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La fábrica de matrimonios para niñas

La mitad de las niñas que llegan a los 15 años han contraído matrimonio, y un 60% de ellas ya son madres a los 19.
Fotos: Zeneida Bernabé
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La fábrica de matrimonios para niñas

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Ser niña en Bangladesh significa nacer con el destino escrito. Más de tres millones de niñas en la actualidad ya cumplen sus funciones como esposas, con maridos hasta 20 años mayor que ellas. Para el resto, esa realidad sólo cambia cuando son obligadas a casarse, a trabajar largas jornadas como obreras en grandes fábricas o son vendidas a las redes de explotación sexual. Pero esa realidad está cambiando.

Cuatro kilómetros separan su casa de la escuela. Aleya los camina con rapidez cada mediodía. Ya ha cumplido con sus obligaciones, ha limpiado la casa de su suegra, ha cocinado a su marido y ha lavado la ropa de sus cuñados. Su rutina comienza a las cinco de la mañana y nunca acaba antes de medianoche. Ella es esposa, ama de casa, estudiante, y obrera en una fábrica a la que asiste cada tarde.

Ella tiene 12 años.

Hace ocho meses su padre decidió por ella. La infancia había acabado y su destino estaba definido. Un joven del mismo barrio en el que viven aceptó el ofrecimiento del padre para concretar el matrimonio. La pobreza familiar impidió una boda de grandes dimensiones. Ni siquiera se pudo pagar la dote (dinero que la familia de la novia debe dar al futuro esposo), pero la negociación se cerró con creces: Aleya no sólo cumpliría su papel de esposa, sino también de cuidadora de su suegra y resto de hijos.

De su trabajo en la fábrica saca un promedio de seis dólares al mes, un dinero que gestiona su marido y del que ella prefiere no hablar. Aleya es alta, nerviosa, tímida y cada cinco minutos echa un ojo a su reloj. Al parecer, para ella, cada minuto cuenta.

Aleya es una de tres millones de niñas. Una realidad que la UNICEF asegura que se ha reportado en los últimos cinco años. Rose-Anne Papavero, coordinadora de la sección de protección infantil confirma que el matrimonio infantil es una práctica ya institucionalizada.

“Es una realidad demostrada. Existe un alto índice de matrimonio precoz, 2 de cada 3 niñas son obligadas a casarse a edades tempranas, y el embarazo posterior obliga a muchas de ellas a abandonar la escuela”, explica.

La mitad de las niñas que llegan a los 15 años  han contraído matrimonio, y un 60% de ellas ya son madres a los 19.

Esta historia tiene como escenario a uno de los países más pobres del mundo, y el octavo con mayor densidad en el planeta: Bangladesh. Por cada kilometro cuadrado, habita un promedio de 930 personas, la mayoría con menos de un dólar al día. Vivir hasta los 50 años, es superar la media de vida en este país asiático.

Los habitantes de Bangladesh aún no se recuperan de largas guerras, bombardeos y de fenómenos naturales que han afectado al país entero. La democracia fue conquistada en 1991 y lograron separarse de la República Islámica de Pakistán, pero el desarrollo social y económico aún no toca la puerta de los bengalís, arropados geográficamente por la India.

Estos niveles de pobreza tienen un claro reflejo en el rostro de las mujeres, y más detalladamente en el de las niñas. Las organizaciones no gubernamentales califican que este país se ha convertido en una fábrica de matrimonio de niñas, quienes frente a esta opción sólo se topan con otras dos no menos desgarradoras.

Ser prostituta

 Al otro lado de esta realidad se encuentra la de otras 600 mil niñas y adolescentes. Ellas son vendidas por sus padres o incluso por sus esposos a las redes de prostitución que trafican a sus anchas en Bangladesh.

A partir de los 12 años, muchas de ellas son llevadas a los prostíbulos de la ciudad para que las “Madame” les asigne un lugar en el amplio batallón de prostitutas que trabajan en burdeles que pareces ciudades enteras.

Hay algunos, como el Daulat Día, una especie de ciudadela sexual donde 1600 mujeres y niñas viven y comercian con sexo. Más de 3000 hombres son atendidos al día. Este macro burdel está compuesto por una serie de calles que pueden tener hasta 2 300 habitaciones de una sola planta con techos y paredes de tela. De allí, nunca salen estas niñas.

Alisa tiene 15 años. Los dos últimos viviendo en uno de estos burdeles, a pocos kilómetros de la capítal, Dacca. Es analfabeta, la mayor de cinco hermanas y muy delgada. Una delgadez que ataca con el consumo de hormonas, a fin de acelerar su desarrollo y poder lucir un cuerpo de mujer adulta.

Su padre, un hombre octogenario, un día le pidió que lo acompañara de viaje. Luego de más de 8 horas dando tumbos en un autobús, llegaron a la ciudad de Faridpur, a unos 100 Km al oeste de Dacca. Era de noche, y no hubo despedidas. Alisa se quedó en lo que sería su nueva casa. Un burdel en el que habitan otras 700 mujeres.

La socióloga española Montse Duarte sabe de lo que habla. Trabajó durante dos meses en este burdel, en el que conoció a Alisa y a otra docena de niñas que compartían la misma historia.

Para Duarte resulta inexplicable cómo en un país en el que el 90% de las personas son musulmanas existan tantos burdeles, y sobre todo tanto tráfico de niñas para ese fin. Las niñas cuando no son casadas, deben trabajar duras jornadas o el último eslabón, que es ser vendida a uno de estos burdeles.

“El destino de la mayoría es morir en estos burdeles. A muchas de ellas le esconden sus zapatos, así que si intentan huir, en el pueblo las reconocerían como prostitutas y rechazarían a ayudarlas. Cuando mueren, sus cuerpos son enterrados en el mismo campo en el que echan a los perros y otros animales”, denuncia Duarte.

Ser obrera

Trabajar es vivir. Así lo asumen más de siete millones de niños y niñas, con edades comprendidas entre 5 y 15 años que cumplen con intensas jornadas en fábricas, recolectando basura, vendiendo en las avenidas o en otras actividades de la llamada economía sumergida, para poder ganar al mes un promedio de 6 a 12 dólares.

Ellos representan el 30% de la economía de sus familias. Trabajan porque su familia lo necesita. Ellos así lo asumen, lo tienen claro. Pese a que la misma Ley Constitucional de Bangladesh lo prohíbe desde 1994.

“En este país la mayoría de niños y niñas trabajan desde que tienen 8 años. Pero las niñas hacen el trabajo doméstico de sus propias casas y luego el de otras donde son contratadas, y cuando van a fábricas se les asigna labores de poco esfuerzo físico y ganan menos dinero que los niños. Además de correr el riesgo de ser violadas por sus contratantes. Estos casos casi nunca son denunciados”, explica Rowshon Ara Tapu, una de las coordinadoras de la ONG española  INTERVIDA que trabaja en Bangladesh.

Aklima lo tiene claro. Ella estudia en una de las cinco escuelas que Intervida tiene en Dacca. Lo que gana como empleada doméstica sirve para comprar comida para su madre y hermanitos. Ella tiene 11 años, pero ya es responsable de una parte de la economía familiar. Desde que tiene 8 años, esta pequeña trabaja en casas de familia, donde repite lo mismo que hace en su pequeña chabola, cuando su madre le pide ayuda: cocinar, fregar, limpiar y cocinar. “Ella es muy responsable”, comenta su madre, una mujer de mirada viva, que tiene 30 años y también trabaja desde que era una niña.

La Madre de Aklima por ahora descarta el matrimonio. Sólo espera que su hija trabaje cada vez en mejores condiciones y pueda continuar asistiendo a la escuela.

“No se trata de abolir el trabajo infantil, porque son familias que lo necesitan. Es el ciclo natural de un país que cuenta con la mano de obra infantil, y cuya batalla principal no es acabar con ello, sino mejorar las condiciones en las que lo hacen”, explica la joven profesora, Ismat Ara Fatema.

A la escuela, una salida

Pero el sistema educativo en Bangladesh no se ha adaptado a esta realidad. Y el estudiar en un colegio privado es un reto casi imposible. Su pago asciende a los tres dólares al mes, cuando muchas de las familias logran reunir entre todos 10 dólares. Esta realidad ha atraído a diversas ONG’s internacionales, que han comenzado a trabajar en temas educativos.

El coraje de Shadia logró convencer a su padre. Ella habla de forma pausada. Siempre muestra alegría pero cuando se refiere a la pobreza de muchas familias como causa directa de los matrimonios convenidos, su rostro cambia y su voz se vuelve contundente. “Muchos padres casan a sus hijas porque no tienen dinero ni para alimentarlas. Pero eso está cambiando, yo logré convencer a mis padres y en unos años seré profesora, estoy a un paso de poder disfrutar de una vida diferente”.

Shadia es una de las mil niñas becadas por el programa ELLA, que concede becas de estudio a chicas para que continúen sus estudios.

Majeda es una de esas madres que a tiempo logró cambiar el destino de su hija. Luego de participar en los talleres de Intervida entendió que su niña de 13 años podía cumplir el sueño de ser policía. “Siempre las mujeres terminamos en la cocina, yo no quiero eso para Jasmen, así que mi marido quiso casarla pero yo me opuse. No quiero que ella tenga la vida que yo he tenido”.

Jasmen quiere continuar sus estudios. Están convencida que la educación es el camino correcto para cambiar ese destino que muchas de las niñas en Bangladesh no han podido evadir. Ella quiere ser policía. Ella quiere ser mayor para detener a los hombres que abusan de las mujeres. Ella estudia. Ella, al igual que otros 9.080 niños y niñas en este país asiático que cuentan con estas becas de estudio, trabajan para que algún día todo cambie.

Y al parecer, ya está cambiando.

 

*Melissa Franco es periodista con más de 10 años de experiencia en América Latina y Europa. Colabora para medios venezolanos, mexicanos, bolivianos, catalanes y estadounidenses.

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