Tal vez debería comenzar por el primer día de secundaria. Para entonces estábamos en la flor de la inseguridad personal, que viene con esa etapa indefinida entre la niñez y la adultez. Y de repente aparecés vos, un regordete con pelo de micrófono y con la voz más chillona que había oído en mi vida. Un tipo jovial, muy inteligente, curioso y con un sentido del humor tan extraño que nadie entendía. Un blanco perfecto para la burla o, como se lo conoce ahora, el bullying. Si dijera que fuimos amigos desde el principio, vos te encargarías de corregirme contando la anécdota de cómo, después de que yo había peleado con otro compañero del colegio, este y yo habíamos decidido que lo mejor era molestarte y llevarte arrastrado por los campos de futbol hasta meterte en un hormiguero y castigarte por ser tan extraño. Memoria más cerota la tuya para no olvidar nada.
Pronto descubrimos que teníamos una habilidad muy especial en común: la total falta de coordinación física para practicar cualquier deporte que involucrara una pelota. Así, mientras muchas personas crecían siendo patojos saludables, vos y yo pasábamos los recreos en la banca hablando babosadas gracias a las cuales descubrimos que teníamos muchas cosas en común: las computadoras, la astronomía, la literatura de ciencia ficción, la fantasía, los mitos, una fascinación por las noticias extrañas y los periódicos amarillistas. De pronto ya éramos amigos.
Para 1989 regresabas al colegio como otro personaje. Te habías dado un estirón descomunal, al cual creo que nunca te acostumbraste y por el cual creo que todos te recuerdan como un terremoto viviente. Además, te había bajado la voz a un tono muy grave, del cual te enorgullecías tanto que lo hacías notar al mundo utilizando un volumen que era inapropiado para cualquier lugar que no fuera un estadio. Otra cosa había cambiado también: lo de jovial y alegre había desaparecido, y en su lugar había una semilla de ironía que cultivarías hasta tener un ingenio afiladísimo para callar a cualquiera y el detector de bullshit más impresionante que he conocido. Para esas vacaciones me presentaste a Metallica, y vos te unías a la expedición de los amigos de la colonia en la cual, barranqueando, descubrimos el cadáver de una mujer indígena.
Llamamos a los bomberos y a la Policía para que vinieran a verla. Vos les preguntaste si sabían cómo había muerto, y ellos nos aseguraron que había sido accidentalmente al derrumbarse la ladera donde ella estaba cortando leña. ¿Cómo está seguro de eso y de que no fue una violación?, le preguntaste al policía. Este le levantó el corte y te dijo que llevaba calzón todavía. Eso pareció tranquilizarte.
Cuando regresamos a casa, y antes de que llegaran a rescatar el cuerpo, estoy seguro de que a vos te pareció que la mejor idea era que bajáramos de nuevo para fotografiar el cadáver con la cámara Polaroid que yo recién había recibido de regalo en casa. Nadie se atrevió a fotografiarla, y no sé si fuiste vos u otro de los que estaban allí quien tomó esa foto impresionante en la que se le miraba la mitad de la cara como una sombra negra y la otra mitad como una calavera. Nadie quería esa foto después, solo vos. Solo a vos se te ocurre que las fotos de la difunta que tomamos, más las viejas ediciones del diario amarillista más popular de Guatemala, La Extra, serían el forro adecuado para tus cuadernos del colegio. Pero a la directora del colegio no le pareció nada adecuado. Para entonces, casi que eras parte de mi familia y te quería como a un hermano.
[frasepzp1]
Luego de finalizar el colegio, vos te fuiste a España a hacer el servicio militar. Para cuando regresaste, vos y yo estábamos en otros mundos y ya no hablábamos tanto. Fuimos a reencontrarnos en el mundo musical de Guatemala de finales de los años 90, cuando yo tocaba en una banda y vos andabas con cámara en mano, aunque no sé si a vos te mandaban a cubrir esos eventos o ibas por gusto propio, ya que recuerdo haber visto un par de excelentes artículos tuyos en el periódico. También recuerdo que por aquel entonces mi papá me comentó orgullosamente que, en la inauguración de no sé qué proyecto público-privado, un conocido suyo le había dicho, refiriéndose a vos:
—¿Ves a ese periodista? Ese es de los que antes mandaban desaparecer.
Cada quien andaba por su lado. Hablábamos poco y nos veíamos menos. Luego estuve trabajando en una oficina que quedaba a la par de un bar que frecuentabas y al cual iba a esperar a que bajara el tráfico de los viernes. Para entonces yo estaba comprometido y descubrimos que íbamos a vivir en el mismo condominio. Mis hermanos habían emigrado de Guate, y vos ocupaste el lugar de mi más cercano amigo. Vos fuiste testigo, padrino, fotógrafo de bodas y consejero de pareja.
Para entonces andabas soltero nuevamente y me ayudaste a armar la casa. ¿Te agradecí lo que debería haber agradecido? Lo dudo. ¿Cómo puedo agradecerle a alguien que en las buenas y en las malas siempre estaba allí, hasta en los momentos menos adecuados? Para entonces ya eras parte de mi familia, y ese tipo de cosas se esperan.
Te fuiste a El Paso, pero era como que no te habías ido. Igual hablábamos por chat, venías un par de veces al año y siempre hacías tiempo para vernos y hablar.
Luego de que estuve hospitalizado por una enfermedad grave, a causa de la cual me había desmayado, hablamos. Recuerdo que te comenté que ya había perdido el miedo a morir y, esperando tu burla, te dije:
—Como vos sos ateo, a vos estas cosas seguramente no te interesan.
Tomaste un tono serio y me explicaste:
—Mirá. Esa es una idea errónea que tienen de mí. Yo no soy ateo. Soy un tipo sumamente espiritual. Aparte es que no crea en las religiones. A mí lo que realmente me preocupa es perder esa conexión que tenemos con el mundo sensual.
—¿El mundo sensual? —te pregunté en un tono burlón.
—Sí, porque cuando te morís ya nada de este mundo importa. Te vas a algo como una inteligencia, un amor o lo que sea superior y te hacés uno con el infinito. Así que, mientras esto no termine, me disfruto una buena cerveza, me harto un mi buen trozo de carne, me echo una buena cagada y feliz.
Ahora me doy cuenta de que el problema no es dónde comenzar. Porque tengo un millón de cosas más que decir de vos, pero ninguna tan simple como que nos hacés mucha falta y que de alguna manera siempre vas a estar con nosotros. El verdadero problema es dónde terminar. Porque rara vez terminan las cosas donde queremos o en nuestros términos. Todo siempre termina tan abrupto.
Así que hoy brindo por vos, por la vida que llevaste y por todos los que te queremos.
Más de este autor