Pero si hablamos de estas acciones de calle, quizás hoy lo hagamos como una ausencia, porque me cuesta recordar cuáles han sido las últimas intervenciones visibles en el espacio público. Pienso en los sectores religiosos que hacen su viacrucis por la justicia o en quienes encienden velas para pedir la liberación de presos políticos. También en quienes organizaron un empapelado en la plaza para denunciar el crimen de odio en contra de una pareja gay a manos de la PNC. O en quienes han salido a las calles en solidaridad con el pueblo de Palestina. Quizás no son acciones cotidianas ni constantes, y por eso las nombro como ausencias.
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Entonces, este texto va hacia la ausencia, que no es casual. Perdemos mucho al ver la calle vacía, porque a diario la transitan miles de personas, ojos a los que no llegamos y oídos que no nos escuchan, pero que podrían hacerlo. Y si indago en los motivos de por qué ya no salimos, o me atrevo a sospecharlos, la criminalización fraguada desde el Ministerio Público ha tenido un efecto en repensarnos salir a las calles: la intimidación constante, los liderazgos en el exilio o en prisión. La llegada de Bernardo, después de momentos duros de persecución y al menos 106 días en las calles liderados por las autoridades indígenas, no solo nos dejó agotados, sino también con una mirada difusa del enemigo común. Más allá de Consuelo, no hay un Alejandro Giammattei a quien criticar, como por inercia lo hacíamos.
Esta ausencia no es mala, simplemente es. Creo que ha nacido de la cautela, lo que la vuelve más cuidadosa. Pero también nos llama a pensarla y atenderla, a preguntarnos si es buena idea seguir tomando el espacio público y las miradas de quienes lo transitan. Porque lo creo urgente, en esta crisis, que no siempre percibimos como aguda, se avecinan procesos que definirán nuestros futuros y lo que conocemos como democracia.
El próximo año, con la elección de la Corte de Constitucionalidad, se jugarán los procesos electorales, los grandes casos de extractivismo, si la policía nos saldrá a violentar o no en el Pride, o si Bernardo enfrentará un antejuicio. También está la designación de la persona que ocupará la Fiscalía General del Ministerio Público, y no es un secreto que una mala fiscal puede seguir frenando la gobernabilidad de un país o usar la justicia como un arma de venganza.
Volver a la organización es clave, pero también, hacerlo desde las calles, porque son pizarrones en blanco donde se pueden dibujar llamados de urgencia, de acción y que sensibilicen o sirvan de difusores de información y pensamiento. Creo que este llamado es un poco para mi mismo, pero también para quien lo deba escuchar.
Gracias a quienes garabatean paredes, a quienes ponen stickers o empapelados, a quienes encienden velas o esperan afuera de tribunales durante las audiencias de quienes están siendo criminalizades. No solo nos dan una lección, también nos trazan una ruta a seguir. Porque cuando concibamos que la crisis es aguda, quizás estaremos al borde, y si perdemos todo, lo que siempre tendremos son las calles.
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