María, una mujer negra, que vivía en condiciones inhumanas, no tenía un cuarto propio, nunca salía de la casa de sus patronos/captores, a no ser una vez por semana cuando iba a hacer las compras. Tampoco tenía acceso a sus documentos de identificación (la familia se los retenía) y además, no tenía idea sobre sus derechos laborales. A sus 85 años, 72 trabajando sin goce de salario o vacaciones, había vivido toda su vida solamente tras las paredes de esa casa, lo que no le permitió tener ni amistades, ni pareja, ni familia. El primer caso de esclavitud contemporánea tan prolongada estaba siendo descubierto en esa ciudad que esconde, bajo sus paisajes hermosos, una historia terriblemente racista.
Personalmente, el primer caso de esclavitud contemporánea lo conocí en Puerto Príncipe, Haití. Ahí, en una casa bastante lujosa, de las pocas que no había sido afectada por el terremoto del 2010, nos abrió las puertas un señor negro de aproximadamente 60 años. Nunca supe su nombre. Él, además de hacer la mayoría del trabajo doméstico, trabajaba en jardinería, atendiendo a los perros, limpiando los vehículos y todo aquello que pudiera requerir de sus servicios. Era hijo de la trabajadora doméstica y había nacido allí en esa casa/prisión. Supe de su historia cuando la futura heredera de sus servicios, sin empacho, me la contó. Ella me dijo que él «era como de la familia» y que tenía todo los que necesitaba dentro de esa casa/prisión. No salía, no tenía más familia que su madre y había vivido toda su vida al servicio de una familia a cambio de techo y comida.
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Así como estos casos hay miles en el mundo. Si exploramos un poco más, puede ser incluso que conozcamos algunos cerca de nosotros. Hay cuestiones clave que diferencian la explotación laboral de la esclavitud. La esclavitud contemporánea, además de implicar explotación laboral, opera de manera tal que la persona es obligada a trabajar en condiciones infrahumanas sin que pueda negarse a través de la coerción, las amenazas o el abuso de poder. Sus víctimas, usualmente no tienen acceso a sus documentos, no reciben un salario y, por tanto, no tienen la agencia ni los recursos para dejar las casas o los lugares donde se encuentran cautivos. Las personas que están explotando y esclavizando a otras generan lucro y se benefician de alguna forma a través de ellas. En el caso de María, en Rio de Janeiro, el inspector que lleva su caso estima que la deuda de los patronos, solamente en salarios, asciende a más de 300,000 dólares.
La ex relatora especial sobre las formas contemporáneas de esclavitud de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos Naciones Unidas, Urmila Bhoola, dice que la esclavitud puede persistir también como una mentalidad entre las víctimas, así como entre sus herederos y sus perpetradores. Para estos últimos, tener personas a sus servicios por 24 horas y 7 días a la semana es algo normal e incluso llegan a pensar que es un derecho adquirido, pues con tan solo brindar techo y comida, se consideran dueños de la voluntad y mano de obra de sus esclavos, por eso, no les importan las condiciones en que éstos vivan y laboren. Las personas víctimas de esclavitud contemporánea y sus prácticas análogas, asumen tales niveles de sumisión y de normalización de esas formas de explotación que muchas veces desconocen su estado y, en otros casos, es tal el miedo y la pobreza a la que se enfrentan que se ven imposibilitadas a cambiar su situación. Usualmente las víctimas tienen algo en común (pero los casos no se remiten a estas características) pertenecen a grupos minoritarios que constantemente son marginalizados, personas pobres, indígenas, negras, con poca o sin ninguna educación, migrantes y niñez.
En Guatemala, estoy segura, hay muchos casos como los de María. Organizaciones como el Sindicato de trabajadoras domésticas, similares y a cuenta propia (SITRADOMSA), la Cambridge Guatemala y la Asociación de trabajadoras del hogar, a domicilio y maquila (ATRAHDOM) realizan un trabajo importantísimo en este aspecto, informando a las mujeres trabajadoras sobre sus derechos, apoyando en casos de abuso y además, educando a patronos sobre los derechos de los trabajadores. Todos los patronos deben comprender que los derechos laborales son inherentes al ser humano y, por tanto, deben ser garantizados. Ninguna institución, pública (llámese fuerzas de seguridad, municipalidades, ministerios, etc.) o privada (empresa, domicilio, ONG, etc.), puede prosperar a costa de la violencia y la no garantía de los los derechos laborales de cualquiera de sus miembros.
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