La idea fue burlarse de Alejandro Giammattei, quien dijo que las constantes protestas en plazas son apoyadas solo por pequeños grupos que no pasan de «150 pelones».
La semiótica nos permitirá desentrañar algunos simbolismos interesantes.
Este acto sui generis fue una acción claramente política que buscaba ridiculizar al presidente a través de una escenificación graciosa, pues buscó desmentir irónicamente al mandatario. Pero también tenía algo de burlesque al satirizar la actitud negacionista de este. Y así, sin llegar a ser una pieza formal de teatro, se constituyó en un acto performativo.
Tampoco fue una producción con formato clásico, según la teoría de Patrice Pavis, pues no hubo un texto ni espectadores que pagaran por presenciarla en un espacio cerrado. Tampoco fue observada en silencio. No puede considerarse una obra de arte teatral elaborada para representarse por actores profesionales.
Haciendo una analogía, según el experto Antonio Sánchez, fue un teatro de campo expandido, el cual permite una lectura metafórica del montaje con bases semióticas buscando realidades no evidentes, puesto que las representaciones teatrales son campos minados de ricas significaciones. Así, el escenario montado en la Plaza de la Constitución se convirtió en el espacio físico de la puesta en escena de la protesta, y esta acción simbólica produjo una resignificación.
Algunas convenciones teatrales no se cumplieron, claro, porque la acción carecía de códigos tradicionales y de sus normas mínimas. Fue muy difícil separar lo verdadero de lo verosímil, pues existió una línea diferenciadora muy sutil por el hecho de que no era una obra de teatro. ¿Era una parodia, un acto satírico, una bufonada o una mezcla de formatos?
Inevitablemente, este evento produjo efectos comunicativos al crear una segunda realidad y reinterpretar un aspecto del contexto político-social, pero proyectando una postura crítica. Es lo que Sánchez llama la teatralidad social: un campo expandido fuera de los edificios convencionales, parecido al teatro callejero de fugaces representaciones en espacios públicos, y que responde a paradigmas escénicos de la posmodernidad urbana. Los pelones se convirtieron en personajes simbólicos. ¿Un burlesque a la chapina con una mordaz crítica popular contra Giammattei?
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Conforme la teoría de Charles S. Pierce, aquí hubo muchos signos índices. Uno fue el espacio diseñado para indicar la barbería, aunque fuese una lona común. Las maquinitas para rapar y las típicas vestimentas de los barberos fueron otros elementos que proveyeron información complementaria.
Los actores-actantes, como en el teatro, se convirtieron en signos portadores de significación, y sus cabezas rapadas narraron la protesta en silencio, con lo cual se transformaron en elementos centrales de un sistema significante: se apropiaron del papel de clientes de la barbería y así buscaron mofarse conscientemente de las palabras presidenciales. Y lo hicieron en forma voluntaria cumpliendo una función imitadora: dar vida a los 150 pelones.
En cuanto a los signos icónicos, según Pierce, hay una relación de semejanza con el referente (esencia fundamental del signo icónico). El actor-actante aceptó ser rapado para transformarse en pelón. Ese signo marcó su función semiótica por su sola capacidad de enunciación (¿ni un pelo de tonto?).
El espectador que llegó a la plaza tuvo una relación pragmática con este montaje simbólico por medio de signos que fueron construidos in situ para burlarse del mandatario en una representación fuertemente connotada. Fue una metáfora social que se transmitió fácilmente, bien decodificada por los espectadores. El pelón como signo primario desencadenó una serie de significados secundarios de burla, mofa y chanza en torno al gobernante. ¿Lograron ponerlo en ridículo?
El estilo del cabello, dice Tadeusz Kowzan, representa un microsistema sígnico independiente, transmite con precisión las peculiaridades del actor-actante y crea de ese modo personajes-tipo. Así, los pelones lograron representar a un grupo de personas inconformes con aquella expresión presidencial que pretendía descalificar a los manifestantes de la plaza. Y se colocaron frente al Palacio Nacional, se tomaron la foto para subirla a las redes sociales y escribieron el mensaje de burla «somos + de 150 pelones» en un acto performativo inusual e inédito en Guatemala.
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