De olvidarlo, damos la espalda al sufrimiento de tantas personas que vivieron los efectos de una de las peores gestiones gubernamentales. Y no podemos perder nuestra humanidad. Si decidimos dejar al recuerdo lo que hicieron Jimmy Morales y quienes estaban con él —Sandra Jovel, Enrique Francisco y Álvaro Arzú, entre otros tantos nombres—, no solo seremos sus cómplices, sino que enviaremos un mensaje erróneo a quienes llegan: lo que hagan o dejen de hacer no nos interesa.
No olvidaremos las promesas falsas que movieron a todo Cajolá a reclamar la palabra de un candidato. Tampoco la indiferencia hacia Laguna Larga. No olvidaremos Jocotán y Camotán, el Corredor Seco y los niños y las niñas que viven allí, víctimas de un presupuesto que se preocupa por el Ejército, y no por el hambre. No olvidaremos que hay quienes han dejado la escuela por ir a trabajar porque la vida está más difícil o quienes han visto partir a sus seres queridos en condiciones indignas.
Ni Jackeline Caal ni Felipe Gómez Alonzo serán olvidados. Mientras sufrían, el presidente de su país —un lugar que expulsa a familias enteras— estaba negociando un acuerdo de país seguro del que nadie entiende nada y para el cual todavía se está buscando el tiempo político correcto para socializar sus detalles.
Tampoco se olvidará la forma vulgar en la que se desacreditó el trabajo de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, de la fiscal general y de los fiscales que hicieron equipo con Thelma Aldana. No olvidaremos las vergüenzas internacionales que supuestos profesionales formados han hecho pasar al país por mantener la corrupción y la impunidad. No olvidaremos la forma rastrera en que se han comportado, obviando cualquier principio ético y político. Si olvidamos, olvidamos también que se han reído en nuestras caras.
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No olvidaremos el funeral de infantes de marina que fue un show para justificar un estado de sitio absurdo. No olvidaremos al presidente que quiso instalar el miedo a través de una conferencia de prensa llena de militares, no. No olvidaremos los despliegues del Ejército y de una Policía que vio partir a una generación de cuadros democráticos y formados.
No olvidaré jamás las cínicas declaraciones del cobarde de Jimmy Morales intentando explicar lo inexplicable: el horror vivido por 56 niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción el 7 y el 8 de marzo de 2017. No olvidaré jamás los intentos por bloquear la justicia. Tampoco los reiterados intentos de borrar de la memoria lo sucedido y de arrancar el incómodo recordatorio de su inhumanidad. Que esté por siempre el altar a esas niñas.
Cuando una democracia tiene tantos retos y desafíos de representación legítima, las elecciones generales se convierten en una ilusión. Los partidos políticos que surgen de un día para otro no pueden ser espacios de discusión y de propuesta y, por lo tanto, tampoco son espacios serios de organización política. Entonces, elegimos porque es un requisito para nuestra buena ciudadanía, para saber que hicimos lo que teníamos que hacer, y lo demás —todo lo demás que determina nuestra vida— se lo dejamos a una clase política que en su gran mayoría vela por sus intereses. Así, en el 2015 se eligió al señor Jimmy Morales y fue un error. Pero sería un error más grave olvidar, y eso depende de ustedes, de nosotras.
P. D. Pero tampoco olvidamos las resistencias y la valentía. No olvidamos las cartas de tantos presos políticos que han enfrentado la crudeza de la criminalización y que han soportado dignamente a veces el olvido, a veces la indiferencia, pero que se han mantenido de pie en sus luchas. No olvidamos las voces decentes del Congreso y a los jueces y a las juezas que han enfrentado el poder. No olvidamos a quienes han dejado el país, a tantos migrantes que sostienen este país y a los exiliados que nos hablan desde afuera. No olvidamos a quienes fueron asesinados y asesinadas. ¡No olvidamos!
56 (no las olvidamos, nunca).
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