A cinco días del incendio que consumió el mercado techado de La Terminal, Elizabeth Solares no había caído en la cuenta de lo que pasó. No había llorado. Se puso en medio de un solitario espacio con piso de concreto. Sin paredes. Sabía que ahí estaba su puesto. Bajó apenas sus ojos y en seguida empezó a barrer.
“Mire cómo quedó”, dijo María Rodríguez mientras limpiaba el tizne que cubría todo su local. El fuego quemó todo, su patrimonio de 60mil quetzales. “Pero aún tenemos los brazos para seguir adelante”, agregó con firmeza.
El segundo nivel, de lo que queda del mercado techado de La Terminal, se asemeja al paisaje después de un bombardeo. Los techos rotos, las paredes ausentes y un entorno gris.
Zapatería Calín, escribió el dueño de ese negocio sobre la pared de un espacio, por ahora, vacío. También están los nombres de Santiago, Joel, Lucas, Carmen, Pedro y Antonio. Hay más nombres en paredes y también en el suelo. Esos nombres refieren de que ahí, en ese cascarón de concreto, habitaron, y seguirán habitando, personas. Personas por ahora melancólicas.
La reconstrucción del segundo piso ya empezó con el trabajo de vendedores, soldados, trabajadores del Ministerio de Comunicaciones y de la Municipalidad. Todos colaboran, niños, adultos y ancianos, es una comunidad. Solo se detienen para comer.
La mayoría de inquilinos de La Terminal llegan desde muy temprano a vender sus productos. Pasan más horas ahí que en sus domicilios. “Es lo único que tenemos”, reflexiona Matías Osorio, quien perdió todo el equipo con el que contaba su carnicería. Pero, ya tienen esperanza, afirma mientras retira los restos de su negocio. Y agrega que “mientras tengamos trabajo es otra historia”. Hay que trabajar, coinciden muchos. Es una forma de que se vaya la tristeza. “Es para que se nos olvide”, añade Sergio Méndez, también carnicero.
En la planta baja también se fue el silencio. Los vendedores ya hablan entre sí, bromean, ofrecen sus productos, ríen. Sus miradas volvieron, y lo negro que dejó a su paso el fuego fue reemplazado por la gama de colores de las hojas de maxán, los chorizos, tomates, maíz, frijol, harina, pescado seco (más de lo normal por la época), y muchas cosas más.
Ellos están levantando sus paredes, reconstruyen sus puestos de poquito a poco. La Municipalidad solo se hará cargo de construir la parte de arriba del mercado. Los de abajo deberán hacerlo por su cuenta. “¿Qué nos dio la Muni?”, se pregunta Ángel Cumes y, al mismo tiempo, se responde: “Nos dio solamente el permiso para empezar a vender, y nada más”.
Ángel volvió a empezar con cuatro bultos. Tres días después tenía 18, y “mañana tendré 30 bultos más”, dice con plena confianza de que así será. “Aquí la gente ya se sabe levantar, está acostumbrada a hacerlo”, concluye la charla para atender a un cliente. Son los clientes quienes, con sus compras, les permiten volver.