La conversación ha divagado entre quejas y alegrías, a veces tristezas y hasta decepciones. Algunas noticias y muchas opiniones. Opiniones que han querido tener sustento y no siempre lo consiguen. Quizá algunas necedades, ocasionales peroratas y una dosis de inmoderación. Hasta que, ahora sí, toca partir.
Y sin embargo la pausa, la sonrisa cómplice de quienes concurren, la vista que se pasea de las copas vacías a la puerta y de vuelta, para concluir: ¡la última y nos vamos!
Así me pasa, que aquí me detengo, la última columna en la mano, queriendo alargar el rato y sabiendo que no, que hasta aquí llegó. Si cuento bien, fueron 545 ocasiones —546 con esta— para charlar con las teclas y los ojos gracias a Plaza Pública. Me quedé corto por 3 semanas para llegar a los 13 años, desde que un 9 de marzo comenté un innecesariamente polémico programa de transferencias condicionadas.
Contenía en germen lo que vendría luego: la evidencia de una sociedad anómala y sus cotidianas injusticias, y el reconocimiento de que despotricar es el más sagrado derecho de quien ejerce la opinión, siempre que esté dispuesto a cargar con las consecuencias. Lo demás fue educación personal. Reconocer patrones subyacentes, menos por talento que por la necesidad de examinar una y otra vez los temas para producir algo cada siete días. Como con los puntos del semitono, en la proximidad de cada entrega apenas se descifra lo representado, pero la distancia de una década de ejercicios semanales permite pintar una imagen muy clara.
Fue ver los modelos que nos forman y deforman desde la tensión clasista y racista, entre una élite que quiere ganar siempre y una clase media urbana que la aúpa, aunque afortunadamente cada vez menos. Y ambas ante un pueblo en pobreza, en su mayoría indígena, que a pesar de 5 siglos de marginación sigue resistiendo y, más aún, sigue soñando. Quizá sea lo único que eventualmente nos redima como nación. Un país pequeño y marginal, pero al que igual amamos —parafraseando a Séneca— nomás por ser el nuestro.
Pero no es momento para el análisis o el señalamiento. Para eso existe esta Plaza Pública generosa, con tantas voces, tanto seso y tanta buena voluntad. Y si usted siente el impulso de volver sobre algo de lo que he escrito, le dejo también mi archivo personal y hasta una colección de ensayos desde este nuestro Estado perverso. Más bien es hora del agradecimiento.
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Agradecimiento para quienes me invitaron a escribir aquí, que en lo claro y en lo oscuro ilustran que los buenos resultados los conseguimos entre todos. Martín, que abrió la puerta. Enrique, el buen periodista y Francisco, recordatorio de que el presente siempre es de los jóvenes. Helvi, Julio —paciente tutor semanal de escritura, prematuramente perdido— y Gerson, que llevaron cada columna de la mano hasta publicarla. El equipo diverso y eficaz que ha hecho que Plaza Pública suceda sin que uno sepa cómo. Mis compañeras y compañeros columnistas, que son inspiración y reto.
Agradecimiento especialmente para usted, lectora o lector, que esta vez, muchas veces o siempre, se tomó el tiempo para leerme, quizá hasta de compartir mis palabras con su familia y con sus amistades. Agradecimiento para quienes, en aquellos tiempos cuando aún creíamos que la internet nos permitiría a todos una conversación abierta, democrática y civilizada, ponían comentarios bajo las columnas en este mismo medio. Agradecimiento a quienes aún hoy se toman tiempo para comentar y distribuir en redes sociales lo que escribo.
Sobre todo, agradecimiento a quienes dan razón para confiar en que pensar, hablar y escribir no son tareas inútiles. Para las y los que insistentemente vuelven al empeño de creer, tenazmente y contra tanta evidencia, que en esta tierra puede haber no solo paz, sino también justicia y felicidad. Y que con ello dan siempre motivo para volver a escribir otra columna.
Pero hoy quiero hacer otra cosa, aunque me pese dejar esta. La coyuntura lo reclama y la vida quizá no dé otra oportunidad. Y así, 14 de febrero de 2024, miércoles de ceniza y día del cariño, día de pena pero también de corazón, termino.
* * *
Aunque, como siempre con la tertulia, queda la ilusión, a veces hasta la oportunidad, de volver a reunirnos a charlar otro poco. Más que adiós, mejor digamos hasta pronto.
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