Un gobierno nuevo, de gente competente y sin mala fe, un ambiente en el que se respira esperanza, son elementos que definen un contexto positivo para un cambio que, además, sea provechoso. La pregunta clave es: ¿cómo hacerlo?
Parecería razonable una primera respuesta: «Para incidir en Guatemala, hay que estar acá.» Pero eso ignora el dañino efecto que, aún desde Washington, tuvo Donald Trump sobre nuestro país al retirar su apoyo a la Cicig. Sí lo entendieron el Cacif y algunos empresarios de élite, que viajaban e invirtieron en hacer lobby para conseguirlo. Para incidir en Guatemala hay que estar allá.
Tanto es así, que asegurar la sobrevivencia de la democracia electoral en 2023 fue cuestión de armar una pinza. Fue crítica la valentía callejera de los pueblos indígenas en Guatemala, pero fue indispensable la persistente diplomacia que concitó la atención de la OEA y del establishment político en Washington, generalmente tan distraído, para asegurar la presión sobre el Estado guatemalteco.
Saquemos una primera lección: para incidir en Guatemala (o en cualquier otro asunto) hay que estar donde importa. Y para saber dónde importa hay que entender cómo funcionan las cosas. Por eso un programador ambicioso de software se va para California, a Silicon Valley. Allí están los expertos que le enseñarán a programar mejor, allí hablará con los inversionistas que financiarán su emprendimiento; y allí encontrará a los lenguaraces que venderán su invento al mundo.
Incidir hoy en Guatemala, eficazmente y para bien, exige aclarar sobre qué queremos actuar, cómo funciona y dónde están los puntos de presión. Así, por ejemplo, mientras en otros tiempos yo instaba a no trabajar en el gobierno (¡cuánta razón daría el tiempo![1]), hoy es al revés: si usted tiene capacidad, disposición y libertad para hacerlo, ahora vale la pena el sacrificio[2]. Toca trabajar en el sector público, así sea en el Ejecutivo central, con el legislativo o en los gobiernos locales. Y urge gente. Atrévase a postular para Gobernador o para Director Departamental de Educación, involúcrese en su municipio. Y reconozcamos: eso sí requiere estar en Guatemala. Como sabían por igual Lenín y De Gaulle, la resistencia funciona desde cualquier parte, pero los gobiernos operan desde adentro de sus territorios.
Pero no es solo cosa de dónde, sino de cómo. No basta con el contenido de la tarea: la clave está en los enlaces. Valgan como ejemplo las carreteras. Si usted es ingeniero de caminos estará muy contento porque el plan de gobierno dice que se construirán o mejorarán 1,500 kilómetros de caminos rurales. Pero, aunque se construyan, poco importará si antes no contestamos de dónde a dónde correrán dichas carreteras: ¿a quienes conectarán?
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Generalizando, la segunda lección es esta: hay que enlazar los medios con los fines y eso exige entender cuáles medios inciden en cuáles fines. No se engañe: un camino que no conecta con las comunidades más pobres no servirá a las comunidades más pobres. De poco sirve distribuir una aplicación que le permita a los estudiantes leer sus textos escolares en el celular, si no hay internet o no tienen para pagar la conexión. Insisto: la eficacia depende de entender cómo funciona el problema que queremos atender.
Y finalmente, es un asunto de con quién se buscan las soluciones, que en última instancia también es un asunto de enlaces. Se hace obvio con la corrupción: poco ayudó hacer el Libramiento de Chimaltenango con gente ladrona. La élite económica se ayuntó con los abogados más viles para garantizar sus intereses y negocios, y ya vé dónde terminó la justicia guatemalteca.
Va más lejos: parece de perogrullo, pero es fácil olvidar que hay que hacer las cosas con quienes deben estar involucrados. Todo el que deba aportar, y solo el que deba aportar a la solución, necesita sentarse a la mesa. Los primeros son los sujetos mismos, la población que merece bienestar. No es asunto para tibios, porque más que insistir en una modernización que suena sospechosamente a hacer que otros se parezcan a nosotros, así lo quieran o no, debemos preguntar a la gente qué quiere, qué necesita; y debemos estar dispuestos a hacerles caso en procurarlo.
Sobre todo, debemos dispersar el poder, hasta ahora tan concentrado, para que esa voluntad se cumpla, aunque tome más tiempo; porque tener dinero no es igual que tener razón.
[1] Algunos no hicieron sino apuntalar el mal. Julio Héctor Estrada, un buen economista, en el peor momento posible dio oxígeno al régimen vende patria de Jimmy Morales; Edwin Asturias, indudablemente un gran especialista en enfermedades infecciosas, con su paso por la Coprecovid sirvió para lavar la cara a la irresponsabilidad criminal de Alejandro Giammattei.
[2] Vaya prevenido: aunque usted ame a Guatemala, ella no se deja querer.
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