Apoyando regímenes dictatoriales de derecha y no precisamente promoviendo la democracia y la libertad. La política de la contención se degeneró y su aplicación pasó de ser sobre la expansión estratégica de la Unión Soviética y se volcó sobre el comunismo como una ideología. El problema es que la definición de comunismo se amplió a cualquier postura en contra del establishment de la época. Si se ajustaban a sus intereses, los Estados Unidos se hacían de la vista gorda ante la oprobiosa represión de dictadores como Somoza.
Con el fin de la Guerra Fría estás dictaduras “hijas de puta” también se fueron extinguiendo pasando a establecerse regímenes democráticos. Claro, el Tío Sam ya tenía asegurada su frontera en América Latina, que, con la excepción de Cuba, contaba en su totalidad con regímenes democráticos, economías de mercado y programas sociales de “la tercera vía”, en el papel al menos. Pero el fin de la competencia ideológica no significaba el fin de los gobiernos hechos a la medida de los intereses de los Estados Unidos y de otras potencias.
El petróleo marcó la ruta de la nueva frontera: el mundo árabe. Estados Unidos y Europa marcaron sus intereses en los recursos naturales de los países del Oriente Próximo y del Norte de África. Tomando en cuenta que la guerra es el principal factor de desequilibrio para el mercado del petróleo, la ruta más práctica son las buenas relaciones con los líderes de la región. Independientemente de que estos fueran unos “hijos de puta”. Así se forjaron alianzas con viejos enemigos en países como Libia, Siria, Jordania, Argelia y se estrecharon otras con las dictaduras en Egipto y Arabia Saudita. Siendo las excepciones Irán e Iraq.
Hoy el panorama está cambiando, cansados de los regímenes dictatoriales en estos países y apoyados por las nuevas tecnologías de la comunicación, los ciudadanos están rebelándose contra los mismos y teniendo éxito. Occidente no podía descuidar su frontera y amparándose en las Naciones Unidas ha desplegado su brazo militar en Libia y está por hacerlo en Siria. El presidente de los Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama, ha hecho un llamado a los gobernantes de ambos países (Gaddafi y Assad, respectivamente) para que pongan un alto a la violenta represión contra sus ciudadanos y hagan una transición “pronta y transparente” hacia la democracia.
Sin embargo, esta postura deja mucho que desear cuando volteamos la mirada a Afganistán e Iraq. Bajo la ocupación de Estados Unidos (10 y ocho años, respectivamente) la creación de instituciones democráticas, una economía de mercado y el respeto a valores como la seguridad, la libertad y la justicia, parece ser una misión imposible. La solución práctica, siguiendo la literatura esencial de la política realista, es contar un gobierno dictatorial afín a sus intereses. Esto en Iraq ha sido imposible y Hamid Karzai en Afganistán es incapaz de ejercer el poder sin la presencia de las fuerzas armadas de los Estados Unidos e internacionales, aunque es muy capaz para hacer mal uso del erario y de la cooperación financiera internacional.
El gran obstáculo para imponer gobiernos afines a los intereses de Estados Unidos y otras potencias son las revueltas de ciudadanos hambrientos por una democracia verdadera y funcional. Protestas que poco a poco pero con mucha seguridad se están replicando en otras partes del mundo como España y China. Protestas que han identificado que el problema no es que nos gobierne un “hijo de puta” sino el sistema, tanto nacional como internacional, que permite que esto suceda. Hasta cambiar el sistema será posible prevenir que el poder lo ostenten personas con agendas ocultas y esto solo se hará posible hasta que sigamos los ejemplos de otras partes del mundo. Es hora de retomar lo público y hacer que funcione para todos.
roberto.antonio.wagner@gmail.com
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