Es la historia de ese hombre que fue golpeado en el centro de la capital, frente a los ojos de un niño de cuatro años, tomado de la mano de su tía. Son los nombres de quienes murieron por una enfermedad que no se comprendía en las décadas de los 80 y 90 en Guatemala. No hubo Estado que los ayudara ni instituciones de salud que se preocuparan por su vida ni una sociedad que los respetara. Soledad. Es todavía el rechazo y la discriminación, el chiste idiota y la burla ñoña. Es también María Conchita caminando la víspera de la firma de la paz por el Parque Central, luciéndose y, poco tiempo después, siendo asesinada. Una misa en la catedral. Siguen siendo las siete de cada diez mujeres trans que son discriminadas y las seis de cada diez mujeres trans que sufren maltratos, según un estudio realizado en 2015 con el apoyo de Hivos.
Es también la organización y la lucha como respuesta. Es Oasis con sus desafíos buscando abrir brecha en la salud de este país. Son las mujeres lesbianas tomando en sus manos su propio ser y su propia voz con todo el derecho del mundo. O esas 17 mujeres trans que deciden organizarse. Son las 15 que han muerto hoy y quienes retoman el legado —«manchado de sangre», dice una de ellas— que ha permitido que no se vuelva a ser como antes. Hoy se es fuerte. También la denuncia hecha imagen, la serie de exposiciones fotográficas de hombres desnudos que se convertiría en una herramienta política para decir que se es y que se es con mucho pulso, con mucha vida.
Es nuestra historia, la que compartimos hoy frente a un Congreso que se dispone a dar vida a la iniciativa de ley 5,272, llamada «ley de para la protección de la vida y la familia». Cuando una iniciativa de ley dice entre sus considerandos que está preocupada por la amenaza que el matrimonio igualitario genera frente a la desintegración familiar —pero el Congreso no se preocupa por la migración, por la violencia y por la pobreza, entre muchas otras causas de las separaciones familiares—, afirma que la diversidad sexual «es incompatible con los aspectos biológicos y genéticos del ser humano» (artículo 2) o sentencia que «se prohíbe a las entidades educativas públicas y privadas promover en la niñez y adolescencia [sic] políticas o programas relativos a la diversidad sexual y [a] la ideología de género o enseñar como normales las conductas sexuales distintas a la heterosexualidad o que sean incompatibles con los aspectos biológicos y genéticos del ser humano» (artículo 15), nada está bien.
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¿Quiénes se creen que son para decirnos quiénes y cómo somos, para obligarnos a pensar de una forma determinada? Si les ofende ver a dos mujeres tomadas de la mano, a dos hombres besándose o encontrarse con una mujer trans o un hombre trans, su problema. Negarse a ver el amor, la libertad de ser y la belleza de la propia y bien asumida identidad es su problema. Por mi parte, me hace pensar que este mundo tiene esperanza, que somos de muchas maneras, que puedo ser quien soy cuando quiera, que puedo amar como mejor me salga, que no tengo que deberme a convenciones que no son las mías. Esa libertad se la agradezco a quien ha luchado por ella.
El pasado sábado por la mañana, una sala llena y todo por aprender. Yo soy una más en ese lugar. Voy comprendiendo que en la historia de la lucha por la dignidad en este país ha habido muchos otros nombres que la han defendido con el cuerpo mismo. Ese se ha convertido en el punto de encuentro, en el más sensible.
Posdata: gracias, Visibles.
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