos. Quienes han comprendido esto suelen convertirse en astutos explotadores de un yacimiento de dominación renovable.
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