Tras su retorno luego de sus respectivas competencias deportivas, ellos tres tuvieron recepciones populares espontáneas y obtuvieron coberturas mediáticas de talla mundial, muy al estilo de lo que Daniel Dayan y Elihu Katz explican en su libro Media Events: The Live Broadcasting of History (1992, Harvard University Press).
Mi padre me contó que él, como periodista, cubrió la noticia del apoteósico regreso de Doroteo Guamuch Flores en abril de 1952, luego de que este atleta obtuviera el primer lugar en la Maratón de Boston, Massachusetts, Estados Unidos. El 13 de agosto de 2012 yo viví el emocionante retorno de Erick Barrondo en una larga transmisión de televisión, totalmente en directo, luego de que él obtuviera la primera medalla de plata para Guatemala en unas Olimpiadas, las de Londres, en el campo de la marcha atlética. Y el 4 de agosto recién pasado Kevin Cordón regresó al país con un honroso cuarto lugar en bádminton en las Olimpiadas de Tokio. Estos tres atletas nacionales fueron recibidos por multitudes que los esperaban para saludarlos como héroes nacionales.
Entre otros géneros televisivos, un acontecimiento medial tiene algunas características peculiares: 1) los grandes medios interrumpen su programación rutinaria en sintonía con el suceso, que transmiten por largas horas; 2) el evento no es organizado por los medios, sino por las autoridades; 3) es planificado y publicitado ampliamente; 4) incluye la presentación ceremonial del atleta.
Yo no viví el regreso de Doroteo Guamuch Flores, pero sí el de estos dos deportistas, e intento comparar los ambientes sociopolíticos que observé y, como semiólogo, decodificarlos. En el primer año de gobierno de Otto Pérez Molina se dio el evento medial de Barrondo y puedo afirmar (sin lugar a equivocarme) que el pueblo de Guatemala celebró en esa ocasión algo así como una reconciliación popular con el sentimiento de un sano pero huidizo nacionalismo. Barrondo retornó con la medalla de plata en su pecho y nos transmitió lecciones muy positivas. El Partido Patriota, en el poder entonces, casi se invisibilizó, afortunadamente. Para los guatemaltecos fue un inusitado festejo nacional transmitido por todos los medios informativos y en las incipientes redes sociales. Nos sentimos muy bien reconociéndonos guatemaltecos. Barrondo nos otorgó ese regalo y gozamos efímeramente con dicha ilusión.
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El caso de Cordón presenta algunas diferencias, pues las autoridades del Gobierno central fueron advertidas por sus severos críticos en redes sociales de que no intentaran instrumentalizar el éxito de él, ya que era de él, y no de este gobierno. Las autoridades ordenaron la transmisión del evento en el canal del Gobierno desde la salida de Cordón del avión y le otorgaron un minúsculo y ridículo trofeo que fue sumamente criticado. El evento medial de Cordón no tuvo el impacto masivo logrado por Barrondo porque estamos atravesando la pandemia de covid. Pero se manifestó una formidable alegría popular y se esparcieron en redes multitudinarios mensajes de aliento a su favor, que también fueron aprovechados para recordarles a los directivos deportivos que Kevin había triunfado a pesar de que no se le había brindado el debido soporte y que había sido su mérito personal.
Muy pocos deportistas chapines han presentado esos estimulantes rostros victoriosos. El deporte colectivo, históricamente, nos ha dejado frustraciones. Las pocas alegrías deportivas nacionales han sido por esfuerzos individuales, en lo cual coinciden estos tres casos paradigmáticos.
Todos lamentamos las mediocres actuaciones de algunos deportes que reciben millones de quetzales anualmente y valoramos a Guamuch, a Barrondo y a Cordón, quienes se han llenado de gloria gracias a sus denodados esfuerzos. Los eventos mediales demuestran, por la cantidad de personas que se mantienen pendientes de su público transitar, que hechos de este calibre permiten construir imaginarios sociales históricos muy necesarios en Guatemala, pues son referentes ideales para una juventud con pocos héroes locales.
Tuvieron que pasar 69 años para que Barrondo nos ofreciera una noche de satisfacciones deportivas y nos hiciera sentirnos orgullosos de una Guatemala que ha sido ingrata en cuanto a gozos colectivos. Todo, por la corrupción imperante que pudre el Estado guatemalteco. Kevin Cordón, con su ejemplo, nos recuerda que de vez en cuando es muy valioso empaparse socialmente con un poco de nacionalismo, pero no con el patrioterismo que contagia e infecta el pésimo concepto del bicentenario de la independencia.
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