Hogares pobres en comunidades pobres en territorios pobres. Todo reforzándose mutuamente, como intentando transmitir un mensaje de imposibilidad y desesperanza, pero que afortunadamente se va topando con decenas de seres humanos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que encuentran a diario la manera de hacer brillar un pequeño sueño, una idea simple, una manera de florecer en medio de la carestía: el ingenio rural.
Ha sido una fantástica lección de humildad ver la inventiva y la determinación de esas personas. Comprobar, una vez más, cómo es que los seres humanos, cuando se nos deja espacio para explorar, pensar y ser creativos, les sabemos encontrar solución a las situaciones más adversas.
Conversé con una familia de mujeres panaderas en la que el único hombre es el padre. El resto, la esposa y tres hijas, se dedican desde hace tres generaciones a levantarse muy temprano y producir infinitos tipos de pan. Perdí la cuenta de la variedad, pero traigo impregnados en la nariz el olor, en el gusto la explosión de sabores de ese bendito lugar y en los ojos las sonrisas limpias de sus moradoras.
Visité una organización de ladrilleros en el desierto de La Mixteca. Hombres partiéndose la espalda paleando aserrín para mantener los hornos prendidos. Codo a codo con jóvenes mujeres que se revientan las manos peladas bajo un sol abrasador, colocando pacientemente rojas hileras, que serán cocidas lentamente y bajarán después a forrar los muros de la ciudad.
Anduve ahumado entre productores de carbón vegetal, caminando entre sus enormes nidos como de hormigas gigantescas, donde la madera del bosque se transforma en ese oro negro y baja para servir de lumbre en un millón de fogones.
Me senté a almorzar con productores de huevo para plato, felices todos ellos de apostarles a sus gallinas, esas sí de los huevos de oro, para generar un incipiente ahorro que, ojalá, vaya de más en más y algún día los ayude a cambiar la trayectoria. Tan generosos fueron que nos regalaron a cada uno un cartón de 30 huevos y se desprendieron así de su mayor posesión y fuente de riqueza.
Entrevisté a don Ignacio, criador de truchas en la montaña de Ixtlán de Juárez. Una hermosa historia de lucha paciente y constante. Ojos pequeñitos y arrugados que miraban con extrañeza mi estrés citadino y me decía: «No se preocupe, hombre, si ya mañana es domingo». Y yo en broma le respondí: «Está bueno, pues, pero ¿qué voy a hacer cuando ya sea lunes?». La respuesta lista desde hace años no se hizo esperar: «Muy sencillo, Tomás. Vuelve a esperar el domingo». Pero es que el vocabulario y los marcos mentales urbanos que desde el inicio, desde siempre, han antepuesto el lucro a la solidaridad y el individualismo a la acción colectiva nos impiden pensar y ver más allá.
Siempre es lo mismo. Siempre la realidad manda los mismos mensajes en todas partes. En México, Ecuador, Brasil, Paraguay, Haití, Cuba, Guatemala o Bolivia. El espacio rural es viable, y no solamente desde la agricultura. La economía rural no agrícola es muy importante para diversificar fuentes de ingreso, pero también para no poner todos los huevos en la misma canasta. La ruralidad es mucho mayor y mucho más rica y compleja de lo que nos dicen las ciegas estadísticas oficiales.
Así pasé unos días muy intensos. Aprendí, conviví, caminé, comí, conversé y me reí con muchos seres humanos de ese otro mundo lejano: el rural (mexicano). Y para mis adentros pensé: «Va a estar en chino transformar la realidad de tanta gente de proyecto en proyecto. Necesitamos más bien una política pública que llegue con músculo y sentido estratégico para encontrar la manera de interactuar con tanto actor y su entorno y generar así la mezcla justa de soluciones propias con el respaldo institucional de un Estado que mande siempre el mensaje de que esa gente importa, pues de ellos también depende el futuro de las naciones». Pero francamente no sé bien cómo dar el salto.
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