Ese pedacito de don es el regalo de los dioses para asumir lo que se viene. Es el impulso del corazón necesario para pensar que se le puede hacer frente a todo lo perverso que se esparció por todo el mundo. No es posible cambiar algo con resignación. En Guatemala, la caja de Pandora parece que no tiene final. Siguen surgiendo problemas, injusticias, muertes y violencia. Pareciera que la esperanza no forma parte del mito de país que somos.
La esperanza es una realidad concreta. No es un ideal. No responde a una declaración de buenas intenciones. La razón y el argumento de la preservación de la esperanza están en los hombres y las mujeres que han asumido la resistencia al poder como la mejor manera de cuidar de ella. En aquellos que llevan décadas enseñándonos que el mejor mañana llega en la justicia o en la lucha contra la corrupción. Son aquellos que no dejan de estar de pie frente a la mina y los que nos han recordado desde adentro de una cárcel que hay un mejor mañana. Son los justicieros que están desde la siete de la mañana en un aula contando su historia y terminan de pensar el país a las 10:00 p. m. Son los que se levantan de madrugada pensando en el siguiente paso para no perder el camino avanzando en el fortalecimiento del Ministerio Público. Es el papá que les enseña a sus hijos de este país. Las mujeres que no dejan que las acosen en las calles. Es quien no se deja humillar por quien busca la manera de hacerlo sentir de menos.
La esperanza de un país diferente pasa entonces por cuestionar el poder de quien ha permitido que, de cada diez guatemaltecos, seis sean pobres. Es comprender cómo es posible que, en la economía más grande de la región, cinco de cada diez niños mueran de hambre. Es desnudar a Jimmy Morales y decir que sus gastos innecesarios han robado las medicinas de su centro de salud, que Álvaro Arzú vendió el país y se encargó de privatizarlo y negarlo a quien más lo necesita, que desde su paso por la presidencia el empresariado —que se niega a pagar más impuestos para amortiguar la tragedia que vivimos a diario—- ha estado presente en la mesa de negociación.
El cuidado de la esperanza es cosa suya y mía. No se debe subestimar. Al poder y a los poderosos de este país no les gusta la esperanza: ni las manifestaciones de indignación ni los tuits incómodos ni los sistemas políticos diferentes que dan muestra de las carencias y contradicciones de un Estado del que solo se sirven quienes están en el poder. Temen aquello que hace que las personas crean que los cambios son posibles.
Hoy más que nunca debemos responder el llamado que han hecho varios sectores y articular nuestros esfuerzos para defender los pequeños pasos que hemos dado hacia una institucionalidad independiente de los intereses particulares. Es un momento propicio para poner toda nuestra atención en la elección de fiscal general, en la mesa donde se sentarán los comisionados. El tiempo no está a nuestro favor cuando urge ante tantas problemáticas. Lo entiendo, pero este camino ya recorrido para recuperar una justicia comprometida con el bienestar de todos necesita de una concreta esperanza.
En otras palabras, se necesita de usted, de mí, de quien está a la par suya y mía, de un nosotros muy grande para cuidar la esperanza desde la sala de vistas, desde las campañas de comunicación vía WhatsApp, desde los gestos creativos pequeños y grandes, desde la mesa del almuerzo donde la política se vuelve un digno tema de conversación. Todas las voluntades son necesarias hoy para defender un mejor mañana.
Atentos.
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