Es allí donde se han dado históricamente los grandes debates de trascendencia nacional. Es la universidad que acogió (y acoge aún) a muchos de los intelectuales que han dado sentido a las problemáticas en las que nos vemos sumergidos. Es todavía un estandarte de luchas comprometidas y de cambios. De esto último han dado cuenta algunos estudiantes que se han desmarcado del encapuchado cuarentón y pidetalacha. Es por ello que mantener sumisa, corrupta, callada y cómplice a la USAC es de vital importancia para el mantenimiento de las relaciones de poder, de la dinámica económica, de la estructura de país que tenemos. De esto último han dado cuenta los altos funcionarios de la universidad. Acceder a los puestos de autoridad significa mantener una silla en los debates y en las decisiones de país. Desde allí se impulsan negocios y relaciones oscuras con diputados y empresas. Más importante ha sido degenerar el sentido de un rector y un decano con miras a conseguir un privilegio y un bien personal que proteger la calidad académica y de investigación, la conciencia estudiantil, o impulsar propuestas sociopolíticas críticas que abonen a construir una sociedad más digna.
Desde las aulas de una universidad privada vi tomar la rectoría en 2010. Luego vinieron la Huelga Alternativa, #UsacEsPueblo y las planillas que se diputaron la AEU. Estuve presente el día que el frente hizo una conferencia de prensa donde mataron a Oliverio Castañeda. Y ganó disputándose democráticamente el poder. En marzo de este año supe cómo los amenazaron y cómo han buscado intimidar a la AEU públicamente con la misoginia y la violencia más burdas. Todos los esfuerzos van encaminados a recuperar la USAC. Que no digan que no hay lucha ni valentía.
Esa es la imagen de hoy: un estudiantado consciente que busca generalizar la perspectiva crítica por los pasillos y los jardines de la ciudad universitaria para hacerle frente a la tradición política de la rectoría de las últimas décadas. El trabajo ha sido exhaustivo. Evidenciar, por un lado, las lógicas complacientes con la corrupción a todo nivel, pero también los mecanismos incrustados dentro de la universidad para sostener esta razón de ser. En ese sentido, la violencia —intimidación, agresión y amenazas—, la compra de votos —a través de campañas vulgares— y la poca apertura democrática —sobre todo a la incorporación de las escuelas facultativas y de los centros regionales a la elección de rector— son los pilares que han obstaculizado una nueva dirección del sentir y el quehacer universitarios.
Para retomar la rectoría es necesario un estudiantado crítico y coherente con los principios de su universidad, características que también deben tener los profesionales que emitirán su voto. Los profesores sancarlistas tienen una responsabilidad mayúscula de hacer conocer el proceso y de plantear la importancia de esta elección en el actual contexto del país y de la universidad. La discusión debe dar cuenta de la importancia que el rector o la rectora tendrá en el marco de la lucha contra la corrupción, especialmente en las elecciones de contralor general, de jueces de apelaciones y de magistrados de la Corte Suprema de Justicia. La San Carlos debe tener un rector aliado, y no uno que defienda intereses poco legítimos. Debe ser un rector del estudiantado, al cual se debe en inicio, y no uno que esté a merced de políticos corruptos.
La responsabilidad recae también en toda la sociedad guatemalteca. No es un proceso que debemos dejar solo. No podemos hacernos de la vista gorda y pensar que es una lucha solo de sancarlistas o de estudiantes. Es la universidad de todos y, como mandato, lleva la voz de la transformación necesaria para este país. Y esa voz es de los y las que queremos un país diferente.
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