Este es un texto que pretende poner en un hilo de palabras todo aquello que no decimos, pero que nos rompe desde el silencio. Está escrito para mujeres que necesitan nombrar a sus fantasmas porque saben que estos se suben cada noche a la cama, se sientan en su pecho y las observan fijamente a los ojos mientras les impiden respirar. Dicho de esa forma, quizá sea un texto para mí que ojalá sirva para alguien más.
Miedos como no ser suficiente, por ejemplo. Ese demonio que susurra constantemente en tu oído que, sin importar cuánto logres, jamás estarás a la altura de los retos. ¿De dónde saca alimento este monstruo que crece y se acomoda en nuestros rincones más oscuros?
Me es difícil escribir sobre feminismo por dos razones. La primera, porque pareciera que existe un consenso tácito en que hablar de ello con propiedad solo es válido si se hace desde la academia o desde el activismo más visible. Y la segunda, porque me he creído totalmente todo lo anterior.
Primero, es necesario reconocer la envergadura del movimiento. El feminismo es una postura política: un conjunto de premisas valientes y urgentes en un mundo en que llevamos desventaja. Un movimiento solidario que lucha por construir una diferencia en la vida de las mujeres en Guatemala o en cualquier otro lugar del globo. Es un movimiento tan universal que tiene que generar temores.
Miedo para los hombres que ahora son fuertemente cuestionados por sus tendencias machistas, sin duda. Pero hablamos poco de esto y también es real: miedo para quienes siendo mujeres no entendemos del todo sus dinámicas. Su fuerza imbatible, su velocidad y la naturaleza ingobernable de su avance.
La lucha por sociedades igualitarias nos cuestiona todo el tiempo. Pone contra las cuerdas nuestros hábitos, creencias y valores. Cuestiona quiénes somos, cómo llegamos a donde estamos y si en realidad contribuimos a una visión más equilibrada del mundo en que vivimos.
Esta lucha nos impone a todas la calidad de guerreras. Nos uniforma con una coraza de fuerza. Tiene premisas que nos hacen sentir impelidas a ponernos de pie y a dar la talla sí o sí en todos nuestros espacios. Y, como pasa con la universalidad, no todas estamos en el mismo nivel de preparación para lograrlo sin raspones.
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Salta entonces la sombra de la impostora. Porque muchas nos reconocemos como mujeres inteligentes, sensibles, capaces en lo que hacemos, pero también tememos secretamente estar usurpando espacios que no nos corresponden del todo. Casi sin saberlo estamos abriendo la puerta a todo eso que nos repiten desde siempre: que las mujeres la tenemos más difícil, que nuestras capacidades serán siempre menores, que todo debe costarnos el doble. Que ser invisibles es elegante, que ser prudentes es una virtud.
Y detrás de la sombra de quien está ocupando un espacio que no le pertenece también viene una legión de voces que susurran que quizá estás pasando todas tus relaciones por un patrón de múltiples machismos que aceptas porque apenas reconoces. Y entonces desconfiar se vuelve una norma. Empiezas a poner todo bajo el lente de un microscopio.
No desconfiamos únicamente de los hombres. También lo hacemos de otras mujeres. Minimizamos a quienes no están a nuestra altura para entender viéndolas por encima del hombro con esa condescendencia tan irritante. Y también nos hacemos pequeñitas ante quienes tienen mejor palmarés en esta lucha.
Nos callamos. Damos el paso a un costado y decimos para librarla «yo no me considero feminista». ¿Y qué puede ser peor para una lucha que viene a salvarnos de la invisibilidad que ser disidentes atemorizadas que abandonan sus frentes de incidencia?
Escribo todo esto en un ejercicio propio de reconocimiento de los miedos. Un mecanismo para cruzar con daños mínimos ante la desaprobación. Un método propio para mudar de piel. Una revisión necesaria de la forma en que me percibo dentro de un movimiento que es un mar agitado, violento, salvaje. Pero con un oleaje necesario para llegar a la orilla.
Una negativa a permanecer inmóvil que ojalá te sirva también a ti, que tienes tanto miedo que prefieres mantenerte al margen.
No lo hagas.
No nos lo hagamos todas.
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