Lo hago recordando a una servidora pública que marcó mi vida. Graciela del Carmen, conocida como doña Greis, fue más que mi abuela materna. Fue la madre que cada mediodía me recibió con almuerzo al regresar del colegio. Se casó con Ricardo Maldonado, el Barbero de Sevilla.
Cada tarde estaba atenta a darme un jalón de orejas si prefería ver la televisión en vez de hacer las tareas del colegio. Y es que mi abuela fue maestra de educación rural en San Marcos, uno de los departamentos más pobres del país, en las décadas de 1940 a 1960.
Mi tía Ely Maldonado, quien se jubiló del servicio docente, me ayudó a recordar algunas de sus anécdotas:
- «Yo caminaba una o dos leguas para ir a dar clases» (1 legua = 4.8 kilómetros). Incluso trabajó en la aldea Serchil, a 15 kilómetros de la cabecera departamental. Viajaba en lo que encontrara: picop, camioneta, camión, etc. «Cuando llovía, muchas veces tuve que pasar a caballo los ríos para llegar a la escuela».
- «A veces costaba que nos pagaran». Su sueldo: Q75.00 para cuatro hijos.
- «Llevaba de desayuno dos huevos duros. A veces ni me los comía porque todos los niños se sentaban a mi alrededor a ver cómo comía y se los terminaba regalando».
- Era directora y atendía tres grados, primero, segundo, tercero, en una misma aula (como muchos maestros hoy en día).
- Trabajaba tiempo extra ayudando a la comunidad, enseñando a sembrar hortalizas.
- Para las fechas cívicas, en especial para la celebración de la independencia, se lucía. Le gustaba agradar a los habitantes de la comunidad. Ese día era grande. Empezaba con la izada de la bandera nacional a la seis de la mañana. Luego había desayuno (tamal de carne para los niños y el alcalde auxiliar). Después se hacía un desfile en las calles cercanas a la escuela. Los niños cantaban el himno nacional, algunos decían poemas, había cantos y bailes, etc. A las seis de la tarde volvían a reunirse los vecinos para bajar la bandera sin importar que lloviera. Por la noche, en el patio de la escuela, se realizaba un baile con marimba que disfrutaban todos los vecinos.
Muchas veces, cuando viví con mi abuelita en San Marcos, era frecuente que la detuvieran varios adultos. «Disculpe. ¿Usted es seño Greis?». «Sí, yo soy». «Solo quería agradecerle que me haya enseñado a leer y escribir. Gracias, seño».
Así como la hoja de vida de mi abuela hay infinidad de historias más. De hecho, provengo de una familia de maestros que ejercieron la docencia en el sector público: mi progenitor en San Marcos, mis suegros en El Estor, Izabal, y en Zacapa, y mi esposa en el área rural de Gualán, Zacapa.
Esa dedicación y pasión por mejorar las condiciones de vida de nuestra niñez y adolescencia la muestran hoy en día muchos servidores públicos, pero se ven opacadas por discursos como el del cartel libertario, que con acento fresa se dedica a despotricar en contra de lo público.
Escribo esta columna para reiterar el valor que generan los servidores públicos. ¿Qué sería del país sin ellos? Algunos datos:
- Uno de cada dos partos que ocurren en el país son atendidos por el sector público.
- El 87.9 % de las niñas y los niños que reciben educación primaria en el país son atendidos por el Estado.
- En la capital, en las pruebas de logro de lectura de graduandos en 2014, el 42.2 % de los egresados del sector público alcanzó el logro, contra solo un 35.9 % del privado.
En 2014, en 10 de 12 departamentos, los graduandos del sector público estaban mejor formados en lectura que los del privado.
Cuando escuche o lea que alguien critica lo público o hace apologías de la privatización de los servicios públicos, lo invito a que se detenga a pensar en esos maestros que recorren kilómetros en el área rural para impartir sus clases; en esos médicos que ayudan a dar a luz a miles de madres guatemaltecas dentro de un paupérrimo sistema de salud pública; en los soldados que, por cierto, se alimentan peor que un reo; y en los policías, que casi no ven a sus familias, entre muchos más.
Es así como recuerdo a doña Greis. Y también recuerdo el día que mi maestra en la vida nos dejó. Me encontraba ejerciendo la docencia en Zacapa cuando me avisaron que su deceso estaba próximo. Siguiendo tus pasos, abuelita, aún pude llegar a besar tu frente.
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