En la tal Belindia, unos pocos vivían como en Bélgica mientras la gran mayoría vivían como habitantes de un país de baja renta como la India. Esta pequeña comparación me volvió a la mente al leer la entrevista que Plaza Pública le hizo a Gustavo Arriola Quan, coordinador del Informe de desarrollo humano (IDH) en Guatemala.
Cifras en mano, Gustavo diseca la Guatemala de hoy y aventura algunos escenarios muy preocupantes para el futuro. En resumen, estamos al mismo nivel de Tayikistán: retrocediendo en casi todas las áreas que reporta el IDH, menos en el aumento del ingreso. Eso tiene dos implicaciones muy serias que deberían encendernos todas las alarmas.
Primero, el comportamiento del IDH revela el costo que estamos pagando por mantenernos en un clima de permanente inestabilidad política: no poder diseñar y mucho menos ejecutar políticas de desarrollo a largo plazo. Lo curioso es que esta inestabilidad política contrasta con la ultracacareada estabilidad macroeconómica de la que tanto se ufanan los sectores más conservadores.
La tendencia natural de los países es a mejorar con el tiempo sus indicadores de bienestar. El presidente del Banco Mundial escribía hace unos días que «el porcentaje de la población mundial que vive en situación de pobreza extrema disminuyó del 36 % en 1990 al 10 % en 2015, el valor más bajo del que se tenga registro en la historia». Solamente los países en guerra retroceden. Y nosotros en Guatemala estamos retrocediendo. Retrocedemos en esperanza de vida, en cobertura educativa, en desnutrición, en oportunidades para las mujeres, en desarrollo rural. Por eso escribía hace unos días que Centroamérica está en guerra.
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La segunda gran implicación que tiene este reporte que nos presentó Arriola es que una buena parte del retroceso que tiene el país se debe a la enorme desigualdad que lo caracteriza. Es allí, en el enorme muro de la desigualdad, donde se topa cualquier esfuerzo individual y colectivo por mejorar las condiciones de vida de nuestra gente. Y esto es importante seguirlo remarcando y discutiendo a fondo porque también es cierto que sobre el tema de la desigualdad no logramos un mínimo consenso. ¡Hay tan poco consenso que hasta nos cuesta darle valor a la política social!
Hace unos pocos días vi el programa Razón de Estado: Guatemala, modelo de desarrollo, el desafío de las élites, en el cual conversaban Olav Dirkmaat y Samuel Pérez. Una vez más escuché la frase «la pobreza es el problema, la desigualdad no me importa», y me quedé planteándome algunas interrogantes: ¿cuándo dejaremos de ser la reedición de Belindia?, ¿qué nos tiene que pasar para que entendamos que vamos en reversa?
¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que el país solamente tiene islas, muy pequeñitas y muy bien localizadas, de éxito? Un puñadito de profesionales, todos muy brillantes y lúcidos, y una inmensa mayoría que está sucumbiendo asfixiada por la pobreza y la falta de oportunidades.
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