En el movimiento ciudadano de los últimos meses estábamos varias piezas de una misma sociedad (universitarios, académicos, indígenas, empresarios, campesinos e individuos sin ninguna etiqueta) encauzadas en una misma premisa: no más corrupción.
Pero hoy, como le sucede a cualquier movimiento, la intensidad empieza a decaer. La plaza está volviendo a ser lo que antes era, y nosotros empezamos a romper nuestro estado de manifestación, que por un momento imaginamos permanente.
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En el movimiento ciudadano de los últimos meses estábamos varias piezas de una misma sociedad (universitarios, académicos, indígenas, empresarios, campesinos e individuos sin ninguna etiqueta) encauzadas en una misma premisa: no más corrupción.
Pero hoy, como le sucede a cualquier movimiento, la intensidad empieza a decaer. La plaza está volviendo a ser lo que antes era, y nosotros empezamos a romper nuestro estado de manifestación, que por un momento imaginamos permanente.
Después de las elecciones, las diferentes partes de la sociedad, que por unos meses estuvieron adheridas, empiezan a separarse de nuevo. Regresamos a ser universitarios, académicos, indígenas, empresarios, campesinos o simplemente nosotros. Estamos mudándonos del movimiento, pero esto no debería significar que dejemos el sentimiento también.
Las manifestaciones cumplieron su labor. Lograron una revolución. No estrictamente como el concepto lo define, pero sí una revolución de conciencias, que era lo que necesitábamos antes de los cambios que hoy exigimos. Ahora nos toca llevar esos mismos gritos, esas mismas consignas, a nuestra vida diaria.
Como diferentes fracciones de la sociedad, también jugamos un rol importante en esa renovación del sistema que tanto anhelamos de manera individual y colectiva.
Individualmente está la clásica de «no robarás, no matarás y —ante todo— respetarás las normas viales». Pero además están la vigilancia y la denuncia. No todos podremos ser el vigilante enmascarado que quisiéramos, pero eso no significa que nuestra denuncia no pueda hacer un cambio significativo en nuestras normas culturales. Pensar que callar es mejor que hablar es la forma más exitosa de seguir perpetuando esas dinámicas perversas que tanto rechazamos. Ante la posibilidad de una denuncia pública y/o penal, el político, el empresario, el dirigente social o quien sea se la pensará dos veces antes de cometer un acto poco transparente.
Como colectivo, la responsabilidad recaerá en la sociedad civil organizada, en los gremios empresariales, sociales, académicos y juveniles. Les tocará a estos retomar las demandas ciudadanas y aterrizarlas en reformas profundas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, a la Ley de Contrataciones del Estado y a la Ley de Servicio Civil.
Eso significará que también deberán romper sus lazos con el actual sistema: separarse de aquellas personas que dentro de su gremio siguen perpetuando un statu quo —que carcome nuestro organismo político— y empezar a desempeñar un rol más activo y responsable.
Es en estas condiciones en las cuales la sociedad civil deberá hacer valer su nombre y dar el primer paso para que se dé una verdadera revolución como la define Giovanni Sartori: «Aquella sublevación desde abajo, la cual es guiada por un proyecto y por ideales que transforman no solo el sistema político, sino también el sistema económico y social».
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