Más que una cuestión estética, las variadas estampas advierten amenazas reales que como buenos tercermundistas no nos hemos detenido a analizar. Países como Rusia y Estados Unidos, en cambio, avanzan en la ruta indicada por sus estudios prospectivos.
Los debates sobre cambio climático se han centrado en dos perspectivas: la del calentamiento global, y la de quienes creen que nos adentramos en una nueva glaciar. No soy experta en el tema, pero creo que todos tienen parte de razón y que ambos fenómenos tienen relación.
Con el calentamiento global los hielos polares se derriten liberando grandes cantidades de agua dulce que al mezclarse con la salada de los océanos provocan fenómenos naturales como los huracanes, el denominado “Niño” o la “Niña”, etc. Pero además, el peligro a largo plazo es el derretimiento completo del hielo ártico lo que aumentaría el nivel de los océanos en siete metros, desapareciendo las zonas costeras.
A decir de otro grupo de científicos, la mayor parte del continente se ha enfriado en los últimos 35 años y el hielo se está acumulando. Si bien Groenlandia se deshiela unos dos centímetros por año, en la zona alta interior, enormemente más grande, el hielo está creciendo en más de seis centímetros. Es decir, que no está fundiéndose sino incrementándose, por lo que consideran que la glaciación debería ser la mayor preocupación y no el calentamiento.
Así, la nueva era glaciar habría iniciado en el 2012 y podría durar alrededor de 60 años. Lo que vivimos en años recientes fue un período interglaciar caracterizado por climas cálidos como consecuencia de las variaciones cíclicas de la actividad del sol que suelen variar de máximas a mínimas. Cuando está en actividad máxima las temperaturas se elevan significativamente y cuando está en períodos de “hibernación” (tendencia actual), disminuyen.
Ello explicaría la nevada en San Marcos y el descenso de temperatura hasta los 43 grados bajo cero en el oeste chino y Siberia de donde, dicho sea de paso, emigraron los primeros pobladores del continente americano hace 30,000 como consecuencia de los cambios bruscos de temperatura en esa región.
En ambos casos –calentamiento o glaciación- los efectos son altamente perjudiciales. Las inundaciones, sequías o nevadas afectan las siembras y la vida animal (las áreas para cultivo se reducen haciéndose insuficientes para cubrir la demanda), con lo cual se provocan hambrunas por la presión alimentaria, además de enfermedades.
En temperaturas extremadamente frías será más difícil la extracción de petróleo y el gas lo que impedirá el uso de calefacción y en general de la energía eléctrica. De ahí que no sea casual el reciente "boom" de los biocombustibles.
El perfil demográfico mundial cambiará como consecuencia de los flujos migratorios que se moverán desde las poblaciones cercanas a los polos (Estados Unidos, Canadá, Argentina, Chile y el Reino Unido, entre otros) hacia los “santuarios tropicales”, como Guatemala.
En este escenario, al mejor estilo hollywoodense de “El día Después de Mañana”, se estaría cumpliendo para Guatemala lo imaginado por Arjona en su canción, “Si el norte fuera el sur”.
En conclusión, las tendencias hablan y como decía anteriormente, mientras Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia analizan escenarios posibles de escape para salvaguardar a sus poblaciones, nosotros perdemos el tiempo opinando sobre “lo nice” o “cool” que es que neve en Guate; el gobierno se comporta cual circo improvisado y nuestro desarrollo tecnológico avanza a paso de tortuga.
¿Dónde está la capacidad de anticipación de los poderes públicos y de la sociedad para replantear la economía, la tecnología, la política y la ciencia de cara a las nuevas amenazas?
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