El profesor argentino Roberto Gargarella, en una investigación que publica la editorial Fontamara de México, analiza el modelo constituyente de los Estados Unidos y presenta así una crisis de representación política. Y en dicho análisis concluye que aquel modelo de representación, válido para Latinoamérica, está hecho para desalentar la participación del ciudadano. Con ello queda abierta la puerta a un sistema político más fácil de presionar desde pequeños grupos de interés.
La democracia representativa necesita dos elementos fundamentales: el primero, partidos políticos, y el segundo, elecciones periódicas. Ambos, ciertamente, deben responder a criterios de transparencia que den una alta credibilidad en sus resultados.
Con los elementos sobre la mesa, cabe decir que, si algo no funciona de manera adecuada en Guatemala, ese algo es el sistema de partidos políticos, en ninguno de sus sentidos, que se presenta como un modelo autoritario de ejercicio de poder. Así, no hay oportunidad alguna de participación ciudadana para proponer dirigentes y candidatos. Se ha dicho hasta la saciedad que muchos partidos son fichas que se ponderan en cada elección, y eso les da cierto valor en mercado. Es decir, cuando usted elige representantes al Parlamento, no necesariamente lo hace por vía de un proceso de participación real.
En una de las teorías del modelo de representación, la sociológica, el representante se ve en el representado y, por tanto, el Parlamento o Congreso es reflejo del conjunto social que lo eligió.
Con lo dicho hasta ahora, usted puede inferir que hemos delegado en los partidos políticos que estos decidan quiénes son los representes que se deben elegir y que los elegidos no son necesariamente quienes lo representan a usted. Sin embargo, los pequeños grupos de interés que inciden en esos partidos promueven que usted se sienta representado en las propuestas mediante ideas más bien distorsionadas de lo que se necesita.
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Es por ello que la teoría sociológica, a mi criterio, pierde sentido en nuestro caso, puesto que la mayoría de la población no se ve o no se siente reflejada en ella.
¿Dónde puede haber un fundamento para salir de esta situación?
En mi creencia, lo primero es abandonar la idea de que los representantes acatarán lo que los representados quieren, puesto que se ha vuelto una tradición que los representantes aíslen a sus representados (electores) y, por tanto, respondan a sus financistas, que provienen de pequeños grupos de interés. Para cambiar esto hay que cambiar el modelo de partidos políticos, el cual, como sabemos, no es de agrado.
Lo segundo orienta a entender que, en la medida en que los representantes electos trabajen por los derechos fundamentales, ellos pueden abandonar la creencia de que la salida política a todo problema es penar a las personas. Hay más decisiones de política criminal que de política social. En consecuencia, le es más agradable a la población escuchar propuestas punitivas que propuestas de desarrollo. Hay que hacer un análisis psicosocial de esto.
Finalmente, creo que la crisis de representación parlamentaria viene estructuralmente acompañada de la falta de profundización del modelo democrático de paz y de la falta de abandono de un modelo autoritario de guerra. Esto se agrava ante la tradición electoral de elegir para el Ejecutivo a quien se parezca más a un papá castigador que a un gobernante democrático.
Si ciertos grupos de poder no quieren que los jueces se entrometan con un control constante de los actos políticos, entonces deben promover un sistema de representación política de aceptable transformación. De lo contrario, los jueces seguirán teniendo la última palabra y no serán ellos los responsables.
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