Como muchos, no puedo negar haberme conmocionado por el atentado contra Charlie Hebdo. Cualquier atentado contra la vida, y peor aun en forma masiva, hace que se me erice la piel, me indigne y lamente profundamente el rumbo que peligrosamente están tomando nuestras sociedades con el uso y la justificación de la violencia, pero también contra la exacerbación de la xenofobia en todas sus expresiones, contra todas aquellas culturas que no pertenecen a la dominante, las de sus inmigrantes.
Especialmente sentí al pueblo francés, a su país y a su capital porque les guardo un afecto especial, por las amistades entrañables que allá tengo, por haberme acogido durante tres años en una de sus mejores universidades y por haber subsidiado buena parte de mi formación y estadía en ese país. En esos años pude apreciar muchas cosas de las cuales adolecemos en Guatemala, sin ánimos de hacer una comparación absurda, pero sí valorando cosas como caminar por sus calles y avenidas sin el miedo habitual de ser asaltada o violentada no solo contra mis bienes personales, sino sobre todo contra la vida. Valorando también su sentido de lo público, pues es uno de los países de Europa que todavía resguarda mucho de su Estado de bienestar y uno cuya ciudadanía todavía cree y defiende sus derechos fundamentales. Especialmente creí que esos valores esenciales que fundaron su nación y siguieron vivos durante su república, «libertad, igual y fraternidad», seguían reproduciéndose en su sociedad después de siglos.
Eso que deslumbra, París desde su monumental belleza arquitectónica, tiene una historia emblemática que ha dejado huella, empezando por la Revolución francesa, el acontecimiento más significativo de Europa y uno de los orígenes de la doctrina de los derechos humanos. Otro acontecimiento importante fue la Comuna de París. También se debe mencionar a sus grandes pensadores a lo largo de los siglos, Voltaire, Sartre y Simone de Beauvoir, por mencionar solo algunos. Todo ese legado, que hizo posible la abolición de las monarquías, la fundación de sus Repúblicas y el establecimiento de su democracia, innegablemente fue un aporte sustantivo a la civilización occidental. Pero hoy esta grandeza histórica de liberación de los oprimidos y del debate de sus pensadores sobre los valores de la democracia y la política debe enfrentarse a otra historia y a su presente.
Mi estancia de tres años me sirvió para adentrarme en la Francia profunda y afirmar que mucha de esta histórica construcción social también ha venido dándose con los procesos de colonización en otros continentes y en otras culturas donde la guerra y el dominio fueron unos de los mecanismos aplicados. De ahí mucho del origen de sus inmigrantes. La Francia contemporánea no es entonces solo la Revolución francesa y sus legados. Tampoco es cierta la pureza de su cultura. La constituyen también la colonia, su multiculturalidad y el formar parte del imperio de la civilización occidental. De ese modo, son todos estos procesos los que hoy construyen las relaciones de su sociedad y hacen visibles sus profundas desigualdades, especialmente con esas poblaciones con las que ahora comparte su ciudadanía, pero no necesariamente su cultura ni sus orígenes. La población musulmana es una de ellas.
Tampoco puedo dejar de reflexionar sobre el papel de Francia en la actual estructura-coyuntura mundial, donde, siendo una de las potencias mundiales capitalistas, forma parte de la lucha por defender el predominio de Occidente en la disputa por los intereses energéticos y de control por los recursos naturales del mundo. Junto con Estados Unidos y otros países europeos, se impone a sangre y fuego frente a otras culturas y civilizaciones que resisten. Mientras tanto, en su propio país se cobran luchas no menos importantes por la libertad versus la igualdad y la fraternidad, que ponen en cuestión otras ciudadanías, como la musulmana y las de otras minorías con las cuales subsisten.
He aquí importantes reflexiones que empiezan a hacerse circular. Una de ellas es la de Jorge Beinstein[fn]Jorge Beinstein: «El regreso del fascismo. A propósito de Charlie Hebdo». http://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_chrliehebdo.pdf[/fn], quien argumenta que este acontecimiento tiene un cierto tufillo a «11 de septiembre a la francesa», especialmente por la ola mediática global de condena al «terrorismo islámico» y por una posterior capitalización de la derecha occidental, que busca orientarse hacia una combinación de islamofobia y autoritarismo «de justificación de la cruzada colonial contra la periferia musulmana y al mismo tiempo de impulso en Occidente de la discriminación interna contra las minorías de inmigrantes árabes, turcos y otros». Este autor hace referencia a Grasset Philippe al señalar que este no es un «atentado terrorista», sino un «acto de guerra», por las implicaciones que ya tiene, como el desplazamiento de ocho mil soldados en la periferia, más de cinco mil en África e importantes contingentes en Asia Central y Oriente Medio. El más reciente es Irak, pero no hay que olvidar su intervención en Afganistán, subordinado por Estados Unidos, en el 2009. Esto, sin mencionar los más de 54 ataques xenofóbicos que ya se han manifestado en Francia y que, como efecto dominó, comienzan a expresarse en otras partes del planeta.
Boaventura de Sousa se expresa certeramente en un artículo cuyo título es bastante sugerente, «Charlie Hebdo: una reflexión difícil»[fn]Boaventura de Sousa Santos: «Charlie Hebdo: una reflexión difícil». Resumen latinoamericano y del tercer mundo. http://www.resumenlatinoamericano.org/?p=7828[/fn], en el cual afirma que, aunque no se puede hacer una vinculación directa entre los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y lo ocurrido en Francia, sí es importante traer a colación lo que ha generado la agresividad de Occidente: los millares de víctimas civiles, la mayoría de ellas musulmanas. Hace alusión a otras guerras que hoy están cobrando vidas en el mundo y de las cuales no se obtiene ese resultado de condena global.
De Sousa afirma, como lo hace Beinstein, que esto es una guerra. Él la llama una «guerra civil de baja intensidad». Plantea la pregunta de quiénes ganan con esto en Europa y alerta sobre la opacidad que aún se maneja de los eventos acontecidos, de sus autores, de sus vínculos con los aparatos de inteligencia de Occidente, y cuyo intento de esclarecimiento es contrariado por esa maquinaria mediática global de lucha contra el terrorismo.
Ante esto, Boaventura y el papa Francisco coinciden en señalar que la libre expresión del pensamiento es un bien preciado, pero que tiene límites y que la mayoría de estos se imponen por aquellos que defienden la libertad sin límites siempre y cuando sea su libertad. Y yo agrego su verdad. No es infructuoso entonces el llamado que el papa hizo meses atrás a un diálogo entre religiones (con gestos de acercamiento con sus principales líderes). Así de importante es también su denuncia contra los fanatismos, pero también contra la falta de respeto hacia todas las expresiones religiosas.
Boaventura señala que este acontecimiento se desarrolla en un contexto dominado por dos corrientes de opinión en Europa orientadas, por supuesto, a tomar acciones. La primera, la más radical, es frontalmente islamofóbica y antinmigrante, muy ligada a los proyectos de derecha. La segunda, la de la tolerancia, asume la diferencia del otro y, por lo tanto, que hay que aguantarlo, pero solo si este es moderado y asume sus valores. Ninguna de ellas, se señala, está orientada a una Europa inclusiva e intercultural.
Aunque lamento, condeno y manifiesto mi respeto por las víctimas y sus familiares y me solidarizo con el pueblo francés (porque puedo imaginar lo que pierden con todo esto), yo no puedo decir: «Je suis Charlie Hebdo». Prefiero confirmar que «yo no soy xenofóbica» y que aspiro y me adhiero a otras luchas para que en Guatemala y en otras latitudes nos opongamos a una sociedad desigual, racista, antiemigrante, violenta y hegemónica.
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