Su manifestación más reciente está a la vista con el ataque frontal al multilateralismo que ha montado la actual administración estadounidense. Espacios como las Naciones Unidas, bancos de desarrollo, bloques comerciales y todo lo que suene a más de dos actores tomando decisiones hoy parecen estar apestados. La razón, dicen, es doble: lentitud para actuar y resultados que tardan mucho en llegar, si es que alguna vez lo hacen.
Justificable en apariencia, pero solamente ante un electorado (por demás muy sui generis): el ciudadano estadounidense promedio viaja poco fuera de sus fronteras más inmediatas y, además, al habitar en la mayor economía de consumo del planeta, siente que vive en un lugar que lo produce todo y que por lo tanto puede prescindir del resto. Si a ello se añade una autoimagen de potencia militar, con miles de gladiadores modernos dispuestos a dispersarse para hacer presencia allí donde se crea que hacen falta, pues entonces nos topamos con un caldo de cultivo y con un mundo como este en el que hoy vivimos o que más bien padecemos.
El problema es que la gran mayoría de los desafíos de desarrollo contemporáneo requieren de mucha cooperación y coordinación de esfuerzos. Así es. Mientras la realidad contundente y cotidiana llama a cooperar entre varios, los hechos alternativos proclaman el individualismo y la solución bilateral muy poco dialogante.
Los problemas que ocupan cada vez más espacio y atención de tomadores de decisión son de naturaleza transnacional: cambio climático, migración, narcotráfico, cadenas de valor global, tercerización de servicios, regulación económica. Aun si la lógica que se invoca es la de la eficiencia económica, la cooperación supera por mucho las soluciones unilateralmente impuestas. Además, porque la cooperación y el diálogo aportan mayor sostenibilidad a los acuerdos que se logran.
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Por otra parte, la tecnología y su expresión más tangible, los teléfonos celulares y las redes sociales, nos hacen vivir todos estos fenómenos en tiempo real. Con ello generan expectativas en toda la humanidad, incluyendo a los que tienen menos. Porque cada día son más los ciudadanos pobres del mundo con acceso a información con la cual comparan su nivel de vida con el de otros seres humanos, y así es como alimentan demandas y aspiraciones que luego obligan a Gobiernos a movilizar recursos para dar respuestas o atenerse a las consecuencias.
Entonces, es una enorme mentira creer que el multilateralismo ha pasado de moda y que el nuevo nombre del juego debe ser divide y vencerás. Solo hay que releer un poco de historia, ¡y de historia muy reciente!, para recordar que la democratización del bienestar, la cohesión social y el diálogo amplio y plural, aunque imperfectos, son ideales mucho más confiables que manotazos egoístas en la mesa y tuits de «aquí se hace lo que yo digo».
Es algo tan universal que todo eso que vale para la aldea global se aplica igualmente a Guatemala. Por esa razón es que hay que apoyar transformaciones políticas que propongan el diálogo informado, la evidencia como fuente de la toma de decisiones, los pesos y contrapesos en la gestión pública y la participación amplia y respetuosa de las diferentes fuerzas que hacen de este país un mosaico tan especial y único. No hay que dejarse dividir. No hay que dejarse engañar.
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